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De médicos fifís y otros mitos
24 Abr 2021

De médicos fifís y otros mitos

Post by Federico Elenes

El niño no se quería separar de sus padres. Tenía apenas tres años. La madre lo acararició, lo convenció y lo acostó sobre la estrecha mesa de la sala de estudios. El cuarto estaba lleno de equipo que habrá parecido intimidante a los padres: un enorme brazo en forma de C que sostenía un tubo en uno de sus extremos, el tubo que emitiría los indispensables rayos X. Además, había pantallas planas con gráficas y símbolos que poco significaban para ellos. ¿Acaso los tranquilizaría tanta tecnología, que su bebé estaba en buenas manos? No lo sé. Padre y madre le dieron a su criatura un beso y abrazo más de despedida, para pasar a la bien llamada sala de espera. Espera angustiosa. Espera interminable.

El anestesiólogo en breve tenía sedado al niño, aunque no se trataba de un procedimiento doloroso. En un adulto bastaría con anestesia local, pero no se puede esperar que un niño de esa edad permanezca inmóvil la hora aproximada que dura el procedimiento. Todo estaba listo. Era mi turno. Ya se le había hecho la asepsia en la región de la ingle. No se vale introducir gérmenes al torrente sanguíneo. Con mi mano izquierda sentí el pulso de la arteria femoral, que en la ingle corre muy cerca de la piel. Hice una incisión muy pequeña, luego con una aguja especial puncioné -piqué- la arteria. Un chorro de sangre me indicó que había atinado. Sentí alivio. Es un poco más difícil encontrar la arteria en niños que en adultos, porque, desde luego, sus vasos son más delgados. El paso siguiente era introducir un catéter, un tubo largo y delgado diseñado específicamente para estos procedimientos. Pisé un pedal. Se escuchó un leve zumbido y una campanita sonaba cada cinco segundos, indicando que se estaba emitiendo radiación. En un monitor podía ver como avanzaba el catéter hasta la aorta abdominal. Daba pequeños movimientos, latigazos leves, en sincronía con el pulso cardíaco. Quité el pie del pedal. No debía excederme en el uso de la radiación. Yo llevaba lentes plomados para protegerme los cristalinos de los ojos, un collarín para mi tiroides y un mandil de plomo para todo lo demás, más o menos. El pequeño paciente -los niños son más sensibles a la radiación- tenía un protector para sus gónadas. Con breves flachazos de radiación llevé el catéter hasta donde se necesitaba, la arteria carótida externa derecha, que irriga la cara, la nuca y el cuello. El cerebro no, ése es territorio de las arterias carótidas internas. Inyecté un poco de medio de contraste, una sustancia opaca a los rayos X, mediante la cual se puede ver la circulación. Ahí estaba el problema, un nudo de arterias y venas malformadas, de hecho, ése es el nombre de la lesión: malformación arterio-venosa. Vi un vaso grueso salir de la malformación, una vena dilatada que se dirigía hacia el corazón. Lo que sucede es los vasos defectuosos hacen corto-circuitos, la sangre llega a las venas con una velocidad y presión para las que no están diseñadas. Entonces se dilatan y tienen un aspecto poco estético. Más grave, esas venas dilatadas tienden a sangrar. Falta lo peor: ese corto-circuito, si se le deja crecer, puede sobrecargar al corazón y provocar una falla cardíaca. De modo que es una lesión que entre más pronto se atiende, mejor. Pero el tratamiento no es fácil. Si no se encuentran todas las ramas arteriales que alimentan a la malformación, ésta va a recurrir. De ahí la necesidad de la angiografía, del griego, angios, vaso, grafos, dibujo o imagen. Íbamos a retratar las arterias malas del chico. Félix, el técnico, hábil para manejar la sofisticada sala digital, centró el tubo. Ésta tenía la capacidad de tomar hasta veinte imágenes por segundo, si mal no recuerdo, necesario porque el contraste corre a la misma velocidad que la sangre arterial, que es bastante veloz. Inyecté el contraste. Casi inmediatamente pude revisar las imágenes, una ventaja sobre los viejos tiempos del revelado químico, cuando teníamos que esperar a que las placas salieran del revelador.

