Enrique Serna ha tenido un éxito reciente, el Vendedor de Silencios, sobre Carlos Denegri, el periodista corrupto que ganaba más por lo que no publicaba. También tuvo éxito con una novela histórica, El Seductor de la patria, acerca de ese némesis de nuestro pasado, Antonio López de Santa Anna.
En el lejano 1995, Serna publicó Miedo a los animales, obra del más puro género negro. Tiene todos los elementos clásicos: el antihéroe, el medio urbano laberíntico, en este caso la Ciudad de México, la corrupción es generalizada. No falta la femme fatale, aunque en este caso no es tan central en la historia.
Me llama la atención que este género haya tomado raíz en nuestro país solo recientemente, siendo que es el ambiente ideal para la misma. Será que negro sobre negro no se distingue. Además, hay en el fondo del género negro cierto atisbo de esperanza, de que si bien el caos seguirá siendo caos, el protagonista, duro, cínico, hará su propia forma de justicia. Pero México no es un país donde tal esperanza resulte verosímil. Incluso, tal creencia resulta ingenua. Evaristo, el protagonista de la novela, agente de la policía judicial de la Ciudad de México, es, no obstante, ingenuo y aún más, está muy pendejo. Toma mala decisión tras mala decisión, al grado que termine por perder fuerza como personaje.
Resulta que Roberto Lima, escritor frustrado y autor de notas culturales en un periódico que nadie lee -aquí Serna muestra una ironía apabullante- ataca ferozmente al Presidente de la República, en la novela llamado Jiménez del Solar. No pasaría a mayores de no ser porque Jesús Maytorena, comandante de la Judicial y superior directo de Evaristo, la lee por casualidad. Maytorena encuentra aquí la oportunidad de sacar ventaja política, haciendo quedar mal al Secretario de Gobernación y rival de su jefe, el Procurador de la República.
Evaristo es un escritor frustrado también. Fue con la peregrina idea de obtener información de primera mano para una novela que ingresó a la policía. Nunca llega a escribir la novela. En cambio, sin hacerse demasiado del rogar, acepta su parte de los sobornos y cuotas de protección que cobra Maytorena. Pero éste sabe que Evaristo no tiene madera para judicial. Es en el fondo un tipo decente que no puede cometer actos de violencia. Maytorena se mofa: “Ya párale, te vas a quedar ciego de tanto leer. Y lo peor es que no te sirve de nada: mientras más lees más pendejo te vuelves. ¿A ver tu libro? ¿Es de poesías? Uy, se me hace que hasta declamador nos vas a salir. ¿Ya viste, Chamula? Tu amigo el intelectual tiene un corazoncito muy delicado, mira nomás que mamadas lee. Recítanos algo, ¿no? Recítanos o tiro tu libro por la ventana”. Ese es el mote que le pone Maytorena: intelectual. Pero le encuentra una ventaja a Evaristo. Su habilidad literaria lo convierte en la persona ideal para hacer los reportes que el comandante detesta redactar. Así, extorsiones en la calle se convierten en operativos antidrogas exitosos, parrandas de quince días en la zona roja de Acapulco viene a ser una búsqueda de terroristas. Evaristo, pues, se ha vendido por completo. No es que renuncie a sus ideales, sino, como él mismo reconoce: “No podía culpar a la fatalidad de un destino que nadie había elegido por él. Era responsable, más que de sus decisiones, de aplazarlas eternamente cuando las circunstancias lo ponían frente a una disyuntiva difícil”.
Para realizar su plan genial, Maytorena le ordena a Evaristo que localice a Lima. Pero cuando lo encuentra, le advierte a Lima que vienen tras por él a causa del artículo que escribió. La cuestión se complica cuando Lima amanece muerto al día siguiente. Maytorena está convencido de que Evaristo lo mató y se pone furioso. Evaristo tiene que dar con el asesino y tiene el tiempo en contra. Eso, desde luego, es un recurso de primera para darle agilidad a una novela y mantener el interés del lector.
