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EPIDEMIA DE MANIQUEÍSMOS Y MALAS DECISIONES
27 Ago 2020

EPIDEMIA DE MANIQUEÍSMOS Y MALAS DECISIONES

Post by Federico Elenes

Brexit fue una decisión mala, pero tan mala, que no hay manera de implementarla. El Reino Unido corre el serio riesgo de desintegrarse. Trump inicia una guerra comercial contra China que perjudica a la misma gente que lo apoya. Ha construido apenas una fracción del muro que prometió. Aquí en México, AMLO danza al son que le marca Trump, después alardear que iba defender a los migrantes en su “¡Oye, Trump!” En vez de ello, acepta frenar la inmigración de centroamericanos, reteniéndolos en México, con lo cual, en cierto modo, estamos pagando por el muro. Cancela un aeropuerto a medio terminar, quiere empezar un elefante blanco, apoya la industria de carbón, pide amablemente al crimen que se porte bien. Todas estas malas decisiones preceden al COVID 19. De su manejo de la pandemia, tanto de AMLO como de Trump, no hay necesidad de reiterar lo que ya es de sobra conocido.

La cuestión es, ¿por qué? ¿Cómo es que no te das cuenta que te están timando, te están engañando? Los populistas mienten descaradamente, cínicamente, pero eso no les importa a sus seguidores. Y ellos lo saben. Hay una cosa, y solo una cosa cierta que ha dicho Trump: “Podría pararme en la Quinta Avenida y matar alguien, y no pierdo seguidores». Estos caballeros han tomado el papel  de salvadores de la Patria. El pretendido mesías nunca se equivoca; lo Malo siempre es culpa de Otro: Calderón, Obama, la izquierda radical, la Mafia del Poder, El Estado Profundo, los inmigrantes, los musulmanes. No falta quien. Esto es mucho más entendible en México, donde hemos vivido un grado de violencia prácticamente barbárico. En Estados Unidos se ha instalado un pesimismo poco característico de esa nación. Ya no reconozco este país, se dicen los elementos conservadores. Sienten su cultura amenazada. Que el temor sea infundado no lo hace menos real. Los Otros (mexicanos, musulmanes, etc.) se consideran una amenaza a una esencia nacional inefable, y por ello, una cuyo concepto puede ajustarse al interés de cualquier actor político. Ante el Mal, representado por cualquier figura que cubra la conveniencia del momento, viene el mesías salvador.

Ahora bien, las decisiones de Estado tienen un matiz de grises; por lo general no hay aciertos o desaciertos absolutos. Pero, el extremista mesiánico no reconoce esta realidad y se empeña en ver todo en blanco y negro. Esto, aunado a su narcisismo (qué más narcisismo que creerte el salvador), constituyen las causas principales de sus fracasos. Pero tales actores también provienen de sociedades donde esta narrativa, las fuerzas luminosas del bien contra las oscuras del mal, es comúnmente aceptada, incluso, forma una parte fundamental de nuestro ethos. Es particularmente Occidental; Oriente no la comparte y sus filosofías, como el tao, ven al mundo como una armonía y lo que llamamos mal es la pérdida de esa armonía.

Para el conocer el origen de esta peculiar concepción nuestra tenemos que remontarnos mucho tiempo atrás, a Persia, donde surgió acaso la primera religión cuyo fundador tenemos noticia, aunque sabemos muy poco de él. Se trata de Zoroastro o Zaratustra. Se estima que vivió en algún momento entre 1700 y 1000 AC y no hay consenso siquiera sobre este rango bastante amplio. Tampoco se conoce su lugar de nacimiento. El zoroastrismo se convirtió en la religión oficial del Imperio Persa. Con la conquista del Islam declinó, pero persiste hasta este día, en la India y en Irán, con unos 110,000-120,000 adeptos. Creen en Ahura-Mazda, Señor Sabio, creador de todo, la fuente del orden cósmico que regula toda la existencia y también representa la verdad y lo justo. A este creador se contrapone la falsedad, el caos, la destrucción. Así, la verdad es lo existente, proveniente del creador. Lo falso es lo destructivo. Violar el orden es violar la creación y por lo tanto es un atentado contra Ahura-Mazda. Pero la nada, lo no existente no proviene de Ahura-Mazda. Por lo tanto, no es origen del mal. En este conflicto, bien versus el mal, los seres humanos tienen un papel fundamental: deben defender el bien; si no, éste decae. Se consigue con una ética de Buenos Pensamientos, Buenas Palabras y Buenas Obras. Enseña un libre albedrío absoluto: puedes escoger ir con el bien o con el mal. Desde luego, asumirás las consecuencias de su elección.

