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SUMA CONTRA IZQUIERDAS
10 Oct 2020

SUMA CONTRA IZQUIERDAS

Post by Federico Elenes

Ahora nos toca ir contra las izquierdas. Ya vimos, en la entrega pasada, Suma contra derechas, que en los tiempos de la Revolución Francesa, los monarquistas se colocaron a la derecha de la presidencia de la Asamblea Nacional. Una de las razones, aparte de la muy humana de juntarse caballeros con caballeros, camaradas con camaradas, era para que la gente fina de la derecha pudiera mantenerse aparte de las maldiciones, gritos y en general el mal olor y comportamiento de la chusma. Cuando menos, eso decían los monarquistas. Así, si de derecha son las buenas personas, las clases altas, de izquierda son los de abajo, los más fregados, y por lo tanto, los más inconformes. Tienden a ser de clase media baja. Pero no exclusivamente. Constituyen un grupo mucho más heterogéneo que las derechas. Hay académicos y ese grupo inespecífico de personas que se denominan “intelectuales.” Encontramos además sucesores de la contracultura de los 60, buscadores espirituales, cierta minoría del clero, defensores del medio ambiente, feministas, activistas de minorías, independientemente de cómo se defina esa minoría y jóvenes woke. Todos tienen una característica en común: oposición al statu quo, o, como este es muy complejo en nuestras sociedades actuales, a una forma o característica del mismo. Se puede concebiblemente ser ambientalista y no ser muy partidario del movimiento gay. O combinar dos movimientos: eco-feminismo, feminista y defensora del medio ambiente.

El término movimiento es muy significativo: la izquierda requiere acción. Mao lo dijo casi en una tautología: “por regla general, la tierra no se quita si no le llega la escoba”. El statu quo tiene una ventaja: la legitimidad por el hecho de existir. Hay una razón por la cual las cosas son como son, si no, no existirían. Entonces, la izquierda siempre tendrá que actuar contra una resistencia. La reacción es de esperarse; no es necesariamente producto de la villanía, ignorancia o cortedad de miras. Ver al reaccionario como malvado, tomar el término como de censura o de oprobio, es maniqueísmo.

En la dinámica de la historia y la política, los conservadores tienen claro cómo le van a hacer para mantener su posición, pero no saben bien a dónde quieren ir. En cambio, la izquierda sabe muy bien lo que quiere, pero no tanto como conseguirlo. Es decir, la derecha le falla la estrategia, a la izquierda la táctica.

Si la derecha ve solo el árbol y se le olvida el bosque, la izquierda se obsesiona tanto con el bosque que se le olvida que está conformado de árboles. Así, le resta importancia al carácter personal como algo que se forja con disciplina, esfuerzo, dedicación, responsabilidad y demás cosas funestas, como decía ese genio olvidado, Enrique Jardiel Poncela. Supone que con meramente creer en la justicia, igualdad, protección al ambiente, ser vegetariano (otra vez el buen Enrique: “persona que no come carne en frente de testigos”) ya está del lado de los ángeles. Firma peticiones, más ahora que te llegan a tu inbox vía Change.org y similares, retwitea, se indigna en el café con sus compis que piensan igual (ahora, cuando menos mientras dure la pandemia, las indignaciones serán vía Zoom y Facetime). Si el tiempo lo permite y no se espera que la autoridad se porte demasiado feroz, quizás acuda a alguna manifestación. Visitará San Cristóbal de las Casas −esto es típico de europeos progre− admirará, pontificará sobre la libertad de los pueblos, justicia social, relativismo y apropiación cultural, y fruncirá el ceño ante la pobreza y marginación. Luego se irá a la cama con la satisfacción del deber bien cumplido. Este progresista (o liberal, en términos estadounidenses) típicamente de clase media está conforme mientras que no se afecte su nivel de vida, sus viajes, y sobre todo, típico de estadounidenses, estoy de acuerdo con derechos iguales para los negros, siempre que no quieran ser mis vecinos y afecten el valor de mi propiedad. En otras palabras, hágase la voluntad de Dios en los bueyes de mi compadre.