Vamos bien, me dije. Como cosa del destino, en ese justo momento anunció el anestesiólogo: «No está saturando». La saturación de oxígeno ya no es un concepto limitado a las salas de urgencia y las unidades de cuidado intensivo. El gentil coronavirus lo ha puesto en el dominio público. Ya habrán de saber, lectores, lo que implicaba: la sangre del muchachito no estaba transportando suficiente oxígeno. Resulta que los cerebros de los niños, todavía en crecimiento y desarrollo, son muy sensibles a la falta de oxígeno, y entre más pequeños, mayor es esa sensibilidad. El niño estaba a segundos de caer en paro cardiaco. Si salía, podría tener secuelas neurológicas, desde menores hasta muy severas. Fugazmente, corrieron en por mi mente la imagen de los padres, despidiéndose de su criatura. El anestesiólogo maniobraba y yo mientras veía en el monitor como la saturación seguía bajabando. Carlos, el enfermero y mi brazo derecho en todos estos procedimientos, había estado auscultando los pulmones del chico, y anunció: “Oigo sibilancias”. Esto significaba que los bronquios se estaban cerrando, como en un ataque de asma. Era, de hecho, un ataque de asma, uno severo. “Ponle cortisona”, dije. La cortisona hace milagros; nuestro cuerpo la produce en momentos de crisis. El medicamento obró su magia. Los bronquios se relajaron. La saturación, ayudada por oxígeno suplementario, regresó a su hábitat usual, por arriba del 95%.


Ya con calma, entendí lo que había sucedido: el mismo cortocircuito que estábamos estudiando había enviado una dosis elevada de contraste al pulmón. Los bronquios del chiquillo protestaron, cerrándose. Nuestros cuerpos, que viven rodeados de bichos y sustancias potencialmente tóxicas y peligrosas, tienden a la xenofobia. Cualquier cosa extraña, la señalan, la marcan y la tratan de expulsar. En ocasiones, al igual que ciertos países, reaccionan desproporcionadamente al riesgo que representan esos extraños. Es el caso de las alergias. El polen, sustancia inocente cuya única razón de ser es que haya plantitas, no justifica tanto estornudo y tanto moco. A los padres del chiquillo se les podía explicar que tamaño procedimiento era por el bien de su hijo, no así a su sistema de defensa. Ese líquido misterioso no tiene nada que estar haciendo aquí, decretó. No hay manera de razonar con el sistema inmune. La evolución lo diseñó para matar virus y bacterias; los medios de contraste ideados por los humanos no entran en su esquema. Afortunadamente, todo salió bien. Las imágenes eran diagnósticas, el niño salió bien y fue posible quitarle su malformación.


Todo esto ocurrió hace ya unos doce años. Lo narrro ahora, no con el propósito de hacer un nuevo Gray’s Anatomy, mucho menos de lucir mis conocimientos y capacidad de decisión, sino para dar una idea de lo que enfrentamos los médicos y en general el personal de salud, en mayor o menor grado. No somos héroes con capacidades sobrehumanas, simplemente personas haciendo una tarea difícil, una que, cierto, asumimos voluntariamente. Es, por lo demás, una que, dentro de ciertos límites, no estamos obligados a realizar. Quiero decir que puedes dejar de ser médico, siempre y cuando no abandones a un paciente.
Igual que todos los seres humanos necesitamos alimento, bebida, sueño. Si nos faltan algunos de estos elementos, nuestra eficiencia se ve disminuida. Parecería elemental, pero no lo es. Dormir y comer son privilegios para los médicos en entrenamiento. Además, no somos inmunes a los defectos y vicios que afectan a todos los humanos. Algunos nos son particularmente notorios. La soberbia, por ejemplo. Si quieren conocer a alguien arrogante, les consigo un cardiólogo. La ira. ¿Quieres conocer a alguien con mal carácter? Te presento un neurocirujano, que por si fuera poco no se escapa de la soberbia. Encima, fallamos a la hora de la atención: no escuchamos lo que debiéramos, no solemos ser empáticos, desestimamos los problemas de nuestros pacientes y no nos preocupa que salten de mano en mano cuando hemos sido incapaces de solucionar lo que les duele. Hay médicos poco escrupulosos, de escasa ética. Precisamente describo uno en mi novela La Negra. Médicos centaveros, les decimos.

