Logo
DE VOTOS Y FRAUDES
5 Jun 2021

DE VOTOS Y FRAUDES

Post by Federico Elenes


Ya están encima las elecciones –a menos de que seas ermitaño extremo, esto no es novedad− y la verdad estamos un tanto más cuanto hartos de las campañas negativas (Yo soy un ángel, mi contrincante es el puro demonio), de las exageraciones sobre capacidad (yo hago todo bien, mi oponente lo hace todo mal), de que tengo un plan de trabajo con madre (todos los tienen con madre). Dicen los políticos: Voy a defender,
a) Nuevo León
b) México
c) nuestra libertad ante la amenaza de la dictadura
d) nuestro crecimiento económico
e) el derecho a la vida
f) la familia
g) los derechos reproductivos
h) todas las anteriores.
Los más cínicos entre nosotros dirán que falta la opción i) ninguna de las anteriores.


En esta tesitura circulan por el Twitter, el Facebook, y aún más, los Whattsappes y los Tictoques el muy cantado y cacareado tema del fraude electoral. El último que vi fue sobre como un cerillo borraba las marcas en la boleta, especie de tinta invisible, pero al revés. Otro run run, éste cortesía de El Universal, era sobre instrucciones dadas a los representantes de MORENA, para contar votos de más. Bueno, los representantes no cuentan votos, solo observan. No deben tocar las boletas, esa atribución solo la tienen los funcionarios electorales. Hay un número de mitos y leyendas urbanas circulando, algunos francamente absurdos, otros con cierta base. Hay una intención, mucho me temo, y no es reciente, ya tiene algún tiempo, desde el 2006, para ser precisos, en que se pretende socavar la fiabilidad del proceso electoral en México.


Como ya no me cuezo al primer hervor, he tenido oportunidad de observar, así sea de lejitos y con ojos de ingenuo joven, las elecciones en México. (Acaso todavía soy ingenuo, pero joven definitivamente no). El PRI y sus partidos satélites (no hay nada nuevo bajo el sol) ganaban por abrumadora mayoría. El PAN obtenía como un 10% de la votación. Místicos del voto, fue la cruel descripción que hizo de ellos don Adolfo Ruiz Cortines. López Portillo no tuvo oposición. El PAN, nada raro en ellos, se hizo bolas y no se pudo poner de acuerdo en un candidato. Podría decirse que fue el caso de dos calvos peleándose por un peine. En ese entonces, no había oposición de izquierda independiente. Pero a raíz de los desastres económicos heredados por Echeverría (ejemplo viviente de que hierba mala nunca muere) y “defenderé el peso como perro” López Portillo, además de una población más educada y una clase media creciente, la oposición política comenzó a tomar fuerza. El entonces llamado Partidazo tuvo enfrente a un revitalizado PAN, a una nueva oposición de izquierda que terminó fusionándose en el PRD, muchos de sus militantes desertores del PRI que se hizo demasiado pragmático y tecnocrático para su gusto.


