
¿Qué va pasar con México? Nuestra situación actual es bastante complicada, tirando a desastrosa. Desde el 2019 nuestra economía está en dificultades. El último trimestre con crecimiento económico fue el segundo del 2019 y fue apenas de como el uno por ciento. Desde entonces nuestra economía ha ido en picada con una contracción este año de más del ocho por ciento. El manejo de la pandemia ha sido incierto, contradictorio, minimizando al inicio, sin rectificar cuando la realidad ya no se pudo soslayar. No se hacen recomendaciones claras a la población. El gobierno federal parece indiferente al sufrimiento de la población. Los mejores esfuerzos se hacen a nivel local, pero en mi estado de Nuevo León el gobierno estatal se dobló fácil a los empresarios, se hizo una re-apertura prematura, y el resultado, un resurgimiento de casos. Repito lo que dije en un artículo previo, escoger entre activar la economía y controlar la pandemia es una falacia. Con una pandemia en estallido no puedes tener una economía sana. A esta malsana mezcla se agrega un factor tétrico más, el aumento de la violencia criminal. Me temo que estamos regresando a los peores años de la guerra contra las drogas de Calderón. Dios nos agarre confesados, dirían nuestros abuelos.
La historia de México es una historia de polarización. Los primeros años como país soberano fueron de luchas intestinas, situación agravada por intervenciones extranjeras. No fue sino hasta el porfiriato que el país se pacificó. Esa paz tan deseada fue posible, por un lado, porque el bando de los conservadores fue derrotado decisivamente, gracias en gran parte a Diaz. Por el otro, don Porfirio, no sin alguna dificultad, logró imponerse a los demás vencedores y acabar con la rebatiña que surgió entre ellos. Una vez en el poder, para mantener al país en orden, Diaz echó mano de un recurso, en su momento efectivo, a la larga desventurado: la corrupción. Desde luego que no la inventó, vino con los españoles. Lo que implantó Diaz fue un régimen de pan y palo, el cual, si no me equivoco, viene del Imperio Romano: alinéate conmigo y te va bien; oponte, y, pues, te mato en caliente.
Don Porfirio cometió el error de considerarse eterno, sabiendo, cómo lo sabemos todos, que era mortal. No considerar su sucesión es un error común de muchos poderosos, cuando no está contemplada en forma de herencia, o elección democrática, o lo que sea. Después de años de guerra civil, Obregón regresó al pragmatismo porfiriano: sus cañonazos de cien mil pesos. Cárdenas se deshizo del maximato de Calles y dio origen al priato, que no fue sino un porfiriato modificado, centrado en un partido e instituciones, más que en un individuo, mutación, hay que reconocer, en su momento ventajosa. De ahí el oximorónico nombre del partido: Revolucionario Institucional, que hasta la fecha luce. Junta sindicatos, organizaciones campesinas y populares, les dice: pónganse en la fila para que les toque. Igual que en una foto, el que se mueve no sale, diría Fidel Velázquez. Está el palo para los que se salen del huacal, pero sobretodo está el premio para los que se portan bien: vivir fuera del presupuesto es vivir en el error. El sistema funciona, el país se estabiliza, hay paz social, se habla del milagro mexicano. Los EU, contentos de tener su frontera sur en orden sin esforzarse demasiado, apoyan este sistema. Que no sea verdaderamente democrático les importa un real y bendito cacahuate. Basta con que cubra las formas.
Pero un sistema de comprar voluntades necesariamente tiene los días contados, aunque ello no sea inmediatamente evidente. La crisis del 68, y la incapacidad del régimen de solucionarla sin violencia, se estaba gestando de tiempo atrás. Los priarcas que sucedieron a Díaz Ordaz: Echeverría, López Portillo, creen que la política de repartir es todavía sostenible. Pero ya son más exigiendo su rebanada, mientras que el pastel se encoge. Las protestas del 68 no acabaron con el PRI, que a la sazón y por mucho tiempo después, se veía imbatible. Fueron las crisis económicas del 76, 82 y finalmente del 94. No se puede concentrar tanto poder sin que eventualmente ocurra un desastre.