Pero las fallas no son exclusivamente de los individuos. Desafortunadamente, la medicina como ciencia y disciplina tiene, usando un eufemismo de moda, “áreas de oportunidad”. Su paradigma nació cuando el principal problema eran las enfermedades infecciosas, y es muy bueno para solucionar éstas. Identifica la causa, elimínala, y listo. Igual para piedras en la vesícula: extirpala. Pero cuando se trata de enfermedades de origen complejo, con múltiples causas ambientales e individuales, entonces ya no nos va tan bien. Se dispone de esquemas muy precisos y muy bonitos, representados en diagramas de flujo, demasiado extensos y complejos a veces, pero que ahí están. Sigue el caminito amarillo y harás diagnóstico. Si no lo tienes, es que no seguiste el caminito bien. Pero cuando sale un desafortunado paciente que no encaja en los esquemas, se nos cierra el mundo. No sabemos qué hacer. Tampoco podemos confesar que no meramente no sabemos, sino que no tenemos ni puta idea de lo que está pasando.

Ciertamente, como demostró Sócrates hace ya siglos, entre más sabes, más te das cuenta de tu ignorancia. Igual que Sor Juana, estudiamos no para saber más, sino para ignorar menos. Así, encontramos que las disautonomías, serie de enfermedades donde el sistema nervioso autónomo pierde su capacidad de regular funciones como la frecuencia cardíaca, la presión arterial, o el movimiento intestinal, quizás sean consecuencia de infecciones. Lo mismo pudiera ser respeto a la misteriosa fatiga crónica que ni sabemos de donde vienen ni como tratar adecuadamente. Lo menciono porque el llamado COVID largo comparte algunos síntomas con estas entidades: fatiga, dificultad para concentrarse, intolerancia al ejercicio, hipotensión ortostática, en que hay mareo y hasta desmayos cuando una persona se pone de pie. Parece que las enfermedades virales con más complejas que lo que creíamos; lo que pasó es que no habíamos tenido tantas de una sola vez.


¿De qué viene esta mea culpa? se preguntarán. Resulta que los médicos en México, y sospecho que es caso único en el mundo, estamos bajo ataque. Creo que ya saben a lo que me refiero. La 4T, bajo la guía de su mesías Andrés Manuel, nos ha declarado personas non gratas. Esto va con la tendencia general del populismo a promover desconfianza en instituciones. Es una estrategia para cambiar el statu quo a su favor. La ciencia es parte de ese statu quo, de ahí que la ataquen, y peor, que la debiliten. Vayamos pues a las virtudes de la medicina científica, que sí las tiene. Tan es así que lo usual es que los servicios de salud estén saturados, en vez de desairados. Veamos algunos números. Esperanza de vida: era de 35 a 55 años al inicio del siglo XIX. Cien años después, al inicio del siglo XX, aumentó a 50-65 años en países desarrollados. La media mundial actual es de 70-73 años. El país con más expectativa de vida es Japón, con 83 años. En Estados Unidos es de 79, en México de 75 años en el 2020. ¿Qué permitió aumento tan impresionante? Principalmente, el ya mencionado control sobre enfermedades infecciosas. La época de la medicina científica la inauguran Pasteur, Lister y Koch, francés, inglés y alemán, respectivamente. Dos feroces asesinos, la tuberculosis y el cólera, pudieron controlarse, si bien los tratamientos específicos llegaron hasta mediados del siglo XX. También es notable el esfuerzo de John Snow, fundador de la epidemiología y atrevido que osó anestesiar a la Reina Victoria en uno de sus partos. Durante una epidemia de cólera, Snow marcó en un plano de la ciudad de Londres los sitios donde se presentaban los casos. Los rastreó a una bomba de agua. Luego tomó una acción tan sencilla como efectiva: le quitó la manija a la bomba. Fin de la epidemia. Posteriormente se supo que el agua de la bomba estaba contaminada con material fecal. Guácala. Vemos también la importancia de rastrear casos, asunto que, como hemos visto este último año, es de importancia literalmente vital.