La noción de que oponerse al statu quo es ética y políticamente válido es reciente en la historia de la humanidad. Durante la era agrícola, las clases sociales estaban estrictamente delimitadas y donde naciste te quedabas. Si pretendías “reformar” o, peor, incitar a una revolución, eras, en el mejor de los casos, conflictivo; en el peor, eras rebelde y por lo mismo traidor, la pena era la muerte, muchas veces en formas espeluznantemente atroces. Solo en la antigua Roma, durante la República, hubo una especie de partidos políticos: los optimates, (los mejores, los privilegiados), la derecha de su tiempo, y los populares (los que estaban a favor del populus, pueblo, no que fueran los Luis Miguel o Lady Gaga de su tiempo) que serían la izquierda. La República, res publica, la cosa pública, no fue una democracia como nosotros la entendemos. Era una oligarquía donde unos cuantos controlaban todo. Cuál es la diferencia ahora, se preguntarán algunos, pero ese es tema para otra discusión. Los de abajo, los plebeyos, poco a poco fueron exigiendo, y consiguiendo, mayores derechos. Las tensiones entre las clases sociales no se resolvieron, sin embargo. Al contrario, se acentuaron al adquirir Roma mayor poder y prosperidad. Roma inventó el derecho, la sistematización de leyes en un cuerpo, generó el concepto de gobierno constitucional, donde las atribuciones de cada magistrado están definidas y estos no las pueden exceder. A pesar de ello, y en muchas ocasiones, precisamente por ello, estas tensiones degeneraron en broncas, pleitos callejeros y finalmente, guerra civil. Un tal Octavio se las agenció para asumir todos los poderes, sin dar la apariencia de hacerlo, acabó con la república y se hizo proclamar emperador con el títulode Augusto, “el ilustre”.

No fue hasta el siglo 17 de nuestra era, que comienza precisamente con César Augusto -Jesús de Nazaret nació durante su reinado- cuando surge la Ilustración, que disentir de la autoridad comenzó a tomar un cariz respetable. Fue la época del déspota ilustrado: el propósito del monarca era procurar la felicidad y bienestar del pueblo. A fin de lograr esto, se iniciaron reformas. Algunos de estos monarcas tuvieron éxito, como Catalina la Grande de Rusia. Otros se cometieron error tras error, como José II de Austria. Federico el Grande de Prusia era ilustrado en teoría, pero no en la práctica. En todos los casos, tomaron las ideas de la Ilustración para mantener su statu quo. Curioso, los pensadores de la Ilustración fueron ingleses y franceses, pero los gobiernos de estos países fueron los que más se resistieron a la Ilustración. Es aventurado suponer una causa y efecto, pero contra estos gobiernos surgieron dos de las más grandes rebeliones exitosas contra el statu quo: la independencia de los Estados Unidos y la Revolución Francesa. De estos dos eventos, con repercusiones en todo el mundo, surgió nuestra actual forma de democracia liberal.

En el siglo 19, además de la oposición política surge la económica. La industrialización cambia la forma de trabajar y con esto se cambia toda la cultura. Surge la clase obrera. El trabajo ya no sigue ritmos naturales, se tiene que sincronizar, y entonces el reloj manda. Se requiere una nueva disciplina, que ya no es el látigo que sufrían los esclavos. Es de notar, de paso, que la esclavitud se consideró una práctica normal y aceptable hasta el siglo 19. A diferencia del terrateniente con sus esclavos, siervos y peones, el capitalista no es dueño de la vida de sus obreros. Hay un trato, una relación de trabajo, de la cual el obrero es libre de desistir cuando quiera. ¿No te gustan mis condiciones de trabajo? Ahí está la puerta muy ancha, que Dios te ampare. Es aquí donde entra a escena este polémico caballero judío alemán, don Karl Marx, nacido en una próspera familia de clase media alta. Dato curioso, una hermana de la madre casóse bien con un acomodado caballero holandés apellidado Phillips. De tal familia surge, tiempo después, una conocida compañía eléctrica. Sorpresas nos da la vida. Entre tanto, Karl y señora recurrían a la tía rica cuando andaban cortos de fondos, lo cual era habitual. Dejemos a un lado los chismes de familia, y regresemos a este personaje tan interesante. Señaló don Marx que esa supuesta libertad era simplemente la opción entre someterse al patrón o morirse de hambre. El obrero es un esclavo asalariado.