Carlos Salinas de Gortari debilita ese estado protector, ese ogro filantrópico, como le llamó Octavio Paz. Sin embargo, no por ello se acaba la corrupción. Todo lo contrario. Crece por otros caminos, principalmente el narcotráfico. El crimen organizado toma fuerza. México, antes simple vía de paso hacia los Estados Unidos, ahora toma un papel más central, sobre todo al debilitarse los carteles colombianos. Ante esta realidad, Vicente Fox, o no quiere, o no puede, tomar acción. Felipe Calderón lanza su guerra a los cárteles, política que no es sino una de dar palos al avispero. El narcotráfico, de ser un comercio, ilegal, pero comercio al fin, controlado por los jefes de policía locales, se convierte ahora en una plaga que arrasa vidas y poblados, un cáncer que infiltra la vida institucional del país, un mal peor que las mismas drogas que se pretenden combatir. Enrique Peña Nieto logra una especie de tregua. Intenta unas reformas, a mi juicio atinadas, pero desafortunadamente su esfuerzo está, una vez más, manchado de corrupción.
AMLO mira al pasado. Quiere un México de mediados del siglo 20, ese México en el que el PRI era el chico rudo del barrio, en el que se aceptaban otros partidos, con tal de que supieran cuál era su lugar, donde todo giraba en torno al poder gubernamental, empresas incluidas. Quiere resucitar al PEMEX de entonces. Ese PEMEX fue por muchos años botín de políticos y líderes sindicales, pero el petróleo ya no manda como entonces. Ahora PEMEX no da, pide. La Cuarta Transformación quiere que mantengamos a este dinosaurio, pero nunca participamos en sus ganancias. PEMEX no volverá a ser la ubre de la que se querían prender tantos. Dos Bocas es un sueño guajiro. Aparte de su mala ubicación y de las seguras ineficiencias, se está apostando a un negocio que va de salida, en vez de ir por las energías del futuro, verdes, menos contaminantes. Pero parece que tal visión le es congénitamente imposible a AMLO.
Hay un hecho irrefutable: nuestro actual grado de corrupción, y su corolario, esa cruenta violencia desatada, es el resultado de la guerra contra las drogas. Entre 2007 y 2018, se estima que el número de muertes en México por el crimen organizado fue de 115,000 personas (Wikipedia). Fernando Henrique Cardoso, ex presidente de Brasil, declaró que la guerra contra las drogas es una guerra fracasada. Por su parte, la entonces Secretaria de Estado Hillary Clinton reconoció que es el consumo insaciable de drogas ilícitas en su país lo que alimenta el tráfico. Felipe Calderón tenía razón en que los carteles se estaban adueñando del país e imponiendo su ley, pero su política de detener capos no debilitó a los cárteles. Lo peor, no fue capaz de recapacitar al ver los desastrosos resultados: más muertos mientras que el tráfico persiste. Cuando se encuentra uno en una guerra inganable, lo mejor es terminarla lo más pronto y lo más limpiamente que se pueda, al menor costo. Acaso ese es el fondo de la política de “abrazos y no balazos.” Pero tampoco le veo futuro a esta ocurrencia. Si alguien tiene un arma de alto poder en la mano, lo que menos le interesa son tus abrazos.
La Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes, dependiente de la ONU, propone como meta “un mundo libre de drogas.” El valor de este comercio mundial anual es de $435 billones al año y el de la cocaína de $84 billones estadounidenses (Wikipedia). Las posibilidades de erradicar comercio tal me parecen remotas. Creerlo es, en el mejor de los casos, una ingenuidad, un engaño político deliberado en el peor. Ya es tiempo de considerar seriamente la liberalización de las drogas. Hay dos vertientes: la despenalización, en la que ciertas sustancias siguen siendo ilegales, pero las penas por su posesión o consumo no son severas, y la descriminalización, donde ya no están prohibidas. El primer camino me parece el más viable bajo nuestras circunstancias actuales. Surge una pregunta: ¿liberalizar las drogas aumentará el consumo? La pregunta es razonable, pero parte de la suposición de que la prohibición por sí sola frena el uso. Lo dudo. El mero hecho que uses drogas indica que las leyes no te inquietan demasiado, y está el atractivo de lo prohibido, sobre todo en jóvenes, el grupo más susceptible. Más allá de suposiciones, tenemos el caso concreto de Portugal. En el año 2000 inició una política de liberalización para combatir una epidemia de VIH por jeringas contaminadas. Según el Dr. Joao Castel-Branco Goulao, uno de los implementadores, tuvo éxito porque no había grupo étnico ni económico que culpar. Brevemente, lo que se hace es esto: si se te sorprende con una cantidad de droga pequeña, para no más de diez días de consumo personal, no se te acusa penalmente. Se te manda a una “Comisión para la Disuasión de Farmacodependencia.” Tal comisión te puede instar a que entres a un programa de tratamiento, aunque no te puede obligar, puede retirarte tu licencia para ejercer ciertos oficios o profesiones. También te puede multar. Como no hay estudios completos en cuanto a implementación, es difícil estar completamente seguros de los resultados, pero hay más ingreso a tratamientos, menos diagnósticos de VIH, menos muertes atribuibles a drogas, y ciertamente, no tienen la cantidad de asesinatos que tenemos en México. En pocas palabras, parece estar funcionando.