Ahura-Mazda es pues el creador y reside en la luz, el mal es oscuridad. Con el tiempo, la figura del mal también se personificó y surgió Angra Mainyu, mente furiosa, después llamado Ahrimán. Ahura-Mazda terminará por prevalecer sobre Angra Mainyu. En ese momento habrá una renovación cósmica, el tiempo se detendrá, todas las almas, incluso las que fueron desterradas a la oscuridad por sus malas acciones, se reunirán con Ahura-Mazda. En interpretaciones posteriores, surge la figura de un mesías, llamado Saoshyant, “el que trae beneficios,” quien será el que lleve a cabo esta destrucción definitiva del mal. Como punto interesante, este mesías también nacerá de una virgen.

Tenemos pues una dualidad: luz-oscuridad, sabiduría-ignorancia, orden-caos, creación-destrucción, bien-mal. Es Angra Mainyu quien introduce sufrimiento y muerte en el mundo y el mal es el resultado de su asalto a la creación. Un punto de semántica: el término “dualismo” puede entenderse de varias maneras; aquí lo usaré para denotar dos principios anatagónicos. No tienen que ser iguales: Dios en la teología cristiana es superior al Diablo; no obstante, están en conflicto.

Aquí vemos nuestras creencias básicas en su versión más antigua: creador benévolo, antagonista, juicio final, triunfo sobre el mal. Incluso la palabra “paraíso” viene del persa y quiere decir jardín cercado. El dualismo se manifestó en Egipto con la lucha entre Osiris y Set. No tanto en Grecia. De ellos viene el concepto del cosmos, un ordenamiento sujeto a nomos, reglas, que transforman el caos inicial en dicho cosmos. No hay un antagonismo entre fuerzas contrarias. El judaísmo se presentó como dual en su fundamento. El valor más importante es la obediencia; ésta separa los que siguen la Ley, el pueblo escogido, de los que no. Es una dualidad nosotros contra el mundo. Pero el pueblo judío, mientras cumpliera la Ley, estaba seguro. Es, pues, una religión de ortopraxia, práctica correcta, como también lo fue el zoroastrismo.

Dentro de la cultura judía de obediencia y legalidad surge la figura de Jesús de Nazaret. Rechaza esa legalidad rígida, ejemplificada por su exasperación con las interpretaciones demasiado literales de escribas y fariseos: El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado. (Marcos 2, 23-28). Pero sigue la dualidad de quienes se salvan y quienes se condenan: Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis. (Mateo 2, 25, 35). Hay un infierno y un agente del mal: Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. (Mateo 2, 25, 41). Es probable que el pueblo judío, al entrar en contacto con el zoroastrismo cuando estaba bajo el dominio del imperio persa, tomara la figura de Ahrimán para generar la de Satanás, literalmente adversario.

Jesús hace hincapié en un punto que hasta entonces no se insistía mucho, quizás porque se daba como cosa de hecho: la fe. Tu fe te ha curado… (Marcos 10:46, 52) …si tuvieran fe, del tamaño de un granito de mostaza… (Mateo 17:20). Perder fe, desesperar, es el mayor de los pecados si eres cristiano. Sin embargo, tuvo una consecuencia: cambia el ethos fundamental de ortopraxia a ortodoxia: pensamiento correcto, enseñanza correcta. En y de por sí, es muy razonable: para actuar correctamente, primero tengo que pensar correctamente. Eso decía Zoroastro y también es una enseñanza budista. Solo que este pensamiento correcto ya no se limita a guiar mi conducta; exige la aceptación de una serie de postulados, la negación de los cuales es punible, es pecado. Así la dualidad ya no se limita a separar quienes se portan bien de quienes no, de justos y malhechores, sino que es también entre quienes creen y no creen. Hay entonces una consecuencia inevitable: la herejía. Este es un fenómeno, no exclusivo, pero si típico de las religiones abrahámicas, y de estas, es mayor en el cristianismo. Es cuestión de énfasis, no de contraposición: el papel de la fe también tiene lugar en el judaísmo. Jesús predicó contra la herejía: Surgirán muchos falsos profetas, que engañarán a muchos… Entonces si alguno os dice: ‘Mirad, el Cristo está aquí o allá’, no le creáis. Porque surgirán falsos cristos y falsos profetas, que harán grandes signos y prodigios, capaces de engañar, si fuera posible, a los mismos elegidos. ¡Mirad que os lo he predicho! Así que si os dicen: ‘Está en el desierto’, no salgáis. ‘Está en los aposentos’, no le creáis” (Mateo 24, 11, 23-26). Además, encontramos los tajantes El que no está conmigo está contra Mí (Lc 11, 23) y El que crea y sea bautizado, se salvará, el que no crea, se condenará (Mc 16, 16).

