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20 Feb 2020

La bipolaridad simplista de Lopez Obrador

Post by Federico Elenes

Ahora sí me encabroné con nuestro mañanero presidente. Nunca ha sido santo de mi devoción, desde que fue Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, entonces todavía Distrito Federal. Recordemos como entonces descalificó una megamarcha que le hicieron en contra de la inseguridad. Que era de puros niños bien. No los llamó fifís, ese término es de más reciente adquisición. No me gustó su actitud del 2006, cuando alegó un fraude que nunca se demostró cabalmente. Entiendo como, después de dos sexenios que quedaron a deber, después de la descarada corrupción de EPN, (sobre la cual los de la 4ta Transformación se muestran curiosamente silenciosos) una gran parte del electorado mexicano haya depositado sus esperanzas en Andrés Manuel. De modo que, al resultar electo con una abrumadora mayoría, me dije, hay que esperar, reservar juicios, ver como hace las cosas. Si a él le va bien, nos va bien a todos. Desafortunadamente, han sido mis temores y no mis esperanzas las que se han hecho realidad. Nulo crecimiento económico, aumento de la criminalidad, incapacidad de enfrentar los carteles, política exterior errática con confrontaciones innecesarias y abyecta sumisión al inquilino de la Casa Blanca (ambos están cortados con la misma tijera, todo parece indicar). Estas son inquietudes, pero nada de ello me enfureció. Ahora, sin embargo, con esta infame declaración que el feminicidio “es el fruto podrido del egoísmo y de la acumulación de bienes en unas cuantas manos», esto es, por el neoliberalismo, se me puso la cara roja y me salió humo por las orejas. Según el budismo, la ira es uno de los tres venenos, junto con la codicia y la indolencia. Pero también puede ser impulsor. Puedes usar su energía para el bien. 

Entonces, ya con un poco de calma, veamos este asunto poco a poco. Primero, unas definiciones. Feminicidio es un término controversial, como lo son muchas de estas cuestiones de género. (No me voy a poner a discutir qué es género, porque nos desviamos del camino y porque este artículo tiene que tener una longitud razonable). Es una noción reciente. Previamente, teníamos homicidios, y la ley no hacía distinción en cuanto a la víctima. Hombre o mujer, el delito era el mismo, y este principio me parece correcto, en general. Es cierto que la inmensa mayoría de los que mueren asesinados son hombres; solo que, junto con este dato, hay que señalar que la inmensa mayoría de los asesinos también son hombres. A lo que se refiere el término feminicidio es a mujeres que son muertas por el solo hecho de serlo, generalmente por violencia doméstica. Son los casos de Abril, de Ingrid, y ahora el de Fátima, para mencionar los más sonados. Que estas atrocidades sean tipificadas como delitos, o se incluya el factor de género como agravante, como se ha sugerido, lo dejo para los entendidos en leyes. Pero tirios y troyanos podemos coincidir que una sociedad civilizada no puede tolerar casos de estos.

Ahora, neoliberalismo. Se entiende como un sistema de libre empresa con mínima intervención del Estado. En la práctica implica impuestos bajos, poca normatividad, mínima burocracia. Antes de los ochenta del siglo pasado se le llamaban capitalismo laissez faire, lo que en francés quiere decir “dejar hacer”. La gran depresión de 1929 cuestionó esta doctrina y surgió una opuesta, el keynesianismo, que proponía la intervención del Estado en la economía. El papel del Estado, decía, sería garantizar el bienestar a todos. El término neoliberal surge con las medidas impuestas en los ochenta por Reagan en los Estados Unidos y Margaret Thatcher en el Reino Unido. Los países más neoliberales son Suiza, Singapur, y Hong Kong, antes de la anexión a China. Estados Unidos pretende serlo, y sí, algunas medidas de Trump, como su reducción de impuestos, lo encaminan en esa dirección; otras, como la imposición de aranceles, no lo son. Quedará evidente que México no es, y nunca ha sido, neoliberal en sentido estricto. Algunas reformas pasadas, particularmente la autonomía del Banco de México, iban en esa dirección. Reducir trámites burocráticos, alejarse de terrorismo fiscal, también lo son, y, desde luego, los tratados comerciales con Estados Unidos y Canadá. En general, el neoliberalismo considera que el Estado es mal rector de la economía. La historia reciente de México, con las crisis económicas de la segunda mitad del siglo 20, parece comprobar esta tesis. Lo que quiere AMLO, tal parece, es regresar al viejo sistema priista, con sus decisiones centralizadas, empresas del gobierno, y rechazo absoluto a la inversión privada en giros considerados estratégicos, como el petróleo o electricidad.

Hay una tendencia franca: a mayor libertad económica, mayor prosperidad. Pero también hay otra: esa prosperidad no se reparte equitativamente; por lo tanto, tienes mayor desigualdad. El neoliberalismo te plantea una condición tácita: te mejoro tu nivel de vida, pero tienes que aceptar que algunos se hagan descaradamente, absurdamente ricos. Ese susurro: a lo mejor también te toca, si te portas bien, es la tentación oculta del neoliberalismo. El ideal del keynesianismo era mantener un crecimiento económico y reducir desigualdad. No le resultó fácil cuadrar ese círculo. Pero el neoliberalismo tiene en su esencia otro dilema: genera expectativas y no siempre las puede cumplir. Más aun: la esencia del neoliberalismo es generar insatisfacción. Necesitas una población insatisfecha que trata de solucionar su inconformidad en el consumo, y para poder consumir más, tiene que trabajar más. Nos encontramos atrapados en lo que se ha llamado “la rueda de molino hedonista”. Hasta aquí, coincido con AMLO: el neoliberalismo es un sistema materialista, que fomenta la competencia despiadada y el egoísmo. Los lazos entre humanos se debilitan; no se rompen por completo, dudo que eso llegue a pasar.