Lo más importante, sin embargo, en este debate no es tanto que si liberalizar aumente el consumo, sino que el hecho de prohibirlo no lo detiene. Es una noción simplista, creer que solucionamos un problema solo con prohibirlo. Pero hay más fondo político que meros pensamientos ingenuos. La prohibición contra el tráfico de drogas fue iniciativa de los EUA, desde principios del siglo pasado, por razones que van desde sus raíces puritanas, pasando por una forma de control social interno, a una faceta de su política exterior para someter a otros países, particularmente en Latinoamérica. En toda esta política fracasada, lo que menos ha importado es el drogadicto. Es un peón, nada más. Su suerte realmente no importa, mucho menos si son negros o latinos en los barrios. Solo cuando, en tiempos recientes, surgió en los EU una epidemia de abuso de derivados del opio legales, con usos médicos legítimos, surgió la inquietud por prevención y tratamiento. Insisto en el punto: el abuso de sustancias es un problema de salud pública, no es uno legal. A mediados de los 90, la RAND publicó estudios que concluían que tratar las adicciones era siete veces más efectiva en costos que los esfuerzos por mantener la prohibición, y pueden potencialmente disminuir el consumo de drogas en un tercio. Cuando México, creo que allá por los cuarenta, quiso llevar a cabo esta política esclarecida, los EUA pusieron su foot down. Si México no entraba en razón y prohibía las drogas, no habría medicamentos legales, importados una gran mayoría desde allende el Bravo. Tuvimos que doblar las manitas.
Que quede claro: liberalizar las drogas no significa que esté bien consumirlas. Entre fumar mariguana y no fumar, mejor no fumar, cuanto más para las sustancias más duras. Liberalizar significa trasladar el esfuerzo inútil, costoso y corruptor de prohibir al sensato de prevenir y tratar. No se ha hecho, salvo en excepciones como el caso mencionado de Portugal, porque, evidentemente, hay gran número de intereses que quieren mantener este statu quo, no siendo los menos los carteles, pero también todo el aparato burocrático estadounidense que tiene a su cargo la imposible guerra. Es una guerra que no les interesa ganar, les interesa mantener. Subyaciendo y alimentando esta nefasta política hay un concepto pesimista del ser humano. Quienes han caído en el abuso de sustancias son seres faltos de carácter, y como tales, no tienen remedio. Una vez caídos en las garras de la drogadicción, no hay mucho que se pueda hacer. El único remedio es la prohibición. Pero si el origen del abuso está en el carácter débil de algunos, y típicamente, quienes piensan así también son proclives a considerar que las personas de cierto nivel socio-económico o de ciertas etnias son las más faltas de carácter, entonces, ¿cómo se explica la epidemia actual de abuso, cuando las sustancias psicoactivas han estado disponibles desde hace siglos? ¿El hecho de que no respeta etnias ni clases sociales? En un artículo publicado en Nexos, el Dr. Juan Luis de la Mora, psicoanalista, señala al consumo de bienes materiales como motor principal de nuestra época. Nada novedoso, pero lo importante es la imposibilidad de que ese consumo pueda ser un satisfactor. Entre más consumimos más frustrados estamos. Como ya he dicho, el sistema capitalista actual fomenta esa insatisfacción para que se mantenga el consumo, y por ende, los mercados. Dice también de la Mora que en la presente sociedad el inconforme, el aburrido, el malhumorado, son señalados. Son “estúpidos.” El que falla siempre eres tú, no es el medio. Este contexto social lleva a la drogadicción como epidemia: el origen de la adicción está en la pérdida de lazos entre humanos. Llegamos, una vez más, al déracinement de Weil, y este como resultado del sistema industrial como tal, más que de esa bestia negra de nuestro gobierno actual, el neoliberalismo, si bien los excesos del capitalismo, los fundamentalismos de mercado, desde luego agravan el problema.
