
Dijo alguien en el Twitter que esta pandemia se parece a una serie en Netflix: crees que ya terminó y te salen con otra temporada. Nos quedamos en la creencia que ya se había marchado el virus, a donde quiera que se van los virus cuando no están infectando. Fue una ingenuidad, igual que creer que tu equipo ya ganó sólo porque tiene una ventaja mínima faltando poco tiempo. El rival no se da por vencido. Su estrategia es una que comparten todos los seres biológicos, incluidos los humanos: la mutación. Los virus destacan en este rubro, considerando que producen una nueva generación en 48 horas, más o menos. Los humanos nos tardamos 20 años, fíjense nomás. Eventualmente, por pura ley de probabilidad, aparecerá una variante más contagiosa, y por lo tanto, más virulenta, entendiéndose esto como la capacidad del agente infeccioso de provocar daño. Es el caso de la variante Delta. Ahora bien, éste no es un atributo exclusivo del agente; representa el resultado de una interacción compleja entre huésped y patógeno. Mucho del daño provocado en el organismo es resultado de la llamada tormenta de citocinas, que, en castellano, significa una reacción desmedida a la invasión. Es una especie de histeria del sistema inmune. Ocurre porque el bicho es nuevo, el sistema inmune no sabe bien qué hacer y suena la alarma cual el viejo robot de Perdidos en el espacio: ¡Peligro, peligro! En su desesperación, a las células de defensa, algunas de las cuales se llaman killer cells, no les importa llevarse de encuentro células propias, con tal de cumplir su misión de destruir al enemigo. Esto tiene ciertas connotaciones políticas, pero no vamos a seguir ese camino.
Surgió una oleada de casos en la India, y al igual que durante el primer brote en China, las autoridades sanitarias en México nada más se quedaron mirando y todos los demás nos cruzamos los dedos, con la esperanza de que a lo mejor no llegaría. ¿Por qué pensamos que nos íbamos a escapar? Está afectando ahora a los jóvenes. Ellos se exponen más, se cuidan menos, y más, que nada, no están vacunados. Nunca fueron inmunes al virus, hay que recordar.
No estamos indefensos. Tenemos las ya conocidas medidas de protección: el uso de cubrebocas, el distanciamiento social, buena ventilación. Pero que quede esto muy claro: las vacunas son nuestra principal arma contra el COVID-19.
Desafortunadamente, la distribución de vacunas ha dejado mucho que desear. Los datos de vacunación en Latinoamérica no son muy alentadores. En Argentina, 49.0% de la población ha recibido una dosis, el 12.0% tiene el esquema completo. Brasil, uno de los países más afectados, 44.5% tiene una dosis, 16.1% el esquema completo. México tiene datos similares: 30% una dosis, 17.0% esquema completo. En Europa van mejor: España, 62.8% con una dosis, 51.2% esquema completo. Reino Unido, 69.5% y 54.2%, respectivamente. Israel, uno de los países con un mejor programa de vacunación, tiene 63.5% con una dosis, 57.9% con esquema completo. En los EUA, donde la vacuna ya está disponible a cualquiera mayor de 12 años, los números son 56.8% y 49.2%. En ninguna parte se ha alcanzado la meta de 70% de vacunados, que es donde se tiene la llamada inmunidad de rebaño, mejor llamada inmunidad colectiva.
Este nuevo resurgimiento de casos “se está convirtiendo en una pandemia de los no vacunados”, dice Rochelle Walensky, directora del CDC. Por su parte, la autoridad máxima en salud pública en los Estados Unidos, el doctor Vivek Murphy, declaró que 99.5% de las muertes en los EUA son de los no vacunados. Añade: “Tener a la gente vacunada lo más rápido posible es la manera más rápida, más efectiva, de salir de esta pandemia”. Hay un dato que hiela la sangre: sólo 1.1% de las personas en países de bajos ingresos ha recibido cuando menos una dosis. En los mismos países ricos, se presentan contrastes similares. El porcentaje de negros y latinos vacunados en EUA es menor que el de la población blanca. En México no tenemos estadísticas de este tipo, pero es mucho más fácil para un adinerado irse a vacunar a los EUA que para alguien del barrio. Somos los humanos los que hacemos estas distinciones. El virus no. Le da igual si eres chairo o fifí, demócrata o republicano, blanco o negro. Es un virus democrático cuyo único interés está en reproducirse.