El problema que surge es que para que haya una ortodoxia, primero necesitas la doxia, el dogma. Están, desde luego, las escrituras, la narración básica que articula las creencias. Pero toda lectura, aun la más literal, requiere interpretación. Entonces, el interpretador, el exégeta, toma una posición de autoridad. En los primeros años del cristianismo no había acuerdo y surgieron múltiples corrientes. Constantino, emperador romano, inquieto por las controversias sobre el dogma, apoyó la formación de un consejo para resolver el asunto. ¿Qué más razonable, vamos a ponernos de acuerdo? Entonces convoquemos a los que saben de esto. El concilio se celebró en Nicea, en lo que ahora es Turquía (de hecho, la ciudad todavía existe, con el nombre de Izmir). Ésta fue la autoridad que definió la fe, la ortodoxia cristiana, hasta nuestros días. Pero también se asentó otro precedente: el poder seglar haría valer las decisiones del poder eclesiástico. El Edicto de Tesalónica, promulgado por el emperador Teodosio, en el año 380, estableció el “Cristianismo católico” como religión de estado y prohibió todas las demás. En otras palabras, si no creías que Jesús era el hijo de Dios, «de la misma naturaleza que el Padre,» caías en la categoría de hereje y no eras más que un “loco necio.” Tomás de Aquino declaró que si los falsificadores y otros malhechores eran condenados por la autoridad seglar, cuyo mal era solo de este mundo, cuanto más los herejes deberían ser sentenciados a muerte, puesto que llevaban a los hombres a la perdición eterna. Así, la ortodoxia tuvo importantes consecuencias políticas, que se mantienen hasta nuestra época, aun cuando ya no exista la inquisición.

En el siglo 3, Mani o Maneses, otra vez en Persia, fundó una religión que llevó a un extremo este dualismo: la luz, y en general lo espiritual, son el bien; la oscuridad, toda la materia y la sensualidad, son malos. Los humanos son seres materiales con luz atrapada en su interior. Eventualmente, la luz, el bien, prevalecerá sobre el mal, la oscuridad. Si bien tuvo mucho éxito inicialmente y se extendió hasta China, luego fue perseguida (Mani murió preso del emperador persa) y prácticamente se extinguió.

La cristiandad, identificada con Europa, porque Islam se llevó gran parte del Oriente previamente cristiano, se consideró fuente de luz del mundo, en contraparte con la oscuridad del Islam, del judaísmo, de las religiones nativas de América, consideradas paganas. Pero es precisamente contra Islam que el maniqueísmo, entendido ya no como una secta sino como un pensamiento lucha de Bien contra Mal, y la consecuente división tajante entre unos y otros, vuelve a surgir en Europa. Se predican las Cruzadas en 1095. Bajo la causa santa de la Cruz, y la oposición al Mal, representado por el Islam, se ocultaban una serie de intereses políticos y sociales: el deseo del Papado de reforzarse, oportunidad para hijos segundos de gloria y botín, el deseo de Venecia y Génova por sostener y expandir su comercio, entre otros. Otra cruzada fue la Albigense, en contra de la secta de los Cátaros, establecidos en el sur de Francia. Interesantemente, eran también dualistas y en cierta forma herederos del maniqueísmo. Aparecieron como reacción a la indolencia y corrupción del clero católico. No es de sorprender que los hayan declarado heréticos. En esa época, la región, conocida como Languedoc, no estaba bajo el control del rey de Francia, de modo que también se hace evidente un interés político. La acción militar fue sumamente cruel con masacres indiscriminadas, el territorio terminó siendo parte de Francia, y sí, la secta se extinguió.