La política antidrogas de Calderón fue represión y prohibición, la de Peña Nieto también, si bien menos intensa, y por lo tanto, menos cruenta. Lo que importa, sin embargo, son las políticas actuales. ¿Qué se está haciendo, aparte de proclamar “abrazos y no balazos”, fallar en capturar capos y saludar a la la señora madre del Chapo? Pues bien, me encuentro en la inusitada circunstancia de estar de acuerdo con este gobierno, sin que el caso siente precedente. Se ha lanzado una iniciativa llamada Juntos por la Paz, que busca concientizar y erradicar el consumo de drogas entre jóvenes. Según su web: “es una convocatoria social: recuperar la sensibilidad de nuestra sociedad para escucharnos, comprendernos y cuidarnos, todos unidos, en búsqueda de una transformación común”. Lo aplaudo, con todo y su palabrería, y que eso de “transformación común” suena demasiado vago. Los videos promocionales muestran jóvenes danzando con sombrillas verdes, ñoño, a más no poder. Creo que no es la mejor manera de llegarle al grupo más crítico: jóvenes clase baja y media baja, particularmente los hombres. AMLO declara que “…se dará a los jóvenes opciones de trabajo, de deporte y de fortalecimiento de la autoestima, para que sean felices sin necesidad de recurrir a las drogas”. Otra vez, el discurso moralizador de nuestro presidente, que no deja de ser un tanto inquietante. Espero que no sea otro caso más de reinventar lo que ya estaba, como lo son los Centros de Integración Juvenil, establecidos de tiempo atrás. Lo importante es que haya donde acudir. Cuando seguí a Atención Ciudadana en Twitter, inmediatamente tuve una respuesta, sin duda en automático, donde ofrecen “orientación en materia de adicciones y salud mental”, páginas de Facebook e Instagram, correo electrónico y teléfono sin costo. Ojalá que esto represente un cambio de políticas, para atender las causas de raíz de la drogadicción. Un cambio genuino, digo, no uno superficial y de ventaja política a corto plazo. Por lo mismo, no me gusta que en uno de los videos del sitio web de Juntos por la Paz aparezca AMLO echando rollo. No, no y no. Este programa jamás debe servir para que el Peje lleve agua a su molino. Es muy pronto para saber qué resultados tendrán estas iniciativas, pero son pasos en la dirección correcta. Hay, sin embargo, este pequeño detallito: es una iniciativa en contra del uso de drogas en México. El narcotráfico es un negocio internacional, y su principal mercado es el primer mundo. Así que, gringos y europeos, del color de piel que tengan, ¿serían tan amables de controlar sus apetitos desordenados? Sigan, por favor, el ejemplo de Portugal. Nos estamos matando por acá.
Liberalizar el consumo de drogas no va solucionar por sí solo el problema del crimen organizado. Su giro es la ilegalidad, no propiamente las drogas. Van a buscarle por otro lado; en términos administrativos, se van a diversificar. De hecho, ya lo están haciendo: tráfico de personas, prostitución forzada, secuestro, extorsión, todas estas son sus nuevas modalidades. Espero que no sea ingenuo pensar que al quitarles el oxígeno de las sustancias ilegales, su energía se apague, cuando menos un poco. Su poder corruptor será menor. Ya no será tan fuerte la tentación de cambiarse de bando, agentes de investigación que optan por hacerse narcos. No obstante, necesitaremos una estrategia para confrontarlos. Siento que no tenemos nada que se le parezca. Es indispensable una coordinación desde el nivel federal al comunitario, cosa que me temo no es la tendencia en este sexenio. La centralización de las fuerzas policiales, ya sea en la desaparecida Agencia Federal de Investigación, o en la actual Guardia Nacional, máscara para el ejército que no engaña a nadie, no funciona. Propongo que el papel del gobierno federal sea principalmente de inteligencia (¿será mucho pedir?), proporcionar recursos económicos, que se formen fuerzas especiales pequeñas, bien escogidas y bien entrenadas -que no se repita el caso de los Zetas, por favor- para ciertas misiones específicas. Las trincheras del combate al crimen, organizado o no, están en la comunidad. La policía más efectiva es la que está en relación cercana con la gente a la que sirve, una que no se ve como amenaza o como enemiga. Esto lo consiguen los países más seguros, la Dinamarca, por ejemplo, que es todo el amor de la Cuarta Transformación.
