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SUMA CONTRA DERECHAS
12 Sep 2020

SUMA CONTRA DERECHAS

Post by Federico Elenes

Debería ser un sobreentendido, pero frecuentemente se nos olvida que no todos vemos las cosas igual, y por lo tanto no pensamos de la misma manera. Tenemos diferentes necesidades, diferentes intereses, diferentes gustos. Los consensos son posibles, la unanimidad no. Es más, la unanimidad en el ámbito político es signo inequívoco de dictadura. Pero, como vimos en el post anterior sobre maniqueísmos, la rivalidad se ha convertido en enemistad, que alguien disienta de las ideas de otro encienda la furia, y la ira se toma por fuerza. Que no todo mundo tiene buenas intenciones ni buena voluntad complica las cosas. Distinguir falso de verdadero nunca ha sido fácil, y menos aún en estos tiempos en que la manipulación es facilísima, tanto que las mentiras ya no se les dice así, sino que son fake news.


Es natural que los humanos nos asociemos con gente que piensa igual que nosotros. De los equipos podemos pasar a las tribus, y eso ya no es siempre afortunado. Dijo Simone Weil, en los tiempos oscuros de la Segunda Guerra Mundial (más oscuros que los nuestros, con todo y pandemia) que un grupo tiende a imponer sus ideas a sus miembros. El caso extremo de esto es la fusión que describimos en el post anterior. Weil, que tendía a la exageración, planteó la desaparición de los partidos políticos. Dijo que la idea parece extraña solo porque no nos es familiar, pero no veo cómo se pueda hacer política en sociedades complejas como las nuestras sin alguna forma de agrupación.


Me temo que, por mucho que nos disgusten y desconfiemos de ellos, partidos políticos tenemos y tendremos. Inevitablemente, representarán una gama de posiciones y de ideologías. Estas ideologías se han dividido en dos categorías amplias, denominadas derechas e izquierdas. El término proviene de los tiempos de la Revolución Francesa, cuando en la Asamblea Nacional los diputados defensores de la monarquía se sentaron a la derecha y los revolucionarios a la izquierda. Así, quienes sostienen posiciones denominadas conservadoras se llaman de derecha, y quienes sostienen posiciones denominadas progresistas o reformistas, se llaman de izquierda. En Estados Unidos, lo que pasa por izquierda se llama ser “liberal” y a los que se les oponen “conservadores”, identificados respectivamente con los partidos Demócrata y Republicano; pero, desde la candidatura de Jesse Jackson (quien fue estrecho colaborador de Martin Luther King) en los 80, hasta la presente de Bernie Sanders, no ha habido en los EUA una izquierda genuina.


Es importante notar que son etiquetas convencionales. A veces dicen más del que las pone que a quien se las han colocado. Entonces, daremos una definición un poco más objetiva, con el entendimiento que no hay objetividad completa en esto. Conservador, derechista, es pues quien defiende un statu quo. Es alguien tiene algo que conservar. Las clases media alta y alta, profesionistas, empresarios, grandes comerciantes, tienden a pertenecer a la derecha. Los superricos, que tienen mucho poder y agencia, pueden ser lo que escojan, desde ultra derechistas a filántropos y reformistas como George Soros. En este post vamos a disecar la ideología derechista, enfocándonos donde falla o donde se queda corta. En uno siguiente haremos lo mismo con la izquierda, no tengan pendiente.


Statu quo es un término del latín, traducido literalmente significa “en el estado en que.” Se usó inicialmente en la diplomacia para indicar las cosas tal como están. En los siglos 18 y 19, el statu quo era monárquico y aristocrático en la mayoría de los países de Europa. La Revolución Francesa deshizo ese statu quo. Los EUA también nacieron como oposición a ese statu quo, ahora respecto al de la Gran Bretaña; se formaron como república, y sin la oposición de una aristocracia fuerte, el comercio y posteriormente el capitalismo tuvieron terreno fértil para crecer. Hay una amplia variedad de pensamientos que pueden definirse como conservadores. Incluso, la defensa férrea y violenta del statu quo en la antigua Unión Soviética, y ahora en China, es una forma de conservadurismo, aunque técnicamente se consideren ideologías de izquierda. El conservadurismo como se entendió, cuando menos hasta el surgimiento de Donald Trump, es el que predicaron Ronald Reagan en los EUA y Margaret Thatcher en el Reino Unido, englobado bajo el término de neoliberalismo. La expresión tiene un significado elástico, según quien lo use, y, sobre todo por estos lares, ha tomado un sentido peyorativo. Resumiendo sus políticas, en lo económico defiende al mercado libre y pregona intervención mínima del Estado, quiere impuestos bajos, apoya en forma irrestricta a las empresas y trata de disminuir la fuerza de los sindicatos. Se opone a programas asistenciales, no le gusta los apoyos a la cultura y prefiere no invertir en educación. Algunas responsabilidades previamente del Estado se pasan a empresas privadas: caminos, telecomunicaciones, y, en EUA, hasta cárceles han sido privatizadas. Aunque estas fueron políticas principalmente en EUA y el Reino Unido, tuvieron repercusión, en mayor o menor grado, en gran parte del mundo. Incluso China liberó su economía del estricto control que Mao había impuesto. En lo social, la derecha defiende jerarquías, delimitación de clases sociales, meritocracia y formas tradicionales de relaciones de géneros y matrimonio. Cree en el progreso, pero para ellos equivale a crecimiento económico. En los países anglo-sajones también incluye una exaltación de lo individual.