Hay un número de corrientes surgidas en el siglo 19 cuya meta era cambiar o reformar un statu quo que se veía injusto. Nos vamos a concentrar en dos, la iniciada por el ya citado Karl, que lleva su nombre, y el anarquismo. Este último lo forman una colección heterogénea, un tanto confusa y a veces contradictoria, de ideologías. Su línea general es que la coerción es política y moralmente inaceptable y que el Estado es ilegítimo por naturaleza. Está controlado por una elite para su beneficio, excluyendo a los demás. Es preciso, pues, deshacerse del mismo. Exactamente qué forma tomaría la nueva sociedad no queda muy claro, porque desconfían de estructuras definitivas o planes hechos. Parece ser una cuestión de ir haciendo las cosas sobre la marcha, a ver cómo nos va, lo cual no resulta muy convincente, por muy concientizado que estés. Esta vaguedad ha resultado en inefectividad y debilidad. Solo en dos ocasiones el anarquismo ha logrado predominar y en ninguna de las dos duró mucho. La primera fue en Ucrania, 1918-1921. En ese breve periodo se implementaron medidas anarquistas: toma de decisiones colectivas, granjas y fábricas comunales. Desafortunadamente, tuvieron que enfrentarse al ejército blanco contrarrevolucionario y optaron por aliarse con los bolcheviques rusos. Vencieron a los blancos, pero no se había sentado el polvo de esa batalla cuando los bolcheviques se volvieron en contra de los anarquistas y los derrotaron. La segunda fue en Barcelona, durante la Guerra Civil española. Otra vez, fueron vencidos por comunistas estalinistas. Los desacuerdos entre las filas anarquistas, y entre los defensores de la República Española, la condenaron a la derrota. Marx le había advertido a Bakunin, uno de los ideólogos del anarquismo: la autoridad es inevitable. Sin ella, tu movimiento se derrumba. Si te atacan, necesitas una forma de defensa y no se concibe un ejército sin una estructura jerárquica. Visto más generalmente, una acción colectiva, para que sea efectiva, necesita disciplina y la disciplina requiere coerción, así sea coerción sobre mí mismo.

El marxismo fue tanto un éxito impresionante en el siglo 20 como un fracaso rotundo. De un grupo pequeño de inconformes que se la pasaban sentados, tomando café, planeando y grillando entre sí, los bolcheviques se convirtieron en los dueños de la nación más grande del mundo, el Imperio Ruso. Guiados por Lenin, pocos en número pero decididos y disciplinados, fácilmente derrotaron a un gobierno débil e impopular. En el periodo entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, el marxismo-leninismo se limitó a la recién formada Unión Soviética. Pero luego, Stalin lo extendió a Europa del Este, que tomó como botín de guerra. Siguió China, bajo el liderazgo de Mao Zedong. Luego Corea del Norte, Cuba, Vietnam, Cambodia, Angola, Mozambique y Madagascar. Es entre 1979 y 1983 que la marea marxista alcanza su pleamar.

El comunismo, en la mayoría de los países donde se ha instalado, ha cometido las peores represiones políticas y genocidios que se han visto en la historia de la humanidad. Los tiranos no los inventó el pasado siglo, desde luego, pero no recuerdo ningún Atila, Gengis Kan o similar que tuviera como política la exterminación de un segmento de su población. Eran, sí, despiadados con sus enemigos. Aunado a la feroz represión política, los terrores rojos, vino el desastre económico. La peor hambruna que se tiene registro ocurrió en la China de Mao Zedong, durante su Gran Salto Adelante, 1958-1962, el fallido intento de industrializar a China. No puede haber cifras exactas en esas condiciones tan caóticas, pero se estima que murieron como veinticuatro millones de personas. Le sigue la gran hambruna en la Unión Soviética de aproximadamente nueve millones de muertos en la década de los 20 del pasado siglo, y en Ucrania, 1932-33, con estimaciones de tres a diez millones de muertos. Fueron sistemas incapaces de satisfacer las necesidades humanas en forma eficiente. La fila era cuestión cotidiana en la antigua Unión Soviética; las cartillas de racionamiento en Cuba y en China. Primero te formabas, luego preguntabas para qué era la fila. Ante sus fracasos, Mao culpó a “oportunistas de derecha”, saboteadores y elementos burgueses todavía insertados en la nueva sociedad, en vez de aceptar su responsabilidad, tal como hacen los actuales Trump y AMLO. En una cosa tuvo razón Marx: la historia se repite, primero como tragedia, después como farsa.

Todas estas fallas y tragedias vienen del pensamiento de Marx. No es que estuviera todo mal. A mi juicio, acierta en que la economía forma la base de la sociedad. Primero tenemos que conseguir de que subsistir, luego vemos que hacemos. Marx logra una visión muy entendible y atractiva de la historia, tanto así que como ideología –entendida esta con instrumento para obtener y mantener poder− no ha tenido igual. El antagonismo entre clases sociales es real; que tal antagonismo sea irreconciliable fue una postulado de Marx, no un hecho demostrado. En pocas y contundentes palabras: esto es así porque lo digo yo.