Por lo que respecta a nuestros vecinos al norte, a veces amables, las más veces fastidiosos, sería bueno concluir un acuerdo con ellos para limitar el tráfico de armas. Igual que con las drogas, mientras exista la demanda, no va ser posible que desaparezca tal comercio. Se trata más bien de que entren menos armas a México, particularmente las de alto poder. La segunda enmienda (curioso que es la única parte de su constitución que parece interesarles a ciertos grupos allá) pierde su vigencia al sur del Bravo. Observo, tristemente, la asimetría en el poder entre ambas naciones. Ellos sí nos pueden exigir que detengamos el tráfico de drogas, y hasta imponernos penalidades por no acatar, en un problema que es más suyo que nuestro. No pudimos decir: las drogas van a ser legales aquí. Si quieren prohibirlas en su territorio, ya es cosa de ustedes. Pero ellos sí pueden decir: que pena lo de las armas, pero con nosotros no meramente son legales, es un derecho constitucional nuestro. Así que no las podemos prohibir. Lo que pase con las armas en su territorio es problema suyo, no nuestro. Estamos amolados. No es tanto lo que México pediría tampoco: simplemente que se hagan valer las leyes estadounidenses: en efecto, ya hay leyes que prohíben que los extranjeros compren armas en los EUA. No sorprenderá el dato de que en la práctica sí es posible, sobre todo en el vecino estado de Texas, notorio por su amor a los rifles y férreo defensor de la segunda enmienda. Se necesita hacer más, sin embargo. Es preciso que ambas naciones se comprometan en atender este problema. Hasta ahora, no lo han hecho.
Ojalá que el Presidente-Electo Joe Biden sea más receptivo en este asunto que su predecesor, a quien México le importaba poco o nada. Desafortunadamente, AMLO ya empezó con el pie izquierdo. Su negativa a felicitar (que no reconocer) a Biden por su triunfo estorbó lo que debería ser el objetivo primario de la diplomacia mexicana: una relación lo más ventajosa posible con los EUA. Biden es un político astuto y pragmático. Si le cobrará un precio a AMLO por su trumpismo, o lo dejará pasar, considerando que es lo mejor para su país, el tiempo ya nos lo dirá.
Dentro de nuestro grave problema de inseguridad yace un fondo cultural. La mayoría de los mexicanos coincidimos en esto. Está en nuestro desdén por las reglas, en nuestro viva yo y al cuerno con los demás. En mi amada ciudad de Monterrey las señales de tránsito son meras sugerencias. El resultado es que ocupamos un deshonroso primer lugar en accidentes de tránsito; peor, en fallecimientos a causa de estos. Menos grave, pero de todos modos simbólica, es la costumbre de estacionar los automóviles en las banquetas. Resultado: los peatones caminan por la calle. Tenía razón Dalí: nuestro país es demasiado surrealista. Este desdén por las normas lleva a una de las características del mexicano, la desconfianza. De ahí llegamos al cinismo, punto que ya traté en un artículo previo. Hay cierto desdén por quienes cumplen las reglas. Se les considera, en el mejor de los casos, ingenuos, en el peor, pendejos. Cumplirlas te pone en desventaja: el que no transa, no avanza. Pero, igual nos indignamos con nuestra clase política. Todos son rateros, ninguno se salva. En tal postura nos mantenemos, hasta que llega alguien como AMLO, cuya ineptitud como gobernante queda enmascarada, en los ojos de todavía una mayoría de mexicanos, por su impresionante habilidad como comunicador. Sabe muy bien qué hay que decirle a la gente. Su índice de aprobación, según Mitofsky, es del 58.4% (encuesta publicada el 29 de noviembre del presente año). Los mexicanos quieren creer que efectivamente el Peje es distinto, que si los resultados no se están dando es por culpa de “otros”. El desmantelamiento lento, insidioso, de nuestras instituciones, so pretexto de combate a la corrupción, la compra de lealtad del ejército mexicano, otorgándole concesiones y negocios (léase las aduanas, puertos, aeropuertos) y la centralización del poder pone en riesgo nuestra democracia y facilita, en vez de combatir, la corrupción. La experiencia de este año en EUA muestra lo frágil que es la democracia, cuan fácil es que esta decaiga, de cuánto depende de la buena voluntad de las personas responsables y de que estas sigan normas establecidas. No funciona en automático. EUA es un país de instituciones fuertes, y se sostuvieron, si bien algo tembleques. En cambio, las nuestras son débiles y tenemos problemas de corrupción mucho más graves. Estoy dentro de ese cuarenta por ciento de mexicanos que está en desacuerdo con nuestro presidente y hay indicios de que la corrupción, lejos de desaparecer, está aumentando. Estamos retrocediendo, para colmo hacia atrás. No es del todo cierto, sin embargo, que no haya oposición. Lo que pasa es que no acaban de convencer, ni se han planteado como alternativa creíble.