En los países de habla hispana, la derecha está asociada a la religión católica y su ética deriva de esto. La Iglesia Católica, contra lo que se suele pensar, no es pro-capitalista. Es, sí, enemiga del marxismo, por el ateísmo de este. En su política social defiende la dignidad humana, lo cual incluye a todos los seres humanos, incluyendo a los no nacidos, y en lo económico el principio de subsidiariedad, que en su esencia significa que los más favorecidos deben ayudar a los menos. Pero también es autoritaria, tradicionalista y jerárquica. Así vemos que las derechas no representan un conjunto homogéneo de ideologías; al contrario, se puede ser de derecha en el ámbito económico y muy de izquierda en el social: a favor de mercados libres y también apoyar el aborto. No es una combinación desusual, tampoco.


El problema fundamental de defender el statu quo está en su impermanencia. Efectivamente, nada es constante en, como dijo Paul McCartney, “este mundo siempre cambiante en el que vivimos”. La palabra “estado” (que deriva del latín status) se define como “situación en que está una persona o cosa sujeta a cambios”. Todo va cambiar, incluso esa montaña que se ve tan estática, tan permanente. La derecha no acepta, o acepta a medias, esta realidad. Quiere continuidad; teme el cambio. De ahí su inclinación a la tradición, que le dé un valor alto a la ley y a las formas –generalmente, las ideologías de ley y orden son de tendencia conservadora− y que desconfíe de las reformas. También, consecuencia de esto, es su tendencia a ser autoritaria. Admira el uso de la fuerza pública y militar, está a favor de penas severas para infractores, ya sea morales o legales. Ve imposición, o peligro de imposición, cuando se discuten ciertas reformas, o se quieren realizar ciertas acciones. Por ejemplo, hace ya varios años, un ciudadano de Monterrey publicó una inserción en la prensa explicando por qué se oponía a que se construyera una iglesia mormona. En el fondo, su oposición era a la presencia de una iglesia que no fuera católica. Dicha presencia la planteó como un atentado en contra de un “bien común.” Esto no es más que otra forma de decir statu quo. Es cierto que los mormones hacen proselitismo, son notorios por ello, pero para la derecha ese proselitismo se ve como imposición, en vez de una decisión que cada quien pueda tomar personalmente.


Este gusto por la autoridad, por las jerarquías, implica mantener una disciplina personal. Si creo en el orden, necesariamente me tengo que someter a ciertas personas a las que considero jefes, y acatar una serie de normas. Entonces, la derecha cree mucho en el carácter personal. Ensalza virtudes como disciplina, rectitud, trabajo duro, obediencia. Ahora bien, defender un statu quo tiene una implicación obvia: ese statu quo me conviene, me ha tratado bien. Por eso la derecha, como dijimos, tiende a concentrarse en las clases altas. El orden social es evidentemente injusto, si bien el grado de esa injusticia varía de nación en nación, e incluso dentro de las naciones mismas. Sobra decir que la nuestra es una de las más injustas. Ello provoca una disonancia cognitiva: veo la injustica, pero no la remedio, porque me conviene ese estado injusto. Entonces, hago una maroma mental y me refugio en la virtud personal. Mi situación acomodada, me digo, es producto de mi esfuerzo, o el de mis padres. Si alguien quiere mejorar, que se esfuerce, igual que yo. De ahí el tópico: son pobres porque quieren.