Aquí comenzamos a ver el resultado desafortunado de tener una ortodoxia. Cualquier acción, incluso la más barbárica, se justifica, con tal de que defienda, o incluso pretenda defender la ortodoxia. Todavía el catolicismo dice que la fe sin obras está muerta. Para el protestantismo es al revés: sin fe (ortodoxia), tus buenas obras no tienen valor. Abrimos, pues, la puerta a las conocidas atrocidades cometidas por la religión. Pero notemos que no es la religión como tal, es una forma de concebir la religión. Y sobre todo, la religión asociada a una agenda política.

El protestantismo logra la primera oposición efectiva a la ortodoxia de Roma. Se inician las guerras de religión de la Época Moderna. En 1648, las potencias de Europa decidieron que era mejor tener más de una ortodoxia a guerra, hambre, enfermedad y muerte, y firmaron el Tratado de Westfalia. Acaso el Papa prefería la guerra y sus acompañantes, pues declaró que el Tratado era “inicuo”, “despreciable”, entre algunos epítetos más. Está por iniciarse una época donde se cuestiona la autoridad de los monarcas y la Iglesia; donde el libre pensamiento y la razón predominan. Iglesia y Estado deben estar separados. La verdad es empírica, resultado de lo que detectan nuestros sentidos y la ciencia da un nuevo entendimiento de la naturaleza. Es la época de la Ilustración. El humano tenía derechos solo por el hecho de serlo. Los monarcas ilustrados -todavía se dudaba mucho de la democracia- estaban para garantizar esos derechos y procurar, asesorados por mentes brillantes, el bienestar de todos. Se aproxima una época de progreso y bienestar.

Los dogmatismos parecían estar superados. Parecían, nada más. Lo que ocurrió es que se sustituyeron por otros; además, los dogmas tradicionales no han desaparecido. La Revolución Francesa, en su intento por establecer su egalité, trajo la dualidad al interior de la sociedad. La dualidad previa excluía al hereje, pero lo hacía dándole el trato de criminal. El criminal, por el hecho de serlo, ya se excluyó. Escogió su camino. El hereje podía abjurar, reconocer su error, reintegrarse. El mal, hasta entonces, era resultado del libre albedrío. Es más, sin libre albedrío no puede haber mal. Ahora ya no. Te puedes convertir en enemigo por lo que eres, por tu esencia, por ser, en el caso concreto de Francia, un “aristócrata”. Eso no es todo. El mero hecho de estar en desacuerdo con el nuevo sistema te convierte en el peor de los criminales: un traidor. Basta la mera sospecha para conducirte a la guillotina. El Terror dura relativamente poco -menos de un año- y concluye con la ejecución de Robespierre, pero el mal ya está hecho. En el siglo 19, Marx hace maniqueísmo de la economía y pretende darle un carácter científico. Ahora el Mal se llama burguesía, la lucha contra ésta ya no es milenaria, sino aquí y ahora. Radicalmente materialista, el marxismo predica que el paraíso será en este mundo. Los enemigos no son externos sino que están insertos en la misma sociedad y son irreductibles. No hay reconciliación posible entre burgueses y proletarios. Surge una nueva ortodoxia, predicada por Marx y Lenin, interpretada por Stalin y Mao. El castigo a la herejía, que no se llama así, sino que recibe términos más esotéricos como “desviacionismo de derecha”, es implacable. La ortodoxia más estricta no te salva, cuando el poder ya ha decretado tu desviación. Si eres burgués, aceptar la ortodoxia no te sirve tampoco, porque tu esencia, tu ser burgués te condena. Los resultados, ya sabemos, fueron terribles.