En sus primeros años, en las postrimerías de la Revolución, el Partidazo manejaba la oposición con cañonazos de cien mil pesos, estrategia ideada por Álvaro Obregón. Los que estaban blindados contra tales armas recibían, triste es decirlo, balazos y cañonazos de verdad. En esos tiempos, los fraudes abundaban, pero no tenían que ser muy sutiles. Consistía en el robo de urnas, en ordenar al funcionario de casilla (nombrado por el mismo gobierno) que sustrajera los votos indeseables y que los sustituyera por los favorables. Los presidentes post-revolucionarios, primero Calles, luego Cárdenas, elaboran el entramado de patronazgo y clientelismo que caracterizó al priato: los sindicatos, los campesinos en la Confederación Nacional Campesina, las organizaciones populares. Recuerdo las bardas pintadas con el emblema de la Confederación Nacional de Organizaciones Populares. Un círculo con los colores nacionales, igual que el del PRI, pero con las letras CNOC. A cambio de su lealtad eterna al PRI, y al gobierno −era lo mismo− obtenían prebendas: contratos colectivos y prestaciones favorables, monopolios, créditos, tierras para los campesinos. Los dirigentes tenían cotos de poder: el secretario general del Sindicato de Afiliados, Participantes, Similares y Conexos tenía derecho a ser, por ejemplo, diputado federal. A la CTM en Nuevo León le tocaba una senaduría de la República y la presidencia municipal de Santa Catarina. De modo que para mediados del siglo 20, los votos ya estaban coaptados. El fraude solo era necesario en los casos más bien excepcionales en que había una oposición fuerte. Se llegó incluso al caso en que se le indicaba al escrutador: “Esos votos déjalos, para que no se vea muy descarado”. Se refinaron las técnicas: el ratón loco, en que una misma persona depositaba su voto en varias casillas, el mapache, entrar a la casilla con un número de boletas bajo el cinto. Y así. O simplemente anunciar el triunfo: fue el caso en de Nuevo León en 1985: Jorge Treviño anunció su triunfo en red nacional cuando todavía se contaban votos. Lo sé porque al lado de donde vivía yo entonces se había instalado una casilla y desde fuera se observaban a los escrutadores todavía ocupados.


Las cada vez mayores protestas después de cada elección, el rechazo al conteo fraudulento, culminando en la famosa “caída del sistema” de 1988, responsabilidad de Manuel Bartlett, quien ahora nos surte y, esperamos, nos siga surtiendo de luz. El sistema tuvo que abrirse. El primer paso, el más significativo, fue quitarle a la Secretaría de Gobernación la responsabilidad de realizar las elecciones y a la Cámara de Diputados la facultad de erigirse en Colegio Electoral, para dársela a un organismo autónomo, el Instituto Federal Electoral, ahora el Instituto Nacional Electoral. Otro paso muy importante fue tener el control del padrón electoral. Antes, con un patrón descontrolado y desactualizado, era fácil que, efectivamente, los muertos votaran. Se hizo una credencial confiable, difícil de falsificar (desde luego no es imposible. Nada es imposible si tienes suficiente tenacidad, y la tenacidad no tiene carácter moral), para que el ciudadano se identifique, accesible sin costo a todos los mexicanos. Esto quiere decir, desde luego, que no nos cobran por el trámite, no que no lo paguemos vía impuestos. Finalmente, el manejo de las casillas, y el importantísimo recuento de los votos, ya no está en manos de funcionarios nombrados por el mismo gobierno, o sea, por uno de los contendientes. Es como si un equipo deportivo pudiera traer su propio árbitro e imponérselo al rival. ¡Termina invicto, con un empate al final de temporada, para que no se vea muy descarado! Los funcionarios ahora son insaculados, que es una palabra que suena feo, pero todo lo que quiere decir es que son sorteados. El cambio se vio: en 1997 el PRI perdió mayoría en la Cámara de Diputados, en 2000 Vicente Fox del PAN fie electo presidente de la república. Desde entonces, nuestra democracia ha avanzado, si bien con fuertes traspiés. El 2006 fue un momento crítico; en 2007, quizás a raíz de los eventos del año anterior, los partidos políticos recortaron un tanto la autonomía del IFE.

No voy a entrar en las fallas de los años recientes, ni de lo crítico del momento actual. Cierto, que al democratizarnos no se solucionaron los problemas de corrupción y crimen. Hasta parece que se agravaron. Aun así, considero que retroceder a un sistema de caudillismo sería desastroso. Persiste el PRI, pero el sistema que formó en su tiempo ya no se puede reconstituir. Renunciar a la democracia no es opción. Mi intención es explicar porque todavía siento que el proceso electoral en México es sólido, si bien tiene deficiencias por subsanar. Esto lo hago a partir de mi experiencia, en dos ocasiones, como funcionario de casilla, en el famoso 2006, luego en el 2015, en las elecciones intermedias, cuando elegimos al Bronco como gobernador de Nuevo León. Como es experiencia personal, desde luego es limitada. Las cosas en otro lado pudieron haber sido muy distintas.