Tal planteamiento te lleva a la violencia. Marx era escéptico del cambio gradual y el reformismo. Los privilegiados no van a dejar su poder por las buenas, hay que usar la fuerza. Lo dice en su Manifiesto Comunista, aunque con un lenguaje más intrincado. Marx tiene en común con Freud, Derrida, Foucault, el ser un escritor bastante espesito. Primero muertos que sencillos. Lenin llevó la teoría de Marx todavía más lejos: la revolución la tiene que realizar una vanguardia de “revolucionarios profesionales” que guiarán a las masas. Una vez en el poder, hay que “liquidar” (el término es de Stalin) a los enemigos del pueblo. ¿Quién, concretamente, objetivamente, es un burgués? ¿Un enemigo? ¿El dueño de algunas tierras? ¿El capataz? ¿El profesionista? ¿El intelectual −¡horror!− no marxista? Pues eso lo decide el Poder, y es inevitable, en tales circunstancias, que el Lenin, Stalin o Mao en turno decida que enemigo es cualquiera que se le oponga, o incluso que lo critique. La receta para el desastre político y económico está hecha. Las potencias capitalistas contribuyeron al desastre, aunque acaso esa no haya sido su intención. La predicción retrospectiva es una ciencia exacta, se ha dicho. Desde este cómodo punto de vista, pasada la Guerra Fría y caído el Muro de Berlín, puedo declarar que la enemistad declarada, principalmente de los EUA, al comunismo fue un error. Mejor habría sido dejarlos a que se colapsaran solitos. Al hacerlo, confirmaron las predicciones de Marx y la teoría de Lenin de que el imperialismo era la última etapa del capitalismo. El bloqueo económico a Cuba le permitió a Castro ocultar las fallas de su modelo económico.

Marx sí fue científico porque hizo predicciones sociales verificables. El comunismo surgiría en los países más industrializados. Sería la clase obrera quien la llevaría a cabo la revolución. El capitalismo se colapsaría de sus contradicciones internas, la clase obrera se empobrecería cada vez más, las utilidades del capitalista disminuirían y después de una etapa de dictadura del proletariado, llegaría el momento glorioso del comunismo. Marx tenía la visión de una sociedad donde tecnología y organización han quitado la necesidad de trabajo físico, donde cada quien, libre de la necesidad de ganarse la vida, podría desarrollar sus talentos según su propia inclinación. Esa es la base de su famosa “De cada quien según sus habilidades, a cada quien según sus necesidades”. Pero, cuando estas alegres predicciones no se realizaron, no se descartó la teoría. Al contrario, se le hizo un Procrustes. Les recuerdo, este fue un bandido en la mitología griega que acostaba a sus víctimas en un lecho de hierro, y si quedaban cortos en la cama los estiraba, si eran demasiado largos los amputaba. Teseo puso fin a la carrera de Procrustes colocándolo en su cama. Igual, se alargó y acortó la teoría marxista según conviniera para ajustarse a los hechos, y peor todavía, se ajustaron los hechos para que concordaran con la teoría. El más inconveniente de todos, que los EUA, el país más desarrollado y capitalista, fue y es el más alejado de una revolución comunista.

Lejos de ser un proceso inevitable, el éxito o fracaso de las revoluciones comunistas dependieron de personas y circunstancias muy específicas. En el mismo momento histórico, en Rusia la revolución tuvo éxito, en Alemania fue reprimida y fracasó. Ambos países estaban ahogados por la guerra, ambos fueron derrotados, ambos tenían regímenes monárquicos autocráticos.

Lo que ocurrió en Alemania fue que los Freikorps, cuerpos de veteranos de la guerra se lanzaron contras los revolucionarios, cosa que no sucedió en Rusia, donde los soldados y sobre todo los marinos fueron punta de lanza. Además, los revolucionarios alemanes no estaban tan bien organizados, y los moderados tenían más fuerza. Quizás el término “moderado” no sea aplicable porque en su actuar se mostraron bastante despiadados. Desde tiempos de Castro, que lo logró contra un régimen podrido que ya ni sus protectores, los gringos, lo querían, nadie ha derrocado un gobierno por la vía revolucionaria.

Las ineficiencias de la planificación central con el tiempo se hicieron tan evidentes que no hubo más remedio que abandonarla. Creo que solo Corea del Norte la mantiene, y con problemas. Los demás países comunistas aceptaron alguna forma de iniciativa privada; unos entusiásticamente como China, otros, es el caso de Cuba, a regañadientes, El éxito más notable desde luego es China, que ha pasado de país empobrecido a potencia económica mundial. Aquí no es para detallar lo que les funcionó, mucho menos que les depara el futuro.

