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TEORÍA DEL CAOS, VERSIÓN MEXICANA
8 Ene 2022

TEORÍA DEL CAOS, VERSIÓN MEXICANA

Post by Federico Elenes


Este fin de año, prohibieron los cohetes en Monterrey.


Este mismo fin de año, los cohetes estuvieron tronando desde antes del mediodía hasta el amanecer.


En lo personal no me gustan estos artilugios. Me molesta el ruido; agrava mi paranoia porque no sé si es festejo o que ya de plano se desataron los cárteles; son peligrosos, contaminantes, asustan a los perros (su oído es más sensible que el nuestro) y entre tronidos de cohetes o ladridos de perros, me quedo con lo segundo. El siempre amable Colosio y gentil Cabildo que lo acompaña coincidió, lo cual me recuerda a Enrique Jardiel Poncela: que hombre tan inteligente, ¡piensa igual que yo!


También fue más que evidente que mucha gente disintió. Para esta banda, durante el festejo el ruido es de rigor. No basta con el que uno mismo produzca con sus cuerdas vocales, que puede ser considerable, o el generado con recursos menos controvertidos, como cornetas, tamborcitos o una bocinota de 5000W. Falta el color, el olor a pólvora, y, preciso es reconocerlo, esa dosis de peligro. Los lesionados suelen ser pubertos del género masculino, quienes tienen la desconcertante costumbre de retarse a ver quien sostiene más tiempo en su mano el explosivo. Puedes perder tus deditos con estas retas.


Ahora bien, la razón por la que se prohíbe una conducta es precisamente porque es a la vez relativamente común y poco conveniente. No son decisiones fáciles de tomar ni de implementar. Pero una vez establecida la norma, no nos queda más remedio que acatar. Con la pena. Mi sentir particular en este punto ya se torna irrelevante. Consideremos el caso a la inversa. Si alguien está quemando pólvora frente a mi casa, el hecho que yo en lo personal desapruebe no es fundamento para impedirlo, salvo en lo que respecta a mi derecho de propiedad. “Oye, deja de hacer ese ruido frente a mi casa.” “Pues, fíjese, esto que hago se vale y estoy en la vía pública”. Me tengo que aguantar. Entonces, mutatis mutandis, establecida la veda, si tienes un mínimo de espíritu cívico, habrás de acatar.


Pues en Monterrey el espíritu cívico no se manifestó. Quienes querían tronar “cuetes” lo hicieron, a sus anchas, y quienes se abstuvieron, no lo iban hacer de todos modos, prohibición o no. Es bien sabida la tendencia mexicana a tomar las prohibiciones como meras recomendaciones. Vivimos bajo la peregrina suposición de que la ley universal y nuestra sagrada voluntad vienen a ser la misma cosa. Hay aquí toda una gama, desde la conveniencia personal de usar las cocheras como patios, y dejar los carros sobre las banquetas. Carros en las aceras, peatones en la calle. Con razón decía Dalí que México era demasiado surrealista para él.


Más grave es hacer caso omiso del reglamento de tráfico. Recientemente, en un solo alto en un semáforo, vi a un conductor ignorar el rojo a toda velocidad, y, segundos después, un conductor me rebasó por la derecha y dio vuelta, no en segundo, sino en tercer carril. ¿Por qué tan audaz maniobra? Sospecho que la fila en el carril para dar vuelta era demasiado larga para los gustos del apurado conductor. Esto ya va más allá de la inconveniencia de banquetas obstruidas, ruido y aire contaminado. Aquí hay bienes costosos en juego, tiempo perdido… y vidas humanas. Una lesión grave te puede incapacitar de por vida. Deja tú las piernas y que ya no puedas caminar bien: después de un traumatismo craneoencefálico es muy posible que ya no seas el mismo.