Ello me lleva al risible caso de Samuel García, candidato a Gobernador del estado de Nuevo León, y demostración de que se puede ser político y antipático al mismo tiempo. Su sufrimiento manifiesto por tener que irse a jugar golf con su papá ha sido motivo de burla en Twitter y similares. Pero más allá del ridículo, demuestra un hecho que debe ser motivo de preocupación: la burbuja en la que viven las clases altas en México. Samuel opina también que se puede ser feliz con un “sueldito” de cuarenta o cincuenta mil pesos. Se dice de familia modesta, pero ya quisieran la mayoría de familias mexicanas esa modestia: hijo de profesionista, educación en escuelas particulares caras, carrera en el Tecnológico de Monterrey. Tenemos, aquí me incluyo, que estar conscientes de las enormes brechas que existen en México, país de los más injustos. Tenemos un coeficiente de Gini de .42, donde 0 representa la igualdad absoluta, y el 1 la desigualdad total (una persona acapara todo el ingreso), el lugar 119 mundial. EUA no ha de ufanarse, su coeficiente es de .41. El país menos desigual es Islandia, con .24, la Unión Europea lo tiene en .30, bastante bueno. El peor es Sudáfrica, con .63. Brasil tiene .5, así que ahí les ganamos, a diferencia del futbol. No me parece sorprendente que países desiguales tengan mayor tendencia a las demagogias y populismos. ¿Tendremos un sistema social como el de Dinamarca? Sí, cuando tengamos la disciplina de Dinamarca. Entonces también tendremos un mejor gobierno. Piensa: si los presidentes de México han todos desilusionado, ¿no estará el problema más allá de los individuos que han tenido la investidura? No es lástima de los políticos, es lástima de nosotros.
No es todo negro. México tiene una gran fuerza cultural. Tenemos ingenio, capacidad de improvisación, aunque ese talento lo hacemos menos con la expresión “mexicanada.” No permitamos que AMLO nos polarice. Que estemos en desacuerdo con sus acciones no quiere decir que sus seguidores sean nuestros enemigos. No creamos en falsos mesías, no importa como se llamen. De nada sirve mirar al pasado; el futuro es lo que tenemos enfrente. Dejemos el cinismo y creamos en nosotros mismos. Respetémonos nosotros para respetar a los demás. Después de todo, esa es la paz.
NOTAS
Los datos del crecimiento económico de México son de https://www.mexicocomovamos.mx/?s=seccion&id=97
Los datos de Mitovsky están en http://www.consulta.mx/index.php/encuestas-e-investigaciones/evaluacion-de-gobierno/item/1398-aprob-amlo-segundoano
El artículo de Juan Luis de la Mora está en https://www.nexos.com.mx/?p=34842
Enlace a Juntos por la Paz: https://www.gob.mx/juntosporlapaz
Twitter: Atención Ciudadana @LineaDe_LaVida
Declaración de Samuel García en Milenio: https://www.milenio.com/politica/samuel-garcia-gente-sueldito-50-mil-vive-feliz
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