El derechista ama las historias de superación. En la segunda mitad del siglo 19, en los EUA, Horatio Alger logró hacerse de una fama efímera narrando este tipo de historias, del muchacho pobre pero trabajador que alcanza la riqueza. Su calidad literaria fue pobre, y pocos han oído de él en estos días, incluso en los EUA, pero el punto es que resonaba con la cultura del momento. Todo era posible, con tal de fueras lo bastante decidido y trabajador. México adoptó este ethos después de la revolución, pero con un matiz. A diferencia de los EUA, quienes preferían negar la realidad de sus clases pobres, México se regodeaba en mostrarlas, en películas como Nosotros los pobres de Ismael Rodríguez y Los olvidados de Luis Buñuel. La pobreza es una sentencia y no puedes escapar a esa condena. Ante la estrechez, las limitaciones, la violencia de la miseria, la única respuesta que te queda es el estoicismo. Sí, sé honesto, sé trabajador, como Pepe el Toro, pero aunque superes un obstáculo, ya vendrá otro, y otro. No es con su humilde oficio de carpintero que Pepe el Toro supera sus circunstancias, sino como boxeador. La derecha mexicana considera que esta actitud de resignación es una de las causas del subdesarrollo de México, en vez de verla como una respuesta lógica y entendible a las circunstancias en que se encuentra el pobre. (Aquí no vamos a considerar los discursos simplistas de AMLO). Se contrasta con el optimismo estadounidense, que nos parece ingenuo. Los crudos inviernos del norte de ese país eran motivo de regocijo: Let it snow! El invierno es una tierra de maravilla: Winter Wonderland. Son expresiones que solo vas a decir inserto en una comodidad, con un techo sobre tu casa y el fuego ardiendo en la chimenea. Luchamos por esto, se puede contestar. Es cierto, sé personalmente de quien de vender periódicos en la calle llegó a ser alto ejecutivo de una empresa. Pero igual que los que han ascendido el Everest, ganado el Supertazón o la Champions, son excepciones. La mayoría de los mortales no volaremos tan alto. No intento demeritar los logros de nadie. La realidad, sin embargo, es esta: la mayoría de nosotros, en el país que sea, nos quedamos en la clase social en la que nacimos. El caso extremo es el mismo Donald Trump, quien siguiendo en el negocio de papi ganó –y perdió− millones. Hablando más generalmente, tu posición social, que no es mérito tuyo, sino el espacio donde te tocó nacer, determina tu educación, tu salud −sobre todo tu nutrición en esos primeros años críticos−, tu bienestar, y, cuestión nada trivial, a quien conoces. Esto es lo que no se entiende cuando se habla de privilegio. No significa que no te esforzaste para levantar tu negocio o destacar en tu profesión. Pero hay que reconocer que, si naciste de clase media para arriba, naciste con unas ventajas que los de abajo no tienen, que sí hay cosas que te entregaron en charola de plata.


Ya mencionamos la doctrina de responsabilidad social de la Iglesia Católica. Recordemos que Jesús de Nazaret criticó fuertemente las riquezas y sobre todo, la codicia y el apego a las mismas. En Occidente, el trabajo se consideró una maldición, el castigo impuesto a Adán por transgredir: “Con el sudor de tu frente comerás tu pan…” (Génesis 3: 19). La reforma protestante, particularmente en su vertiente calvinista, cambió esta forma de pensar. Dios ya ha predeterminado quien se va salvar. Lo único que te justifica es tu fe. Para una mente hispana, como la mía, eso me dice: si la cosa no es segura, para qué me preocupo y mejor hago lo que me da la gana. En cambio, para el calvinista germano y anglo sajón, quiere decir: esfuérzate más. Y la manera como muestras tu esfuerzo es con tu trabajo, que es lo que contribuyes a tu comunidad. En otras palabras, zapatero a tus zapatos. El dinero que ganas es premio justo a tu esfuerzo. Pero también, seguidores devotos de las Escrituras, no pasan por alto las sentencias evangélicas contra las riquezas. Por lo tanto, no has de despilfarrar en lujos y ostentaciones. El puritano, calvinista de hueso colorado, fue austero a más no poder. Si trabajas mucho y no gastas, bueno, ahorras. Es la ética protestante: trabaja duro y ahorra. Es pecado gastar ese ahorro en fruslerías. ¿Qué haces entonces con esa acumulación de capital, dicho en términos económicos? Pues la reinviertes. Es la tesis del sociólogo alemán Max Weber para explicar por qué el capitalismo surge en países protestantes. No es una teoría unánime y el mismo Weber advertía contra basar un análisis en un solo factor. El punto es que para el calvinista el trabajo toma una dimensión espiritual. Es una virtud personal, y como tal, atractiva a la derecha. Se desprecia al holgazán. No se aprueba de la limosna ni la caridad en general, porque fomenta la vagancia. Esta es la raíz cultural e ideológica de por qué la derecha en EUA rechaza cualquier forma de asistencialismo, incluso la cobertura universal de salud.