Es todo este acúmulo de conocimiento biomédico a través de los años lo que permitió desarrollar una vacuna contra el COVID en tiempo récord. También se tenían bases para estudiar al desalmado virus y por ende entender como hace sus maldades. En todo este tiempo, el personal de salud ha estado en las trincheras. “Personal de salud” no se limita a los médicos. Incluye enfermeras, químicos, técnicos radiólogos, inhaloterapistas, intendencia, y hasta personal administrativo, como recepcionistas que tienen contacto directo con pacientes y familiares. Estamos en una guerra, el enemigo es un virus, un bicho invisible pero real. Las guerras requieren soldados. Es el colmo de la estupidez mandarlos a la batalla sin armas, o con armas inadecuadas e insuficiente. Es tan obvio, tan evidente para cualquiera que tenga tres dedos de frente, que es increíble incluso que se tenga que señalar.

Ojalá fuera solo eso, pero hay más. Desde que comenzó la pandemia se agredió al personal de salud. Algunas veces por estar supuestamente “contaminados”. Otras veces por retrasos en la atención en centros sobre-saturados. De por sí las condiciones en las que trabaja el personal de salud, sobre todo en el sector público, son difíciles; se empeoran con la pandemia. No hay equipo adecuado de protección. México, que es país de media tabla en la mayoría de los indicadores económicos y sociales, tiene el mayor número de personal de salud fallecido por COVID. Al 8 de febrero de 2021, México contabilizaba 2996 defunciones entre su personal sanitario, una letalidad del 1.3%. La de Estados Unidos es mucho menor, de .3%. El deshonroso primer lugar se lo lleva, no sé porqué no me sorprende, Venezuela, con una letalidad del 7.2% entre su personal de salud.
Una respuesta que he escuchado ante estos reclamos es “sabían a lo que se exponían. Si no pueden, sálganse”. En otras palabras, háganle como puedan y no me molesten. Ese desdén por quien se esfuerza y busca un modo honesto de vivir es común en México, aunque no siempre se articula, más bien se insinúa. Sería deseable mejor un poco de ayuda, y ésta es muy sencilla. Ya se la saben: Cuídate, evita aglomeraciones, usa cubrebocas, no vayas a lugares cerrados y mal ventilados. Tengo la sospecha que los del “si no pueden, sálganse” no son de los que se cuidan. Es raro que alguien sea responsable en un rubro y no en otro.

Es de notar que AMLO, a pesar de su desdén por la ciencia, y que haya desestimado la pandemia, no se opone a las vacunas. Yo creo que es porque la aplicación de vacunas es algo que puede controlar. Decreta quien va primero, quien va después. Desde luego, se dirá. No hay suficientes vacunas para todos. Hay que fijar prioridades. Conforme se vayan haciendo disponibles, se irá abriendo la vacunación a un número mayor de gente. Pero estas prioridades se manejan con criterios políticos, no de salud pública. Es por eso que se vacunan primero a poblaciones aisladas y a maestros. No es fácil hacer este señalamiento, porque en modo alguno nos oponemos a que sean vacunados. Qué bueno que les toque. Es cierto que la gente marginada tiene menos acceso a servicios de salud, pero también tiene menos riesgo de contagio. El objetivo principal al enfrentar la pandemia, cualquier pandemia, es disminuir lo más que se pueda el número de contagios. Por eso la vacunación tiene que empezar donde hay mayor concentración de población, que desde luego es donde hay más contagiados. Las áreas urbanas se dejaron al último, con una excepción: la nada rural Ciudad de México. ¿Así o más político el criterio? Lo que sucede es que la política es la única política de este gobierno. Esto es, buscan aumentar su poder y las posibilidades de eternizarse en él. Ya vemos como, efectivamente, la pandemia les cayó como anillo al dedo.