Sobra decir todo esto, o debería sobrarlo. Siendo los humanos, como somos, seres sociales, las normas son indispensables. No se concibe un orden social sin… eso, orden. Esto es válido independientemente de ideologías. Unas enfatizan ciertos principios, otras proclaman tales valores como indispensables, pero ambas buscan derivar normas de sus ideales. El caso es que normas hay y normas habrá.


Excepto en México. Siempre tendremos excelentes razones para hacer lo que nos de nuestra regalada gana. Que están mal, que es recaudatorio, que no entienden que no entienden, etc., etc. y más etc. Lo cual me lleva a una “Karen” con la que me topé recientemente en conocido y sumamente agradable destino turístico de nuestro país. Han de saber, caros lectores, que, de un tiempo para acá, nuestros vecinos del norte dan ese mote a una dama (aunque muy bien puede ser un caballero) que se pone exigente porque se metió una mosca e inmediatamente exige hablar con el gerente. Resulta, pues, que este establecimiento turístico contaba con tres albercas, una con resbaladillas y cascaditas, para niños, otra para todo el mundo, y finalmente una con el bar en un extremo, exclusivo de adultos. Observamos como esta Karen, de acaso unos cincuenta años, quizás más, le reclamaba a un señor mexicano recién ingresado a la piscina con sus dos hijas. Que era adults only, a la vez que le señalaba con la mano a la otra alberca. Ni el gesto ni el tono eran amables. No duró gran cosa el incidente; la Karen se reintegró con sus compañeros de viaje, de más o menos la misma edad y ambos géneros, seguramente a renegar de nuestras nefastas costumbres. En tanto, el señor regañado nos daba su punto de vista: como la señora no tenía autoridad, no era quien para estar reclamando. Consultamos con la única figura de autoridad presente, el salvavidas, quien nos dio una respuesta algo barroca: los niños sí podían entrar a la alberca, pero no podían estar del lado del bar. Le hicimos notar que una familia, niños y todo, retozaba feliz en el extremo prohibido. Luego constaté que había un letrero, ostentador de reglas, pero éstas eran ambiguas. Sugerí que se pusiera una señalización clara, justo en los escalones de la alberca, para dejar en claro que la misma era de uso exclusivo para adultos. Mi sentir personal en todo esto es pragmático. Voy de vacaciones a pasarla bien, lo cual implica que no voy a entrar en dimes y diretes con otros huéspedes, así sea por unos minutos. Si la situación se tornase demasiado molesta, entonces lo vería con la gerencia del hotel. No me gusta que me gruñan ni que me reclaman y tiendo, como la mayoría, a ponerme a la defensiva cuando lo hacen. En fin, existen establecimientos exclusivos de adultos, donde se obvia toda esta problemática.


Sin embargo, repensando el incidente, tengo que darle la razón a la señora. Su karenismo tiene un buen fundamento: como yo cumplo las reglas, espero que tú lo hagas también, y estoy en mi derecho al reclamártelo. En el pedir está el dar, reza el dicho mexicano. Para las kárenes de allá el modo no es relevante. Cierto, da lugar a intolerancia y arrogancia. Menester es reconocer que las kárenes y demás de su calaña son más feroces con personas cuya concentración de melanina es alta.


Las imágenes del tercer mundo tienen un leitmotiv común: el desorden. Esta correlación es tan fuerte que ya huele a causa. ¿Por qué? Porque representa pérdidas de tiempo y dinero, así como desgaste emocional. Mejor orden que caos. ¿Es tan complicado? O dicho a la mexicana, pa’ que quede claro: no hagan tanto desmadre y mejor pónganse a jalar.

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2 Comments

Ma+del+Pilar+Alvarez enero 9, 2022 at 11:31 pm - Reply

Y no solo en Monterrey se tornaron cuetes , aquí en el «municipio modelo» también se rompió la regla con completa desfachatez
Mal andamos…

    federico elenes enero 18, 2022 at 12:17 pm - Reply

    Le falta mucho modelo a ese municipio 😉. Gracias por tu comentario. Apenas descubrí como descubrirlos en esta página. Soy nuevo.

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