El problema del calvinismo es que reinvertir para ganar más dinero para otra vez reinvertir comienza a perder sentido. El dinero, sí, es una añadidura, lo importante es el valor espiritual del trabajo. Pero uno se pregunta, si lo que importa es ese valor espiritual, ¿por qué cobras por tu trabajo? Tengo que mantener cuerpo y alma juntos, responde el puritano. Entonces, ¿por qué no quedarte con el mínimo requerido para vivir? Es el premio justo por mi trabajo, responde. Sospecho, digo yo, que no estás tan peleado con el dinero. Además, como señala Weber, ese valor espiritual, que todo oficio sea visto como vocación, redunda en ventaja del empresario, que explota sus trabajadores a través de su devoción prometiéndoles así su salvación eterna. Marx observa, menea la cabeza, y dice mal, muy mal. Con el tiempo, al desarrollarse el capitalismo, la doctrina del valor espiritual del trabajo fue perdiendo valor. La lógica del capitalismo es aumentar mercados. Para esto requiere gente que compre, de preferencia un poco más que lo indispensable. En otras palabras, consumidores. Así, el capitalismo es incompatible con sus orígenes. De hecho, las sociedades capitalistas tienden a hacerse cada vez más materialistas; la religión, sobre todo la tradicional, va perdiendo fuerza. Ayn Rand reconoció esto implícitamente con su ateísmo, lo cual la colocó en una posición incómoda como ideóloga de derecha en los EUA, donde la derecha se identifica con el presbiterianismo (la representación del calvinismo en ese país) y el evangelismo. Ahora bien, los miembros de estas religiones llevan un nivel de vida clase media estadounidense, que no es precisamente austero.


Continuando con Ayn Rand, esta creía en un individualismo exacerbado. Nadie le debe darle nada a nadie, salvo por intercambios justos. Rand se dedicó a escribir novelas y externar opiniones extremas. Pero influyó seguramente en Margaret Thatcher, quien aseveró que la sociedad no existe, solo los individuos. Pues bien, mis estimadas Rand y Thatcher, en paz descansen ambas, ese sistema capitalista que tanto amaron y defendieron no puede existir más que inserto en una colectividad. Esa colectividad, para que tu capitalismo prospere, requiere de un orden y ese orden requiere de un Estado, y fuerte además. Se necesita ese Estado que haga valer el derecho de la propiedad y los contratos, para mencionar solo dos puntos. Necesitas una red de caminos, que construyó el Estado, necesitas personal con un nivel de educación mínima, que le proporcionó el Estado y un sistema de salud, que proviene del Estado, esto en todos los países desarrollados, salvo los EUA. Todo lo cual requiere esa odiosa imposición, los impuestos. Pero, ¿qué no dijiste que en eso creen las derechas, en ley y autoridad? Efectivamente, así es. Lo que pasa es que la derecha empresarial quiere Estado solo donde le conviene. Abajo el capitalismo de cuates, a menos que el cuate sea yo. A disminuir el gasto gubernamental, excepto donde yo pueda sacar tajada. Por eso, en los EUA el déficit gubernamental aumenta con los republicanos: bajan impuestos pero aumentan el gasto en defensa, el cual, como se sabe, es una cantidad desproporcionadamente astronómica. Pero hay una inmensa cantidad de proveedores dispuestos a cumplir con su deber patriótico de surtirle al Pentágono.