Mientras las expectativas generadas sean mal que bien satisfechas, el sistema se mantiene estable. La historia de inconformidades recientes en muchas partes del mundo sugiere que esto ya no es así. México se ha quedado corto en esto. Tenemos un supuesto neoliberalismo a medias, que no ha generado el crecimiento económico que se necesita, pero sí ha producido desigualdad, el peor de los mundos posibles. El camino “decente”, “como Dios manda”, da, a un número demasiado grande de mexicanos, para apenas vivir al día. Que no nos sorprenda si muchos jóvenes mexicanos le buscan por lados non santos.

Quienes me han acompañado hasta aquí se preguntarán, ¿cuál es mi coraje? ¿No es esto lo que AMLO dice, o trata de decir? No del todo. Aquí describí un contexto social, las circunstancias en que la gente actúa. Muestra tendencias, estímulos, pesos, contrapesos. AMLO lo describe como causa y efecto, lo cual es una simplificación, y una peligrosa. Otra más: dice también que los criminales son personas merecedoras de respeto. En un sentido, esto es correcto. Por eso tenemos garantías individuales. Por eso tenemos procesos judiciales. Por eso hay ciertas condiciones mínimas de salubridad y alimentación que se tienen que cubrir en las cárceles. Pero, uno no puede dejarse de preguntar, ¿y las víctimas? Porque lo que hace el criminal es precisamente negar ese respeto, incluso el más básico de todos, el respeto a la vida. Y también me pregunto, ¿por qué se preocupa Andrés Manuel más por los criminales que por las víctimas?

Estos crímenes que ocasionan tanta indignación son precisamente los feminicidios: violencia hacia las mujeres. En otras palabras, de machismo. Y si muy bien puede acusarse al neoliberalismo de patriarcal, racial y clasista, visto que está controlado por hombres varones blancos del sexo masculino y clase alta, también es cierto que es el sistema económico de libre empresa, capitalista, neoliberal, en el que las mujeres, y otros grupos tradicionalmente oprimidos, han hecho sus avances. Lo cual no significa, ni remotamente, que sus batallas están ganadas.

El contexto importa. El término se define como el conjunto de circunstancias en que se inscribe un hecho, un ambiente, un conjunto de elementos. Incluye, desde luego, a lo económico, pero no se limita a ello. Veamos: a la pobre de Fátima se la llevó una mujer extraña de su escuela. La madre denuncia su desaparición. No le hacen caso. Las autoridades responsables niegan que haya sido así, pero aquí siento que es más creíble la versión de la madre. El Estado mexicano no cumple su función más básica: dar seguridad. Es, pues, un estado fallido. Las autoridades responsables debieron actuar con prontitud. Quien sabe si se hubiera salvado Fátima, pero sus posibilidades hubieran sido mejores. 

Aquí viene mi furia. Ante tamaña tragedia, en vez de mostrar empatía, aunque sea por pura forma, AMLO se escuda en su ideología. Así, justifica no atender ciertos problema, no tomar ciertas acciones. La realidad que se niega a ver es esta: nuestra crisis de seguridad es también ausencia de estado de derecho, lo cual requiere indispensablemente usar la fuerza del Estado cuando es preciso, no nada más cuando él quiere. Ahí está el inconveniente de su ideología bipolar simplista -“todo es culpa del neoliberalismo”-: lo lleva a descartar alternativas que no van alineadas con esa ideología, a ni siquiera considerarlas. De ahí que no haya podido elaborar una estrategia en materia de seguridad. Diremos una obviedad: negar problemas no es estrategia. Tampoco lo es la famosa cartilla moral y su nueva versión disminuida, el decálogo. Lo que AMLO quiere dar a entender con su palabrería es: no me estén criticando, esto no es mi culpa. Es cierto que heredó de gobiernos anteriores un desmadre, sea dicho en lenguaje técnico. Pero los problemas actuales sí son su responsabilidad. Una por la cual ha porfiado y neceado desde cuando. Una en la cual se está quedando corto.  

¿Y nosotros? Para empezar, no nos dejemos engañar. Reconozcamos al rollo, al bullshit, como lo que es. Hay que exigir cumplimiento en todos los niveles que corresponda. Quizás rayar paredes no es la mejor táctica. Que no son maneras de pedir las cosas, se ha dicho. Pero, como dijo una twittera, que no nos maten no son cosas que se tendrían que pedir. Podemos idear tácticas que van más allá que manifestar nuestra ira. Repito: usar la ira como energía, no como acción ciega. Lo más importante: para que el nuestro sea un estado de derecho, necesitamos instituciones fuertes, autónomas. País con instituciones débiles es un país débil. 

Tenemos un largo camino que recorrer. Pero el camino más largo empieza con un solo paso.


2 Comments

Pilar Alvarez febrero 22, 2020 at 1:14 pm - Reply

De acuerdo! Excelente artículo

    Federico Elenes septiembre 12, 2020 at 1:56 pm - Reply

    Muchas gracias!

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