En el socialismo opera un mito fundamental que lo lleva a su fracaso, uno que sus partidarios nunca han examinado en genuina autocrítica. Lo llama el mito del mercader malvado y el burócrata benigno. Para la población no educada es fácil culpar al comerciante en tiempos de dificultades económicas, sobre todo de alza de precios, que simplistamente atribuye a la voracidad del mercader. El empresario desde luego busca una utilidad, esa es la razón fundamental del comercio. El mismo Marx reconoció que no era deshonestidad de por sí buscar el lucro, pero que era parte de una relación de producción inherentemente, esencialmente, injusta. Entonces había que hacer a un lado al mercader malvado, en caso extremo hasta ejecutarlo. ¿Quién se va encargar entonces de la enorme tarea administrativa, supervisoria, que se necesita realizar en una fábrica y en un estado industrial? Pues un funcionario del Estado, quien magnánimo va proteger a los pobres trabajadores. Nada menos que un burócrata, esa criatura benévola, siempre amable, que no le apura si tu documento viene en hoja carta cuando debió haber sido hoja oficio, cuya mayor satisfacción es ver que un problema efectivamente se resuelva, mejor que idear procedimientos para solucionar problemas. El burócrata benévolo. El quid de la cuestión: ¿por qué se asume que un funcionario va ser más decente, más honesto, que un comerciante? Regresamos al maniqueísmo. Solo la ceguera ideológica de algunos, más el ansia de poder de otros, aunado a su cinismo, hace creíble ese mito, que persiste hasta estos días. La burocracia, se ha dicho, crece para satisfacer las necesidades crecientes de la burocracia. Es, también dijimos, la forma de organización fundamental de la época industrial y post-industrial. La esencia de la burocracia es controlar. Para eso es. No le podemos pedir que deje de controlar como no le podemos pedir al martillo que no golpee. Entonces la cuestión viene siendo qué tanto vas a controlar. Porque no puedes dejar de controlar, pero tampoco lo puedes controlar todo. Este deseo de control absoluto –totalitarianismo− más su maniqueísmo es la razón fundamental de que haya fracasado el socialismo. Pero, notemos la expresión: “poder controlar.” Poder. Controlar es tener poder. Por eso resulta atractiva la centralización de decisiones. Por eso los países con mercado libre son, pues, libres. Por eso la desconfianza de las derechas sobre normatividades, influencia gubernamental y programas asistenciales.

La Gran Depresión del ‘29 parecía darle la razón a Marx y anunciar el fin del capitalismo. Roosevelt responde poniendo las bases del Estado de Bienestar: el Estado teje una red de seguridad para proteger de los vaivenes, por lo que parece, inevitables, de la economía capitalista. Ante el reto que representó la extensión del comunismo después de la Segunda Guerra, el periodo de la Guerra Fría, el Estado de Bienestar se expande. Ofrece los beneficios de educación y salud que proporcionaba el estado socialista, pero con las libertades políticas que ahí no existen. Es una combinación de democracia, capitalismo y políticas de bienestar. Es interesante notar que los primeros pasos hacia el Estado de Bienestar lo dieron católicos conservadores. Esto es congruente con el principio de subsidiariedad que ya mencionamos. Fueron –nada sorprendente− Alemania y Suiza quienes dieron los primeros pasos, en el siglo 19. Hitler, hay que notar, expandió estos programas. México, a pesar de la retórica oficial durante gran parte del siglo 20, no es un Estado de Bienestar. No hay cobertura universal de salud, no hay seguro de desempleo, no hay pensiones garantizadas para todos. Ahora bien, puedes tener un estado de bienestar limitado, en el cual tienes que cumplir ciertos requisitos o estar en ciertas condiciones –bajos ingresos, por ejemplo− para tener acceso a beneficios. En este caso necesitas una burocracia que determinae quien sí y quién no es merecedor. O lo puedes tener ilimitado, lo cual implica más carga impositiva.