Acelerar la distribución de las vacunas es una tarea crítica. La falta de vacunas no es la única razón por la que no hay suficientes vacunados; está también el rechazo a las mismas. En los EUA, donde la vacuna está disponible para quien quiera, es la razón por la que no han alcanzado la meta del 70%. ¿Tienes derecho a no vacunarte? Pues sí. Es tu cuerpo, tú decides lo que metes en él. Pero yo también tengo derechos, y entre estos está el derecho a la salud. En México está elevado a rango constitucional. De modo que estoy justificado si no me junto contigo, si no te permito la entrada a mi establecimiento. El Estado, por su parte, siendo el bienestar público su razón de ser, tiene entre sus atribuciones exigir o prohibir ciertas conductas, como limitar el acceso a lugares públicos a ciertas personas, o mandar el inconveniente menor de usar un cubrebocas. Es lo mismo que un reglamento de tránsito.
La resistencia a vacunarse es, en el fondo, desconfianza: desconfianza de la ciencia, desconfianza de las autoridades, desconfianza de los gobiernos, sobre todo cuando éste es de una ideología contraria. El fulano -me niego a mencionar su nombre- que dijo que las vacunas causan autismo mintió descaradamente. Justifico tan duro juicio porque ha salido a la luz el hecho de que tenía un interés mercenario en todo el asunto.
Pero ello no significa que las vacunas sean 100% seguras. Hay reacciones no deseadas que ponen en riesgo la salud y hasta la vida. Las reportadas han sido trombosis (coágulos) venosa, miocarditis (inflamación de corazón) y anafilaxis, una reacción alérgica severa. Son muy raras; las infecciones, la enfermedad grave, las secuelas y la muerte por el coronavirus son muchísimo más frecuentes. Debe quedar claro que conviene vacunarse. Es como preguntar qué es mejor, manejar sobrio o borracho. Tristemente, la desinformación se propaga en forma, pues, viral. Aquí entra otro punto. Mi derecho a expresarme no incluye el derecho a mentir. Tengo derecho a mis opiniones pero no a mis hechos. Si cometo, por ejemplo, el desatino de decir que el virus no afecta a los menores de 60 años que no son obesos, como hizo recientemente una congresista norteamericana, que usó teorías de conspiración como moneda de cambio para obtener su puesto, Twitter puede la puede vetar, si bien sólo fue por un día.
Es muy desafortunado que se politicen las políticas de salud pública. No conviene echarle más leña al fuego. En este sentido viene la recomendación de la OMS de que la vacuna no debe ser obligatoria. Es mejor convencer con información y entrando en conversación con los renuentes. Un punto de convencimiento es que, controlada la pandemia, podremos disfrutar de cosas que ahora se nos niegan o representan riesgo. Por ejemplo, se te puede negar el acceso a ciertos lugares, si no estás vacunado. En México, sin embargo, no parece muy probable esta circunstancia. Puede que lo consideres discriminación, pero la decisión de vacunarte o no es tuya. Podrás poner el grito en el cielo, que no estás apestado; la respuesta es que no sabemos a ciencia cierta si lo estás o no. En todas estas decisiones y políticas no hay una opción ideal y una pésima, hay pro y con, mal menor versus mal mayor. ¿Desconfías de la ciencia o los gobiernos? Te aseguro, el virus es peor que cualquier o ciencia.
NOTAS
Los datos sobre vacunación provienen de Our World in Data, https://ourworldindata.org/ y son al 18 de julio de 2021.
Datos sobre reacciones a vacunas del CDC en https://espanol.cdc.gov/coronavirus/2019-ncov/vaccines/safety/adverse-events.html
2 Comments
Me parece un excelente artículo, muy bien dicho y explicado. Felicidades
Muchas gracias, Mapi