Al defender tradiciones y religión, al mismo tiempo que apoyar al capitalismo, la derecha se coloca en una contradicción. No es todo. Dentro del conjunto de ideologías que sostienen el capitalismo está la del progreso. La vida de los humanos se puede mejorar, y siendo así, hay un imperativo moral para hacerlo. Este es uno de los principios que surgieron con la Ilustración, como vimos en la entrega pasada. Pero el progreso, por su naturaleza misma, es disruptor. La ciencia tiene la desconcertante costumbre de poner de cabeza lo que antes creíamos cierto. La tecnología genera empleos, pero también los desaparece. ¿Dónde están los telegrafistas, las taquimecanógrafas, los elevadoristas de antaño? Capitalismo y revolución industrial (no por nada se llama así) van de la mano; el primero precede en el tiempo, pero la segunda le dio su push definitivo. Entonces, el pausado cambio natural recibe una aceleración formidable, fenómeno que describió Alvin Toffler allá por 1970 en su Shock del futuro. El progreso desde luego tiene un número de interpretaciones. Aceptar la homosexualidad puede ser progreso para mí; inmoralidad y degeneración para ti. Pero podemos decir que hay un consenso: implica mejoría económica, esto es, mejor vivienda, mejor alimentación, mejor vestido. Entonces, ocurre un fenómeno: la mejoría del nivel de vida genera nuevas exigencias. Así, en mi opinión, no es casualidad que en el apogeo del capitalismo, en la década de los 60, surgen movimientos sociales como el feminismo y la exigencia de igualdad de derechos por parte de negros y latinos. En México, el movimiento del 68 tuvo raíces similares.


El capitalismo es rígidamente racional. Hay que aclarar lo que se entiende por esta racionalidad, porque no quiere decir que antes los seres humanos fueran irracionales. Tiene su raíz en una postura filosófica originada durante la Ilustración, el empirismo. Para esta escuela, el conocimiento proviene de lo percibido por los sentidos, por lo tanto, rechaza la intuición y la verdad revelada. La racionalidad que mencionamos no debe confundirse con la escuela filosófica llamada racionalismo, que considera que el conocimiento proviene de la razón y que tenemos ciertas ideas innatas. Estas escuelas no están necesariamente en competencia: se puede ser empírico y racionalista. Tampoco es el propósito aquí discutir los méritos de una y otra escuela. Lo importante es que la forma general de pensamiento durante el surgimiento del capitalismo es empírica y científica, sobre todo en Inglaterra. La racionalidad del capitalismo es la búsqueda del resultado, y por ende la eficiencia. Las relaciones humanas ya no se basan en tradición y linaje, sino en una búsqueda de objetivos; se hacen utilitarias. Su forma de organización característica es la burocracia, como señaló Weber. Las cadenas de montaje de Henry Ford, con sus funciones definidas y especializadas, son, aunque parezca extraño, una forma de burocracia. Otras de sus características son cadenas de mando, disciplina y sujeción de la conducta oficial a la misma, avance sujeto a reglas prestablecidas, autoridad impersonal derivada del puesto. Esto te da efectividad y productividad (términos netamente burocráticos) pero también limita tu libertad en lo que Weber llamó la jaula de hierro. Este fue pesimista, creía que el destino de la humanidad era la burocratización. No pareció ser así en la segunda mitad del siglo 20, con el surgimiento de las nuevas tecnologías. Las grandes empresas capitalistas del siglo 19 y principios del 20, los ferrocarriles, las acereras, las compañías petroleras, se veían escleróticas y obsoletas, ante la agilidad dinámica de la electrónica. Pero los gigantes de antaño se han sustituido por otros: Google, Apple, Microsoft, Amazon, surgidas todas en las últimas décadas del siglo 20. La burocracia ya no es un funcionario, amable o no; es una forma que aparece en la pantalla de tu computadora. Hace poco hice un pedido por Amazon y me topé con un mini-requisito: tenía que introducir otra vez los números de mi tarjeta. Hay desde luego una razón, mi protección. Es la racionalidad radical de la burocracia: siempre tiene sus razones, aunque no necesariamente las conozcas, mucho menos hayas influido en ellas.


La meritocracia es otro ejemplo de esta racionalidad. Asciendes, mejoras, creces de acuerdo a ciertas reglas pre-establecidas. Es irrelevante si las reglas son justas para ti o no. Dichas reglas exigen, por ejemplo, el poseer, para aspirar a ciertos puestos o ciertos ingresos, ciertas credenciales determinadas por ciertas autoridades. El acceso a estas credenciales está también sujeto a mérito, esto es, a un conjunto de reglas, y es en base a competencia. De un número de aspirantes se escogen a “los mejores.” ¿Quiénes son estos “mejores”? En la superficie, aquellos que tienen más conocimientos o destrezas. En el fondo, son quienes mejor cumplen esas reglas predeterminadas. En todo caso, la competencia está sesgada a favor de unos y en contra de otros, a favor de las clases medias y altas, en contra de las bajas. Esos conocimientos y destrezas no se reparten por igual. Entonces el capitalismo entra en otra de sus contradicciones. La movilidad social, o cuando menos la esperanza de esta, le da su dinámica. Pero a la vez, como ya señalé en otro post, se necesita de quien, como dijo Marcuse, realice las tareas necesarias pero desagradables. Alguien tiene que limpiar los pisos, recoger la basura, subirse a los andamios, destapar los caños. Es posible que la tecnología sustituya con máquinas algunas de estas tareas, pero debemos de tener cautela con la tecnología como una panacea. Es la lógica unidimensional del capitalismo, y otra vez Marcuse, el carácter irracional de su racionalidad.