Durante la Guerra Fría, el Estado de Bienestar fue una vía intermedia entre el socialismo y el capitalismo puro, ya fuera para mostrar una ventaja en la guerra propagandista entre los EUA y la antigua URSS, ya fuera para calmar a las masas y quitarles la tentación de hacerse socialistas, comunistas o un “ismo” de esos. Lo primero fue más típico de los EUA, lo segundo más de Europa. Terminada la Guerra Fría, el Estado de Bienestar recibió menos apoyo y más ataques. Es, como dijimos, caro; no se ha desmantelado, pero sí se ha reducido o limitado. Esto ocurre más en EUA; por ejemplo, en la oposición feroz a las reformas modestas al sistema de salud llamadas Obamacare. Las raíces de esta oposición son ideológicas: la ética protestante y el calvinismo rechazan cualquier ayuda social, como ya vimos en la Suma contra derechas.

Alrededor de los sesenta la izquierda toma un giro. Cuando, no todo mundo pero sí cuando menos una buena mayoría, incluso en sectores previamente marginados, tiene un nivel de vida decoroso, la clase media prospera, los ricos no temen por sus riquezas y tienen oportunidad de acrecentarlas, el marxismo no tiene mucho que hacer. Así fue durante la llamada “Edad de oro del capitalismo,” el periodo entre la Segunda Guerra y la recesión de 1973. El mercado para el marxismo pasa al llamado tercer mundo o países en vías de desarrollo. Son, desde luego, los años de la Guerra de Vietnam, que en realidad fue una guerra de independencia, y de Fidel Castro. Pero es su máximo avance. En 1985, Gorbachov inicia su Glasnost (transparencia) y Perestroika (reestructuración). La caída del Muro de Berlín termina con la Guerra Fría. El marxismo no ha pasado a la historia, pero su influencia ahora es escasa.

Entonces la izquierda vira de lo económico a lo social. Ahora su inquietud es por grupos marginados, discriminados, y su meta es una democracia más inclusiva y efectiva.  Hasta mediados del siglo 20, la mayoría de las democracias estaban limitadas. En los EUA, por cuestiones de raza. Los negros no tuvieron pleno acceso al voto hasta los 60, y aún en estos días existe una tendencia a la supresión. En México, no existía más que en apariencia. Europa Occidental no se democratizó completamente hasta después, y como resultado de, la Segunda Guerra Mundial. España no lo hizo hasta la muerte de Franco. Los resultados en general fueron exitosos; en México, a pesar de la represión del 68, hemos alcanzado una democracia, si bien una frágil.

El autoritarianismo marxista provocó una reacción de parte de un nuevo grupo de pensadores, entre los que destaca Herbert Marcuse. Se forma una “Nueva Izquierda” que rechaza la lucha de clases, efectivamente abandonando la esencia del marxismo. Marcuse se sigue oponiendo al statu quo, solo que ahora lo llama el Establishment, estrictamente, la élite que controla un gobierno o una organización. Lo que buscaba la “Nueva izquierda” era atender el malestar y la inconformidad existente en la sociedad, a pesar de tener sus necesidades básicas satisfechas. Rechazó la violencia y se concentró en el activismo social. Es la época de Acuario y también la de la ansiedad. Si los sesenta, ahora, desde nuestra perspectiva, tan inocentes (aunque se nos olvida, y las nuevas generaciones no les tocó, lo que era vivir bajo la amenaza de guerra nuclear) eran ansiosos, ahora estamos prácticamente sicóticos. El movimiento de contracultura, el movimiento hippie, fue una reacción contra lo que se veía como una vida estéril, materialista, de consumo ciego, de trabajo sin realización personal, a lo que se conocía en EUA como rat race, literalmente, carrera de ratas: una vida de competencia despiadada sin una verdadera recompensa. Era, sin embargo, un movimiento (si se le puede dar ese nombre) de chicos mimados. En los EUA, también estaba fuertemente animado por la oposición a la Guerra de Vietnam (raíz de su polarización actual). Su problema fue que se afianzó en lo que no quiero. Está muy bien pasártela oyendo música y fumando mota, pero eventualmente, como ocurre con los hedonismos, terminó por ser tan vacío como el mundo fresa* (square en inglés) del que huían. El fin, no de la Guerra en Vietnam propiamente, sino del reclutamiento, quitó una razón de ser a la contracultura. Se deshizo por su falta de estructura y por episodios de violencia como el festival de rock de Altamont, en 1969. Este fue un caso severo de desorganización (un desmadre, en lenguaje técnico) pero también demostró que la generación de amor y paz hacía desmanes si no había control. En México, nuestro propio festival en Avándaro resultó tolerablemente bien, con todo y que la prensa oficial le dio por destacar las incomodidades e inconvenientes, pero el Príato, todavía receloso de los eventos del 68, prohibió conciertos de rock por un buen tiempo.

