
¿Soy hombre o soy mujer? Este es el tema de la película La chica danesa, nominada a varios premios, que vi hace algún tiempo y todavía está disponible en conocido servicio de streaming. Trata de una pareja de jóvenes pintores, Einar (representado por Eddie Redmayne) y Greta (Alice Verkander). Al inicio, Einar ya ha alcanzado cierto renombre como paisajista, mientras que Greta todavía se está abriendo paso. Ocurre que una bailarina a quien está retratando Greta no llega a tiempo. Para salir de un apuro, Greta le pide a Einar que pose con medias y zapatillas de mujer. Einar acepta, aparentemente por complacer a su mujer, pero nos enteramos de que ya tenía gusto, y hasta cierta obsesión, por el travestismo. Poco a poco, Einar va a convertirse en Lili, con una identidad femenina.
“Deja este juego,” le dice Greta a Lili. Lili responde que no es un juego, que Einar ya está muerto. Lili es quien lo sucede. “Dios me hizo mujer,” dice. “Mi cuerpo es el que está deformado”. Todo esto transcurre en la década de los veinte del pasado siglo. Sobra decir que la reacción del establishment médico es de condena. “Sobre la naturaleza científica de la inmoralidad sexual” reza uno de los capítulos de un libro que Lili consulta mientras trata de averiguar qué le está pasando. Lo… no, la obligan a someterse a tratamientos dolorosos con radiación, que entonces se creía que serviría para curar hasta el acné. Si se niega, se le acusará de perversión sexual. Otro médico diagnostica esquizofrenia y está a punto de ser encerrada, pero Lili logra escapar por una ventana.
«¿Quién soy?», se pregunta Lili. «¿Cómo me enfrento a esto?», se pregunta Greta. Hay que reconocerle, no huye, por mucho que la tentación de hacerlo es fuerte. El amor es uno de los temas, mostrado en forma genuina, no idealizada, ciertamente, no empalagosa.
Una película tal no va a estar exenta de controversias. Está basada en personajes reales, si bien se toman libertades con los hechos. Algunos países, como Emiratos Árabes, Omán, Bahréin, Qatar, Jordán, Kuwait y Malasia la prohibieron. Al otro lado del espectro político, hubo críticas a Redmayne por ser a un actor cis que hace el papel de una persona trans. Es de estos puntos, válidos en principio, que tienden a llevarse más lejos de lo conveniente. Remayne, acaso en aras de las RP, se disculpó por el hecho. No creo que nadie deba disculparse por hacer su trabajo.
Todo lo cual nos lleva al punto medular: el ser transgénero. Aprovecho de paso para aclarar, por si alguien tiene duda, los prefijos “cis” y “trans”. Vienen del latín, como gran parte de nuestra cultura e idioma. En tiempos de los antiguos romanos, había dos Galias: la Transalpina, del lado de allá de los Alpes, y la Cisalpina, del lado de acá. Para no enredarse, acabaron conquistando las dos. El prefijo «trans» ha permanecido en nuestra lengua. Por ejemplo, transportar es, literalmente, portar hacia allá, hacia lo lejano, pero en vez de «cisportar», portar hacia acá, tenemos el verbo traer. Entonces, transgénero es quien se traslada o transita al, visto binariamente, género opuesto. Por el contrario, cisgénero es quien está alineado con el sexo de «acá», con el que le tocó al nacer. Está alineado correctamente. Esta última palabra la uso con toda la intención, pues es precisamente el individuo transgénero quien siente que algo está «mal», que hubo algún error por parte de quien defina estas cosas, Dios o la Naturaleza o la Casualidad: una mujer nacida en un cuerpo de hombre, un hombre nacido en cuerpo de mujer.
Ahora bien, en nuestra cultura consideramos al sexo como una cuestión binaria: hombre o mujer, tal anatomía versus tal otra, barbas en hombres o cabelleras largas en mujeres. Es una visión estrecha. Incluso, al hablar nada más de lo biológico, nos encontramos con un espectro. Según la clasificación de Toldrá Roca, hay un sexo cromosómico, marcado por la presencia del cromosoma X o del cromosoma Y. Está el sexo morfológico: que genitales externos están presentes y que forman tienen. Tenemos luego el sexo gonadal, según la persona tenga ovarios o testículos. Ello determina las funciones necesarias para la reproducción, producción de óvulos o espermatozoides. Los ovarios secretan estrógeno y progesterona, los testículos testosterona, sustancias que influyen en la forma del cuerpo y en esos atributos elusivos que son la masculinidad y la feminidad.
Falta un último sexo, el sicológico, aquel con el que te identificas, hombre o mujer. Nuestra sociedad espera que estemos alineados, que seamos cis. Pero hay quienes, como la desafortunada Lili, en que esto no ocurre. En la película, somos testigos de un proceso gradual de desidentificación, o de transición, de un género a otro, hasta un punto en el que no hay retorno. El concepto de aquella época era de que se trataba de un delirio o una perversión. Una de-generación. Una pérdida de género. Una vez más, el latín. Viene de genus, que significa origen, nacimiento, linaje, estirpe. Todo lo ha perdido Lili o ha renunciado a ello. Vemos el poder de las palabras. La sociedad, en grado mayor en Dinamarca, no tanto en Francia, a donde la pareja emigra, está dispuesta a usar la violencia para volver a Lili al buen camino. Pero también en Francia es víctima de una agresión, por ser quien es.