Vayamos a vacunar, pues, donde haya riesgo y contagio. Esto ocurre donde hay densidad de población -grandes urbes- y donde se atiende a los enfermos. No debería ser siquiera motivo de controversia.
Se demuestra genuina vocación de servicio seguir atendiendo a riesgo de tu vida y tu salud. No esperamos medallitas ni loores a nuestra nobleza o nuestro desinterés. Lo que uno jamás se esperaría es ser atacado por realizar una labor esencial. El sencillo reclamo por vacunas se toma como agresión y provoca una reacción desmesurada por parte de la 4T. Con este término englobo además del excelentísimo AMLO, a secretarios de Estado, diputados, senadores, intelectuales, periodistas, etc., etc., asociados o partidarios todos del régimen actual. Primero, nuestro empático presidente dijo al personal de salud que se esperen. Que sean pacientes. Quesque no era su turno. Esto por parte de un gobierno que pudo haber evitado 190,000 muertes por el COVID, según un informe de la Universidad de California en San Francisco (UCSF) comisionado por la Organización Mundial de la Salud (OMS). El personal de salud no está de acuerdo. Entonces vienen los ataques. No duraron mucho, es cierto, pero ahí estuvieron. Que si los médicos particulares cobran una cantidad X o tal cantidad Y por una consulta. Sigue el clásico “como no dijeron nada antes”, ahora en su máxima expresión, “callaron como momias durante el periodo neoliberal”. Pues bien, me confieso neoliberal, si eso es estar a favor de la libre empresa y en contra de un gobierno hinchado y obeso. Pero también me opongo a la satanización de cualquiera que discrepe de tal o cual política.

Ante cualquier crítica, este gobierno reacciona ladrando y gruñendo. Dividir es su estrategia, estrategia que requiere de un fantasma, un coco, que inquiete, que alarme. Ese espectro será alguien que encaje dentro del estereotipo “anti-pueblo”. Alguien que pueda ser tachado de elitista, insensible, codicioso, privilegiado, en una palabra, “fifí”. Los médicos caemos en esta categoría, por lo que señalé al principio de esta nota, y por la presunción, mayormente incorrecta, que provenimos de las clases altas. Yo sí provengo de un estrato medio alto, pero la mayoría de mis colegas no. Por otro lado, la división entre médicos del sector privado y sector público es artificiosa. La mayoría trabaja en los dos. Tampoco trabajar en sector privado significa grandes ingresos. Muchos colegas atienden en los consultorios de las farmacias, donde los ingresos son modestos. Finalmente, la vacunación de personal de salud en el sector público en Nuevo León (¿acaso será porque somos “neoliberales”?) va muy retrasada. Quizás ya se vacunó al personal que trata directamente a enfermos COVID en las unidades de cuidados intensivos, pero no así a quienes siguen en primera línea, como en las unidades de medicina familiar. Todos los médicos están expuestos, algunos más, algunos menos. ¿Puede haber humor más raro, como diría Sor Juana, de ver el incendio y quejarse de los bomberos?

No te confíes. Independientemente de tu edad, tu género, tu ocupación, tu estrato social, puedes estar en la mira. Estamos dando pasos hacia una dictadura. AMLO decide lo que le conviene a él, no al país. Usa su ideología como un velo disfrazar esa conveniencia. La 4T aplaude esas decisiones desafortunadas. Los fallecidos en la pandemia y las cifras de crecimiento económico son prueba suficiente de su desinterés en el bienestar genuino del país. Si fuera al contrario, veríamos alguna rectificación.

¿Cuál es el ingreso justo de un médico, tomando en cuenta que son seis años de carrera, un año de servicio social, y de tres a seis de postgrado (especialidad)? Está además la necesidad de actualizarse continuamente. Sobra decir que su responsabilidad es considerable. El número no lo voy a dar; se los dejo de tarea.

ACTUALIZACIÓN: Se anunció en los medios de comunicación que ya se inició la vacunación a médicos, espero que a todo el personal de salud. Está muy bien, pero no cambia la esencia de lo que he puesto en este artículo.

NOTAS
Datos de fallecimientos de personal de salud en https://www.liderempresarial.com/109520-2/, fuente Organización Panamericana de Salud.
Muertes evitables por COVID en https://elpais.com/mexico/2021-04-12/mexico-pudo-haber-evitado-190000-muertes-en-2020-segun-un-informe-encargado-por-la-oms.html
Esperanza de vida tomado de Wikipedia.

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