Con todo, el giro de la izquierda fue real. Es en los 60 que se inician pensamientos y movimientos vigentes todavía: derechos civiles, feminismo, ambientalismo y que a pesar del bienestar económico algo le falta a la sociedad capitalista, movimientos que ahora se denominan progresistas, ser woke (derivado del inglés awake, despierto) esto es, estar consciente.

 La Nueva Izquierda se enfrentó al dilema de todas las izquierdas. Por un lado, se topa con el hecho de que si quiere adelantar su agenda con métodos participativos, tiene necesariamente tratar con los poderes existentes. Tiene que colaborar en alguna forma con ese statu quo al que se opone. Pero si niega a colaborar, le quedan muy pocos caminos abiertos que no sean violencia. Esta disyuntiva tajante debilitó a la Nueva Izquierda. Unos terminaron por integrarse al statu quo, sin renunciar a su agenda, el “reformar desde adentro”. Otros renunciaron a sus ideales. Es el caso de Eldridge Cleaver, que surcó el espectro político completo: pasó de ser miembro de las Panteras Negras a convertirse en republicano conservador, sin mucho éxito… en ninguno de sus avatares. Otros escogieron la violencia; surgieron las guerrillas urbanas, los Weathermen en EUA, los Bader-Meinhoff en Alemania, los Tupamaros en Uruguay, Montoneros en Argentina. Todas fueron reprimidas o desistieron.

El feminismo es el movimiento de izquierda que más logros ha alcanzado. La situación de las mujeres, principalmente en el mundo desarrollado, pero en otras partes también, ha mejorado considerablemente, si bien la igualdad plena no se ha alcanzado. Como es usual en las izquierdas, el feminismo viene en una variedad de sabores: feminismo de segunda ola, de tercera, creo que ya van en la cuarta, eco-feminismo, anarco-feminismo (que en inglés, sin entender cómo funcionan los géneros gramaticales, llaman anarca-feminism). El feminismo de segunda ola surge, en parte, por las actitudes machistas de los varones que conducían el movimiento de la Nueva Izquierda. También a fines de los sesenta aparece el feminismo radical. Le debemos este bello término, el patriarcado heteronormativo opresor. Patriarcado es desde luego gobierno del padre, esto es, en este contexto, de varones. Heteronormatividad quiere decir que la humanidad está dividida tajantemente en hombres y mujeres y que las únicas relaciones de pareja válidas son entre hombres y mujeres. Esto causa opresión no solo en quienes tienes preferencias sexuales distintas, sino en todas las mujeres. El matrimonio y la familia tradicional son opresores en su esencia. Según Monique Wittig, feminista francesa: “Sería impropio decir que las lesbianas viven, se relacionan, o hacen el amor con mujeres porque la mujer no tiene sentido más que en los sistemas heterosexuales de pensamiento y en los sistemas económicos heterosexuales”. En la última entrega, quedamos en que género es una construcción social, mientras que el sexo es biológico. Aquí Wittig considera que hasta el sexo es cultural. Si la derecha se queda corta en sus planteamientos, la izquierda tiende a ir demasiado lejos. Y todavía más, el lesbianismo fomenta la mayor independencia de los sistemas de poder de género, esto es, solo así te puedes liberar de la perversidad masculina. Por discursos de este tipo, el incansable comentarista conservador estadounidense Rush Limbaugh sacó el término de feminazis. Es injusto, no han mandado a nadie a campos de concentración, de hecho el feminismo radical no es violento. (De paso, para mí la violencia en las protestas feministas recientes en México es provocada). Buscaba concientizar, sobre todo a mujeres. Pero su discurso sobre lesbianismo no es generalizable. Además, los humanos somos irremisiblemente biológicos. La cultura no puede más que reflejar esto, lo cual no quiere decir que no se pueda presentar una oposición a la opresión. Ahora bien, la tarea de concientización del feminismo tiene que incluir a hombres. En este sentido, frases como no hay hombres feministas, solo machos regenerados, no ayudan mucho. Esto es particularmente relevante en cuanto a pornografía y prostitución. Sin entrar en la polémica sobre qué tan perniciosas o inmorales son estas prácticas, queda bastante claro que reprimirlas o prohibirlas, como todos los giros negros, solo conduce a un mercado negro que solo beneficia a gente bastante tétrica, del género que sea. Tenemos evidencia abundante de esto. Entonces, si no tiendes puentes a los consumidores de estos productos, esto es, hombres, tu oposición queda en una no posición. Porque cuando atacas o denuncias, la reacción del otro va ser defensiva y no vas a llegar a ninguna parte.