La pregunta que surge es, ¿por qué no dejarlo, dejarla, ser? Hay culturas en las que ello es posible, en las que se reconoce esta realidad. Entre éstas, se encuentran los zapotecas del estado de Oaxaca. Ahí viven unas personas que pertenecen a un tercer género, las muxes. No son rechazadas, por el contrario, tienen un papel definido dentro de su comunidad.
Eventualmente, Lili acepta ponerse en manos del Dr. Jens Hexler para realizar una operación de cambio de sexo. Aquí aclararemos la distinción entre sexo y género. El primero es biológico, encierra todos los atributos mencionados arriba. El género es el conjunto de expectativas que hay en una comunidad en base al sexo biológico. Desafortunadamente, Lili muere por complicaciones en una de sus cirugías. Recordemos que las técnicas quirúrgicas no estaban tan refinadas entonces y que no se habían inventado los antibióticos. Otra vez el poder de las palabras: Vladimir Putin se ha manifestado en contra de lo que llama “mutilaciones”. Bolsonaro do Brasil grita que hay una conspiración del marxismo cultural, sea lo que eso sea. Gentes más sensatas que estos especímenes se sienten inquietos por lo que llaman “ideología de género”, asustados con este petate del muerto.
Por su parte, la comunidad transgénero se opone a que su condición se considerada como una enfermedad. Es entendible. Pero, si tomamos el significado de enfermedad en un sentido operativo, será un alejamiento de lo normal que requiere intervención, la cual puede ir desde cambios en el modo de vida hasta una cirugía, sí lo será. Lo que se rechaza es el estigma que significa tener una enfermedad. Lo que procede ahora es considerar por qué la enfermedad se considera un estigma. Hay varias razones. Puedes contagiar. Quizás tienes un feo aspecto o presentas síntomas desagradables. El enfermo nos recuerda que a cualquier momento podemos estar en circunstancias similares. Pero la persona transgénero no se encuentra en ninguno de estos supuestos. La razón principal por la que la enfermedad está estigmatizada es porque representa debilidad. Los hombres no pueden mostrar tal lacra; a las mujeres sí se les concede ese privilegio. Es, pues, un estigma patriarcal.
¿Cuál la supuesta amenaza que encierran los transgénero? A un statu quo. Entre más patriarcal una sociedad, más rígidos son los papeles de género: los hombres tienen que ser más hombres, las mujeres más mujeres y no se permite la más mínima desviación. La etnia oaxaqueña mencionada no es completamente matriarcal, pero las mujeres tienen un rol importante. Los hombres pescan o siembran, ellas se encargan de lo demás, si bien los hombres toman las decisiones políticas.
Notemos que la defensa de roles de género rígidos no viene de hechos. Viene de propuestas aparentemente razonables, como la defensa de la familia. Sin embargo, al profundizar nos encontramos con incongruencias. ¿Por qué hay afeminados? Porque las familias son débiles. ¿Por qué son débiles? Porque hay afeminados. Uso el término con toda la negra intención. Lo más bajo que puede caer un hombre es ser afeminado. Constituye la peor degeneración. Se vale ser borracho, ser desobligado, ser violento, aun cuando todas estas conductas sean disfuncionales para la familia que se pretende defender. Pero joto, ¡jamás! Queda claro que el machismo florece en culturas donde la honra predomina. No es tan intenso en la cultura anglosajona (no que sea inexistente) porque la admiración y el prestigio viene de logros concretos, siendo una cultura sumamente individualista y competitiva. Si tengo éxito, sea como se defina ese éxito, no me tengo que preocupar en demasía por la opinión de los demás. En cambio, nosotros nos regimos por el qué dirán. Debido a que ese «qué dirán» está marcado por nuestras creencias, nuestra imaginación, y sobre todo, por nuestros temores, tiende a ser variable y nebuloso. Muchas veces veces son los comentarios concretos que dicen los amigos en la cantina o en el dominó lo que marca mi conducta. Mejor que se vea que me impongo, antes de que me comiencen a decir cosas.
Los roles de género ya están irrevocablemente alterados. No vamos a regresar a la familia de antes, papá en el trabajo, mamá en la casa, salvo que así se decida mutuamente. Ya no hay “solteronas”, ya nadie se “queda para vestir santos”. Más de la mitad de las estudiantes universitarias son mujeres. A pesar de todo esto, persiste la misoginia. Nada nuevo, la violencia es real, el acoso es real, la falta de oportunidades y el techo de cristal es real. En estos tiempos nadie (bueno, casi nadie) se atreverá a decir que la mujer es un ser inferior, que no le corresponde la educación superior, ideas todavía vigentes hace cien años, apenas ayer, desde el punto de vista histórico. Entonces, la defensa de los privilegios que el statu quo otorga se tiene que disfrazar de oposición a una “ideología de género”. Si los géneros son iguales en derechos y en dignidad, ¿por qué quienes transitan de un género/sexo a otro han de verse como seres despreciables? Si la homosexualidad no es pecado, ¿por qué se niega el papa a bendecir parejas homosexuales? Si tu libro sagrado, el que sea, la prohíbe, pues bien, pero en un estado laico esa creencia no la puedes imponer. Lo siento. Así que, si consideras la transexualidad como una perversión, o un complot del “estado profundo” o del “marxismo cultural”, ten cuando menos la honestidad de reconocer tu misoginia y confiesa que quieres regresar a los roles tradicionales de género. Buena suerte con eso.
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