El objetivo del capitalismo es el comercio. No lo inventó, desde luego, lo que hizo es convertirlo en el propósito único de la sociedad. Una muy buena definición de empresa es solucionar los problemas de otro con utilidad para ti. Esto lo ha hecho eminentemente bien el capitalismo, y por esto, a pesar de sus contradicciones hasta ahora no se ha dado el colapso que predijo Marx. Henry Ford lo contradijo –sí, pragmática y empíricamente− al descubrir que tenía que pagarles a sus trabajadores lo suficiente para adquirir sus productos. No es generalizable: dudo que la afanadora de Mercedes-Benz pueda adquirir uno. Como el capitalismo necesita mercados, inevitablemente todos tendrán que ser parte del sistema. De ahí la globalización. Al seguir el capitalismo su lógica inexorable, busca nuevos objetos que comercializar. Eventualmente, cada vez es mayor el número de objetos vendibles y lo que no tiene mercado va desapareciendo. Ayn Rand, sí, otra vez, se quejaba de las malas novelas y los periódicos sensacionalistas, sin percatarse que son el resultado inevitable del sistema capitalista que tanto amaba. Si hay un mercado, alguien lo va satisfacer. Además, el empirismo desdeña la metafísica. Si no hay evidencia de tus sentidos de algo, digamos, Dios, no es racional creer. De ahí que, volvemos a lo mismo, el tradicionalista en el capitalismo se encuentra en un dilema, y uno que difícilmente puede reconocer. Poco a poco, las religiones tradicionales se van marginalizando. Por esto, lo ya mencionado, la Iglesia Católica desconfía del capitalismo. En cuanto a otras formas de espiritualidad, yoga, New Age, Meditación Trascendental, etc., o las comercializa o desaparecen. Igual ocurre con la cultura. Ahora entrega “productos” que se “consumen.” Así, ¿o lo quieres más capitalista?


La lógica se extiende a los giros negros: apuestas, sexo y drogas. La demanda por estos existe, y está lejos de ser despreciable. Si es posible, se busca la legalización, o cuando menos, su aceptación. Es el caso de las apuestas. Se establecen casinos donde quiera que lo permitan los resquicios de la ley. En todo caso, ahí está Internet, para quien quiera deshacerse de su dinero. Algo similar ocurre con la pornografía. Tampoco es invento reciente, pero poco a poco se fue insinuando en la aceptación popular, sobre todo desde la segunda mitad del siglo 20. Fue de las primeras industrias en adoptar las nuevas tecnologías digitales. Internet, otra vez, te da acceso universal. Las advertencias sobre restricción a menores de edad y que su acceso pudiera estar prohibido o restringido en tu jurisdicción son, como ironizó hace años la revista Mad, echar azúcar para que no vengan las hormigas. Tanto el juego como la pornografía son giros legales o cuasi-legales. No así el tráfico de drogas, que está terminante prohibido, pero esta veda no impide el consumo en lo más mínimo. El mercado está ahí, y surtido será. Lo lucrativo de este comercio permite sobornos hasta en los niveles más altos, más en un país como México donde la corrupción es un modo de vida. Pero la misma ilegalidad refuerza, paradójicamente, la lógica del comercio. Por un lado, genera una escasez artificial, y por ende, mayor precio. Aumenta sus costos, también, pero es fácil compensarlos, porque estos productos no se dejarán de consumidor porque su precio aumente. Por otro lado, el comercio capitalista implica competencia. Dentro del orden legal, significa dar valor, en forma de precios accesibles, mejor calidad, más servicios, etc. Pero si ya estás por definición fuera del orden legal, no hay límite a lo que puedas hacer para vencer a la competencia, salvo las medidas que esa misma competencia pueda tomar para defenderse a su vez. La violencia atroz del narco es consecuencia tanto de su ilegalidad como de la lógica comercial del capitalismo.