Este es un ejemplo particular de una de las fallas más fundamentales de la izquierda y más en estos tiempos: su santurronería, su tú estás mal, te tengo que reformar por tu bien, su creencia en la justicia absoluta de su causa, de ahí la sensación, a veces ingenua, de que está destinada a triunfar. Su indignación cuando alguien se sale así sea un milímetro del camino correcto. Aquí se hace maniquea y contribuye a la polarización, a la cultura de la mal llamada corrección política. Llegamos al punto que un Twitt imprudente o que simplemente no le gustó a un número suficiente de personas (que no sabemos siquiera si es mayoría, porque, ¿mayoría de quienes o cuántos?) puede hacer que alguien pierda su trabajo. Le pasó a una mujer en Inglaterra que tuvo el atrevimiento de opinar que los transexuales no son mujeres. Estoy de acuerdo en que no se debe discriminar a nadie, pero no me parece motivo para desocuparla. Una corte en el Reino Unido discrepa. Aquí en México, un profesor universitario pierde su puesto por comentar el físico de conocida senadora. Como es en México, podemos tener razonable sospecha que esa decisión se tomó desde arriba, desde el poder.

A los woke les da por sacar normas de la manga. Ahora resulta que es ofensivo disfrazarte, digamos, de la Muerte Catrina si no eres mexicano. O usar un sombrero de charro. Pero, por favor, no vayan hacer al consumo de tequila políticamente incorrecto. En estos tiempos de crisis (¿por qué todos los tiempos parecen ser de crisis?) necesitamos exportar. Por mi pueden vestirse o disfrazarse como le de la gana. Tienen mi permiso, gentes del mundo, de usar traje de mariachi, si quieren y si se lo pueden agenciar. Volvemos a lo mismo: un concepto sano, respetar otras culturas, se lleva demasiado lejos. Gritar, protestar, hasta sancionar a alguien porque no te gustó como se disfrazó no es muy constructivo. Lo peor es que estos gritos en el cielo no detienen, y hasta alientan, a los verdaderos racistas.

Los humanos somos seres imperfectos, productos de sociedades imperfectas. Hay muchas injusticias que remediar, muchos entuertos que enderezar. Luego, la izquierda siempre tendrá un lugar. Ignorar injusticias es como ignorar una fuga de gas: va terminar por explotar. Pero, muy importante, si se quieren resolver con violencia, el remedio resulta peor que la enfermedad. El dogmatismo, el sentirte puro porque te preocupas por el ambiente, o la discriminación racial el, al fin, maniqueísmo, no ayuda a tu causa.

Si a la derecha la motiva el miedo, la emoción de la izquierda es la ira y la frustración. Es válido en tanto sea motivación para actuar, pero no cuando domina tu actuar. Si una vida de temor no es vida, tampoco lo es una sujeta a la furia.

La humanidad está en un laberinto en el que no ve salida. ¿Qué sigue? Esa es, en una expresión ligeramente obsoleta, con la que me arriesgo a mostrar el cobre, la pregunta de los 64,000 pesos. Será el tema de la siguiente entrega.

*Esta expresión coloquial ha cambiado de significado con los tiempos. En México, en los 60, identificaba inicialmente a alguien fuera de la “Onda.» Más específicamente, aquel que no fumaba mariguana. También, cuando no estabas pasado, “andabas fresa.» Se decía, por ejemplo, “no podemos llegar fresas a la tocada”. Esto es, necesitabas fumarte tu churro primero. Luego se extendió a los que ahora se llamarían ñoños: niños con el pelo corto, camisa fajada, cinturón puesto, zapatos bien lustrados. Las niñas con pelo corto y falda larga, por debajo de la rodilla. Conforme andar en la “onda” se hizo, pues, naco, fresa toma el significado actual: alguien de clase alta o media alta, con esa forma distintiva de hablar, que se puede describir como “irónico-pedante-arrogante”.

Las citas de Monique Wittig están tomadas de Wikipedia.

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6 Comments

anime febrero 7, 2021 at 1:16 pm - Reply

Like!! I blog frequently and I really thank you for your content. The article has truly peaked my interest. Frederica Lamar Urbani

    Federico Elenes septiembre 14, 2021 at 11:21 am - Reply

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altyazili febrero 7, 2021 at 3:05 pm - Reply

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diziler febrero 9, 2021 at 2:49 am - Reply

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    Federico Elenes septiembre 14, 2021 at 11:20 am - Reply

    thank you!

diziler febrero 9, 2021 at 5:15 am - Reply

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