Hitler impone otro maniqueísmo, uno de corte racial. El enemigo, el Mal, está oculto, fingiendo bondad. No es la clase social -aprovechó hábilmente el temor de las clases medias alemanas a los “bolcheviques”- era el “Subhumano”, el judío, cuya pura presencia contaminaba la virtuosa y enérgica raza alemana: un cáncer cuyo único remedio era la extirpación. No puede haber reconciliación, ni rehabilitación, ni siquiera el menor asomo de piedad. Hitler y los Nazis son los símbolos de maldad y el Holocausto es el ejemplo de genocidio. Muy merecidamente, se dirá, pero el dudoso título de Asesino Mayor le corresponde a Mao Ze-Dong, responsable de 40-60 millones de muertes. Las diferencias ideológicas no son tan importantes como el hecho de que el pensamiento es maniqueo y decretar al enemigo esencialmente Malo, sin la menor posibilidad de redención.

Estados Unidos, a lo largo de su historia, ha oscilado entre pragmatismo y maniqueísmo. Los puritanos de corte calvinista que se establecieron en Massachusetts en el siglo 17 se consideraban un foco de luz en el Nuevo Mundo, puestos entre la oscuridad del salvajismo indígena y el papismo de las posesiones españolas al sur. Pero no todos los habitantes originales de las Colonias fueron puritanos. Los Founding Fathers, productos de la Ilustración, tenían fuertes reservas contra las ideas maniqueas. De ahí que la libertad de cultos se estableciera desde el inicio, junto con toda una serie de garantías individuales.

Fue el antagonismo con la Unión Soviética después de la Segunda Guerra, la Guerra Fría, lo que desencadenó un intenso maniqueísmo en Estados Unidos. Se vendió como una Cruzada contra el Mal. Comenzaron a brotar las teorías de conspiraciones: las vacunas, el flúor en el agua, las medidas de asistencia social, eran planes malévolos fraguados por los comunistas. Se trata del Red Scare, la Amenaza Roja. Ronald Reagan llamó a la Unión Soviética imperio del mal. Por otro lado, Richard Nixon fue un individuo con lacras personales graves, lacras que terminaron por destruir su presidencia, pero tuvo el acierto de dejar a un lado el maniqueísmo en la política exterior de su país. Nixon consideró a Unión Soviética como un antagonista poderoso, con el que había que negociar, en vez de pensar que cualquier concesión era una sumisión al Mal.

Reagan regresa al maniqueísmo en sus relaciones exteriores, pero más de palabra que de hecho. Tiene la fortuna que el colapso de la URSS tenga lugar durante su guardia. Pero también lo inserta en la política interna de su país. Lenta y sutilmente, la narrativa de la desafortunada guerra de Vietnam cambia, de un fracaso político y militar, a una de deslealtad, y, por connotación, hasta de una traición, por parte de quienes se opusieron a la guerra, identificados con el lado izquierdo del espectro político. El resultado es que el maniqueísmo gradualmente se va infiltrando en la política interna. La derecha, representada por los Republicanos, comienza a tratar la oposición no como rivales, sino como enemigos mortales. “Con los liberales,” dice el comentarista político de derecha Rush Limbaugh, “no hay que hacer acuerdos. A los liberales hay que derrotarlos.” (Liberal es lo que representa la izquierda en la política estadounidense). Poco a poco la derecha se va alejando del centro. Ideas que antes eran extremistas marginales se hacen ahora aceptables, como la anti-ciencia y el movimiento anti-vacunas. Ya no hay comunistas a quien derrotar, pero se encuentran otros agentes del Mal. Los musulmanes, desde luego, producto del atentado de 2001. Es entendible, desde luego, pero lo que es maniqueo, y peligroso, es tachar a toda una comunidad de creyentes como terroristas y amenaza. Ese pensamiento es lo que condujo a la desastrosa invasión de Iraq. Timothy McVeigh, influenciado por una ideología maniquea que considera a su propio gobierno como enemigo y agente del mal, coloca una bomba que mata 168 personas, incluyendo diecinueve niños, pero no por eso la población blanca ha sido señalada, ni siquiera hay acción efectiva contra grupos extremos de derecha, a pesar de ser señaladas como organizaciones terroristas por el FBI. Mencionamos que hay una insatisfacción en la población estadounidense que se identifica como conservadora. Algunas preocupaciones están justificadas, como la pérdida de empleos. Tienen inquietud por medidas con las que no coinciden, como el aborto o matrimonio homosexual, pero de ahí van a la convicción de que su religión está amenazada. Es un temor, no una realidad. La libertad de cultos está garantizada en su país. Finalmente, lo injustificado: temor a la población no blanca y a perder sus privilegios. Proyectan sus temores: así como traté a las minorías no blancas, así me van a tratar a mí cuando sea minoría. Esto queda representado por la declaración de una electora en el 2016, que se quejaba que el partido Demócrata se preocupaba por “inmigrantes” y “minorías” y se olvidaba de “americanos normales,” esto es, blancos. Ver al oponente como enemigo al que hay que destruir imposibilita llegar a acuerdos. En estas circunstancias, la administración pública se va haciendo cada vez más disfuncional, lo que aumenta la inconformidad y la polarización, en un círculo vicioso.