Evaristo se introduce en el enrarecido mundo de la cultura y escritores en México. Un mundo, nadie habrá de sorprenderse, lleno de envidias, intrigas, y, sobre todo, apariencias. Hay una puyas muy bien dirigidas por parte de Serna. El miedo a los animales no solo es una novela negra, es una roman a clef, novela en clave. No cuesta trabajo distinguir a Carlos Salinas de Gortari bajo el nombre de Jiménez del Solar. Palmira Jackson, gran jefa de la cultura, pretendida defensora de causas populares, periodista entrevistadora y autora de un libro sobre el movimiento ferrocarrilero, es desde luego Elena Poniatowska, quien, efectivamente, escribió una biografía novelada del líder Demetrio Vallejo, titulada El tren pasa primero. Hay personajes que ya no alcanzo a descifrar, mi conocimiento del medio no llega a tanto. Pero acaso Serna le agarró feroz tirria a uno, que muere torturado por Maytorena. Disculpen este breve atisbo de trama. A Poniatowska también la pone del asco: mezquina, su supuesto amor por los desfavorecidos no es más que apariencia, mientras da fiestas costosas en su lujosa mansión. Si esta caricatura corresponde a la realidad o es resentimiento de Serna no tengo manera de saber. Probablemente una combinación.
Ojalá hubiera una escala de, digamos, cervantes y pudiéramos decir que tal novel mide apenas 40 cervantes mientras esta otra llega a 90. Desde luego no la hay, y por lo tanto la tarea del crítico forzosamente es subjetiva. Se uno espera, no obstante, que sea solo su criterio el que cuente, y no uno influenciado por otras circunstancias, que podrán ser más o menos limpias. En lo personal, he considerado que el criterio literario de quienes han tenido la osadía de rechazar una obra mía es deleznable, y más cuando leo lo que efectivamente se publica, y peor todavía, lo que se vende. Me parece un misterio absoluto e impenetrable que mi novela La Negra no sea un éxito mundial de ventas. Al mismo tiempo reconozco que solo es mi Yo el que está ofendido. Lo único que tienen los Lima y demás de su calaña es un ego desmedido. A eso se reduce su resentimiento y su pretendido “derecho” de decirle al mundo sus “verdades”. ¿Talento? Quizás sí, quizás no.
¿Quién en última instancia determina el éxito de un escritor o cualquier otro artista? El público. Pero desde la época del romanticismo, este criterio comenzó a decaer. Tener popularidad comenzó a equivaler a ser ramplón. Luego, peor, significaba que te “habías vendido”. ¿Cuál es el resultado? Que una camarilla que la gran parte de las veces ni siquiera podemos reconocer, da o niega los reconocimientos. Es lo que lleva a la circunstancia del mundo cultural que describe y denuncia Serna. Por mi parte, no le encuentro mayor gracia ni chiste a Pablo Picasso. A mediados del siglo 20, esto habría sido herejía. Ahora no creo que a nadie le inquiete demasiado tal opinión. Estoy un poco en el caso de Roberto Lima.
Hay una diferencia entre Evaristo y los detectives duros, hard-boiled norteamericanos, como Phillip Marlowe y Sam Spade. El primero es débil y medio menso; los segundos hábiles y seguían su propio código, pero con el que coincidimos. Es ese código el que los pone en contra del sistema. Recordemos, el norteamericano ama al héroe solitario. Evaristo no cumple su propio código. Pero la novela también puede verse como una historia de redención. Y sí, Evaristo se redime al final. Tiene el final inesperado que requiere el género, con una pequeña tacha: no es por el esfuerzo del protagonista que el asunto se resuelve.
Serna denuncia un hecho más grave que las posturas de los intelectuales: la policía en México no investiga. Se dedica a extorsionar o a fabricar culpables o proteger narcos. Por esto no creo que en el triste caso de Debanhi Escobar habrá un resultado que convenza a la comunidad. Lo trágico es que desde los tiempos de la novela no solo no hemos progresado en México, sino que hemos retrocedido.
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