La lógica comercial requiere minimizar costos y maximizar utilidades. Prefiere, por lo tanto, mano de obra barata. Esto no contradice lo que dijimos sobre Henry Ford. Por un lado, llevas tus manufacturas a países pobres. Pero por otro, tienes la inmigración de países pobres a ricos, sobre todo a Estados Unidos, aunque el fenómeno se da en Europa también. Te conviene tener esa gente en tu país, porque son mano de obra barata, y como empresario te conviene que sean ilegales. Los tienes en tu puño. Pero, no vas a reconocer estos hechos. De ahí que se coloquen barreras legales y físicas a la inmigración, y se haga gran alharaca sobre ilegales, mucho ruido y pocas nueces, porque ahí siguen, remodelando casas, instalando aire acondicionado, lavando platos, cocinando, etc. En EUA, las leyes que supuestamente impiden contratar indocumentados tienen huecos del tamaño de la luna.


El énfasis que la derecha pone en el carácter personal dificulta la solución de estas problemáticas. El inmigrante ha infringido la ley. Punto. Como ha quebrantado una ley, ¿qué esperanzas hay de que cumpla otras? Es por ende un criminal, y los criminales no llevan vidas tranquilas y pagan impuestos. No es concebible que contribuyan con su trabajo a la sociedad. En cuanto al drogadicto (o el alcohólico, para el caso), su situación es producto de sus deficiencias de carácter, que se consideran de naturaleza esencial. No tienen remedio, pues. Es escéptica de programas de reforma o rehabilitación. Entonces, la única solución en su mente es la prohibición. Ante el aumento de tráfico y consumo, insiste en reforzar las medidas autoritarias. Cae en la definición de locura: hacer lo mismo y esperar resultados distintos.


La derecha ama el orden. En y de por sí, es muy válido. Pero, otra vez, se queda corta. Quiere que cada ser humano encaje en su cuadrito. La mayoría de nosotros somos cuadraditos, y más o menos cabemos en nuestro lugarcito, si bien con un poco de roce. Pero si naciste redondeado, pues a ver cómo le haces para caber en tu cuadrito. No me interesa tu redondez, te dice, podrá no ser tu culpa, pero es tu responsabilidad hacerte cuadrado. A ver cómo le haces. Es necesario para tener una sociedad en orden; si no, tenemos caos. Lo que este discurso de orden no toma en cuenta es que quién lo pronuncia se beneficia por ese orden. Es el caso de las relaciones de raza. Declarar una raza inferior beneficia a quienes hacen esa declaración. Tu lugar, persona de clase baja y piel oscura, es servirme a mí, persona de clase alta y piel clara. Mientras lo hagas, bajo mis términos, no tendrás problema. Te doy un trato amable, ¿cómo ves? Hasta acepto, en teoría, que somos iguales, con tal de que no quieras ser demasiado igual. Raza nada más hay una: la humana. Racismo es darle valor moral a un fenotipo. Fenotipo, aclaro, sin profundizar demasiado en genética, es la manifestación de un gen. El color de la piel, el tipo de pelo, la forma de los ojos, todos son fenotipos. Lo que esto implica es que la raza es una construcción social. Simplificando un tanto, quiere decir que en una colectividad hay una realidad aceptada: tales individuos con tal fenotipo constituyen una raza. Las diferencias entre europeos, asiáticos y africanos son, desde luego, evidentes. Son, precisamente, fenotipos. Pero lo borroso de estas diferencias se evidencia cuando se forma la controversia, completamente absurda a mi manera de ver, si fulano o mengana son de tal o cual raza. Por ejemplo, si la actual candidata a la vicepresidencia de los EUA, Kamala Harris, es de raza negra o no. O durante el apartheid en Sudáfrica, miembros de una familia caían en categorías distintas, según la percepción de algún funcionario público. En México, donde nada es sencillo, tenemos mestizaje, es cierto, junto con una mezcla de clasismo y racismo, donde conforme se sube la escala social la cantidad de melanina en la piel disminuye. Así que somos a la vez racistas y clasistas. Se usan términos despectivos para miembros de grupos indígenas: “cuitolitos” en la Huasteca Potosina, “mayitas” en la Península de Yucatán. Para la derecha mexicana, estas distinciones son justas y naturales. Desafortunadamente, de estas actitudes y de estereotipar tenemos marginación y discriminación.