Éste es terreno fértil para el demagogo, que ante tanto mal e inconformidad, puede convencer a un buen número de seguidores que solo yo lo pueden arreglar. Ésas fueron las palabras exactas de Trump. Lo hacen con un discurso simplista, esto es, maniqueo, donde señalan a un enemigo culpable de todos los males. Incluso se pueden cambiar a conveniencia. Trump ha pasado de culpar a inmigrantes, luego a musulmanes, posteriormente a China, ahora a la “Izquierda Radical” y de vuelta a inmigrantes mexicanos. El mesiánico asume control de la narrativa política: como ya se representó como el Bien, cualquier oposición es el Mal. No convencen a todos, pero eso está bien. Los enemigos son indispensables en su narrativa. El mesianismo viene a ser el equivalente en la política al fundamentalismo en la religión y tiene la misma raíz que señaló Karen Armstrong en su libro sobre fundamentalismos religiosos: el temor a la modernidad, temor que se manifiesta no como tal, sino como ira. Los seguidores de los demagogos, pues, están furiosos, y es evidente esa furia: son agresivos, gustan culpar al otro, bravuconean, se regodean de su triunfo y quieren humillar al oponente. Creen que la ira es sinónimo de fuerza.

Los humanos somos gregarios. Buscamos grupos con que identificarnos. Más aún, si estamos temerosos, asustados. Ahora, como la mayoría de nosotros nos consideramos personas morales, el grupo con el que nos identificamos, sea por razones culturales o familiares o personales, inevitablemente va ser el grupo Bueno. Haga lo que haga. Se presenta el fenómeno social conocido como fusión. Ordinariamente, mantengo separada mi identidad a la del grupo al que pertenezco. Puedo estar a gusto en mi trabajo, por ejemplo. Aprecio a mis compañeros. Reconozco que tengo un buen patrón. Pero si me llega una mejor oferta, la tomo. No me he fusionado con la empresa. La empresa es una, yo soy otro. Por el contrario, en la fusión, el límite entre mi yo y el grupo se hace poroso. El fenómeno se describe como una sensación visceral de unidad con el grupo o como expansión del yo. Para que ocurra esta fusión, primero tiene que haber esta polaridad, en la que me siento ser parte de esa lucha titánica del Bien contra el Mal.

Sobra decir que esto nubla por completo mi juicio. Así, en Estados Unidos, los cristianos evangelistas, que entre sus valores está la familia, y en su concepto, ello implica una moralidad sexual muy estricta, puedan no meramente tolerar, sino apoyar entusiastamente a un Donald Trump quien presumió de acciones indebidas, lleva tres matrimonios y numerosas infidelidades, y le pagó a una actriz porno por su silencio. Una cosa, y solo una cosa cierta, ha dicho Trump: “Podría pararme en medio de la Quinta Avenida y matar a alguien y no perdería electores”. La fusión puede hacer que me convierta en bomba humana o que pilote un avión directo a un rascacielos. O tranquilamente llevar un grupo de gente que no me ha hecho daño a la cámara de gases.

Si un líder mesiánico como Trump está poniendo es riesgo a la fuerte democracia liberal de los EUA, cuanto más AMLO a la más frágil de México. A una democracia le es muy difícil logran consensos una vez que éstos se pierden, porque los presupone. Hay un statu quo, el cual no será ideal, desde luego, pero establece los mecanismos para ajustarlo. Las diferencias y desacuerdos se solucionarán, porque ésa será la voluntad de los actores políticos. No presume que todos los hombres y mujeres serán de buena voluntad, pero quienes no lo son serán controlados por los que lo son. En todo caso, las distintas voluntades moderarán unas a las otras. Rechaza específicamente la violencia como solución de conflictos. Sobre todo, hija filosófica de la Ilustración, presupone una racionalidad en la conducción de los asuntos de Estado. Y un pragmatismo: busca lo que funciona más que lo ideal, independientemente de cómo se conciba ese ideal.

El líder maniqueo, mesiánico, está condenado al fracaso. El mesías necesariamente se tiene que representar como Ideal, Infalible (por eso también el Mesías cristiano tiene una cualidad mística, fuera de este mundo). Debería ser más que evidente que no hay ser humano, en ningún momento, en ninguna época, que pueda cumplir esta expectativa. Pero además de su falibilidad humana, tendrá una tendencia adicional a tomar malas decisiones, esto por dos razones. Primero, no puede desviarse de la ortodoxia que él mismo proclama (hasta ahora han sido todos “él”, pero una “ella” es cuestión de tiempo). Lo único que podría desilusionar a sus seguidores sería la claudicación. Esto le quita una capacidad indispensable en el estadista: la de cambiar el rumbo si las circunstancias lo exigen. Segundo, no puede negociar, alcanzar acuerdos. Cualquier oposición, recordemos, representa el Mal. Con el Mal no se negocia. De ahí su tendencia a debilitar instituciones que representen contrapesos. Es, de hecho, una de las fuerzas principales de la democracia la capacidad de señalar errores y rectificar rumbos. Hay otro punto, específico para cristianos de la denominación que sea: el único Mesías es Cristo. Darle esa cualidad a cualquier otro ser humano es idolatría.

Estas consideraciones teóricas quedan demostradas ahora que ha surgido la pandemia del COVID19. Pueden inventarse los enemigos que quieran, pero contra uno real no pueden. Para el enemigo inventado, discursos y chivos expiatorios; el virus los puede ignorar olímpicamente. Su misma presencia contradice el papel salvador anunciado. De ahí la tendencia de los Trump y Cía. a minimiazar su importancia, a echar culpas, a despreciar expertos que les roban su papel mesiánico. El resultado es un desastre. Los países con peores resultados en el manejo de la pandemia: Estados Unidos, Brasil, India, México, tienen líderes populistas mesiánicos que no asumen responsabilidad. Trump lo dijo tal cual.

Trágicamente, los mesiánicos son invulnerables. En circunstancias más normales, un mandatario con un manejo tan desastroso de una emergencia tan grave de salud no duraría mucho. Pero Trump tiene probabilidades de reelegirse, aunque de momento vaya abajo en las encuestas. En México no tenemos oposición digna del nombre. Pandemia o no pandemia, el Reino Unido y la Unión Europea no han llegado a un acuerdo. El llamado Brexit duro es muy probable. Dijo Carlos Castillo Pedraza, presidente del Partido Acción Nacional allá en los 90, cuando se le criticó por sus acuerdos con el PRI, que la no comunicación es la guerra. Polarización y no comunicación vienen a ser la misma cosa. Así que, mucho me temo, soplan vientos de guerra. Decir, suplicar, rogar: “pórtense bien, chicos y chicas” no va funcionar. No es fácil convencer a unos y otros que ni tú eres tan, tan bueno, ni el otro tan, tan malo. Pero lo vamos a intentar. La siguiente entrega, disecaremos a las derechas, posteriormente a las izquierdas, y por último, mi visión, acaso un tanto ingenua, de lo que se puede hacer.

NOTAS:
Las citas bíblicas están tomadas de la Enciclopedia Católica.
La observación de Karen Armstrong sobre el fundamentalismo viene en Los orígenes del fundamentalismo en el judaísmo, el cristianismo y el islam. Tusquets Editores S.A.
El concepto de fusión de identidad, (identity fusion) viene en un artículo de James Hamblin, The Most Dangerous Way to Lose Yourself, publicado en The Atlantic, Septiembre 25, 2019.

1 Comments

donde estudiar robotica en europa diciembre 29, 2021 at 8:48 pm - Reply

Gracias por la buena reseña. De hecho, solía ser una cuenta de ocio. ¡Mire avanzado a muy agradable para usted! Sin embargo, ¿cómo podríamos mantenernos en contacto?

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