El caso de género es similar, y ha dado para mucha falacia de hombre de paja, que es representar tendenciosamente un argumento, dándole un sentido que no tenía originalmente. De modo que hablar de igualdad de género no significa que no hay diferencias entre sexos. Se refiere, según la OMS, a “los conceptos sociales de las funciones, comportamientos, actividades y atributos que cada sociedad considera apropiados para los hombres y las mujeres”. Otra construcción social. Las diferentes funciones y comportamientos pueden generar desigualdades de género, es decir, diferencias entre los hombres y las mujeres que favorecen sistemáticamente a uno de los dos grupos. Ya sabemos cuales. Esto, me parece, no tiene vuelta de hoja. Las desigualdades son reales. En EUA, país más rico del mundo, pero ni remotamente el más justo, el porcentaje de pobreza entre hombres y mujeres de más de 65 años, un grupo de edad vulnerable, es de 6% para los primeros contra 11% para las segundas. Casi el doble. Qué es lo que nos define como hombres y mujeres, por qué unos nos comportamos de una manera y otras de otro, es un tema complejo sobre el cual no hay consenso entre las gentes que de esto entienden. Es seguramente una mezcla de influencias biológicas y culturales. ¿Cuál predomina? Hay quienes dicen biología, hay quienes dicen cultura. Lo que dudo mucho es que haya una “esencia” en uno u otro que te condene a ser de tal manera. Esto va contra una de las características más notables del ser humano: su flexibilidad, su capacidad de adaptarse a un número enorme de circunstancias. El ser humano ocupa prácticamente todos los ambientes de la superficie terrestre y ha metido sus narices en los más extremos, desde la cima del Everest hasta los más profundos abismos del mar. No son precisamente conservadores quienes lograron estas hazañas (aunque políticamente quizás lo hayan sido. No lo sé).

El hecho es que la opresión de unos seres humanos sobre otros es real. Si los que proclaman que las vidas de los negros importan (Black Lives Matter) no es porque las de los demás no importen, desde luego que importan todas, sino porque están siendo asesinados en mayor proporción. La opresión existe porque, uno, hay un grupo vulnerable, y dos, porque alguien le conviene aprovecharse de esa vulnerabilidad. El mismo poder refuerza esa vulnerabilidad. Estas relaciones de género y razas y demás, se forjan desde el poder, decía el filósofo francés Michel Foucault. Pero como buen académico francés, no podía simplemente decir que esto es así porque a alguien le conviene. En vez de ello, dijo que es el resultado de “un conjunto de estrategias complejas,” que es como definió el poder.


La resistencia al cambio es natural en el humano. Nos gusta que las cosas se queden como están, sobre todo si ese statu quo es de comodidad para nosotros. La emoción que subyace en todo conservadurismo es el temor a lo nuevo, a lo otro, e incluye los miedos comunes a todos los seres humanos, desde a enfermar, envejecer y morir, pasando por ser víctimas de violencia, hasta los menos dignos de perder nuestra comodidad y nuestros privilegios. Este temor no se reconoce como tal, como ya mencioné en el post previo; muchas veces se disfraza de ira, sobre todo en aquellos caballeros que militan en el género masculino. Porque así se espera que nos comportemos. Pero la vida dominada por el miedo, reconocido o no, no es vida.
Hasta aquí las derechas. Pero las izquierdas no se salvan. Su escrutinio les toca en la siguiente entrega.


NOTAS

La caricatura al inicio es de Abel Quezada
Las citas de Simone Weil son de L’Enracinement, traducido al inglés como The Need for Roots (Routledge Classics) y al español como Echar raíces.
Max Weber expresa su tesis sobre los orígenes del capitalismo en su obra titulada La ética protestante y el espíritu del capitalismo, publicada por el FCE.
Las opiniones de Ayn Rand las tomo principalmente de su prefacio a su novela Fountainhead, publicada en español como El manantial. (Deusto)
La definición de género de la OMS viene en https://www.who.int/topics/gender/es
Las observaciones de Marcuse están tomadas de One Dimentional Man. (Routledge Classics)
Los datos sobre pobreza en EUA son del US Census Bureau.

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1 Comments

universidades internacionales europa diciembre 29, 2021 at 3:36 pm - Reply

קורס וורדפרס – היום השני Vaya, eso fue inusual. Acabo de escribir un comentario extremadamente largo, pero después de hacer clic en enviar, mi comentario no apareció. Grrrr… bueno, no voy a escribir todo eso de nuevo. De todos modos, ¡solo quería decir maravilloso blog!

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