Hay varios puntos que me quedan muy claros. Primero, que los ciudadanos somos quienes cuentan los votos. Segundo, la transparencia del proceso. Todo ocurre y sucede a vistas de los representantes de los partidos políticos. Finalmente, el proceso está atomizado. Según el INE, recibirá 21,009 paquetes electorales este domingo en la elección local. A cada paquete corresponden siete funcionarios, insisto, somos ciudadanos sin ninguna afiliación partidista. Además de esto, están los representantes de partido, cuando menos uno por los partidos grandes. Los partidos pequeños no siempre pueden cubrir todas las casillas. Notemos, de paso, que la ausencia de representantes de partido no es motivo para que no se realice la votación. Sí es ilegal expulsarlo, impedirle la observación del proceso, negarle las actas, entre otros.


La casilla no puede instalarse en otro sitio que el designado sin causa justificada. Si a juicio del presidente de casilla el sitio no es adecuado, por malsano, o porque se presente una situación de riesgo, se puede trasladar, anotando los motivos en el acta de instalación, y dejando instrucciones claras sobre donde se realizará la votación. No se puede instalar una casilla en un templo de culto o en un expendio de bebidas alcohólicas. No puede haber propaganda electoral a cincuenta metros de la casilla, ni se puede presentar nadie a la casilla con propaganda de un partido político. Los funcionarios de casilla no pueden ser militantes de un partido.
Nada de lo anterior es controversial. Las casillas se instalan por lo general en escuelas, instalaciones gubernamentales neutrales, como el DIF, y en casas particulares. Así me tocó en el 2006, y era un espacio bastante estrecho, incómodo. Más problemas, y dudas, genera la instalación de la casilla. Resulta que tiene que instalarse a las 7:30 horas, ni un minuto antes. Así como no se puede alterar la localización de la casilla, tampoco la hora de su instalación. Ocurre, sin embargo, que los electores esperan que la votación inicie en punto de las 8 horas; los más intensos ya están haciendo fila desde las 7. La instalación es en teoría un proceso sencillo: armar mamparas, armar urnas, verificar los folios de las boletas, colocar los implementos, crayones, marcador de tinta indeleble, sellador de la credencial, llenar la primera parte del acta de jornada electoral. Pero conforme más voy anotando, y me voy acordando, más complicado se ve. Hay cantidad de detallitos. En todo esto hay uno muy importante: necesitan estar presentes todos los funcionarios. Si falta uno, desde luego se nombra un suplente; si falta el suplente se pide un voluntario de la fila. Pero ojo, hay un detallito fastidioso de la ley: hay que esperar 45 minutos hasta nombrar al suplente. No se puede antes. Por qué, no lo sé. Son los diputados, sí, esos mismos que vamos a elegir, quienes hacen estas leyes. En el 2006, empezamos a recibir votos a eso de las 830. No faltó nadie, simplemente la instalación fue más caótica y tardada de lo que esperábamos, en parte por lo estrecho del lugar y mi tendencia personal a olvidar donde dejo las cosas. En el 2015, tuvimos que esperar los 45 minutos de ley para nombrar el sustituto, el nombrado no se presentó, a pesar de que la noche anterior el funcionario en cuestión había asegurado su asistencia. La gente se impacientaba. Tuve que salir a avisarles que esto se iba a tardar, que se fueran a desayunar, o pasear lo que fuera. Solo que esta gente madrugadora es la que tiende a ser organizada. Ya habían desayunado y querían votar para ya salir a sus paseos o visitas dominicales. Nuestro retraso –para ellos inconsciente, irresponsable− complicaba sus planes. Un poco antes de las 9 ya recibíamos los primeros electores. Algunas casillas se retrasaron su apertura hasta las 10, según reportó la prensa.


El proceso de recibir los ciudadanos es bastante sencillo, sobre todo porque poco a poco vas agarrando ritmo. Ver la credencial, marcar votó en la lista nominal, entregar las boletas, indicarle al ciudadano donde pasar a marcarlas, ver que se depositen en las urnas, devolver la credencial, marcar el dedo pulgar. En el 2006 se presentaba una situación que pudo haber sido causa de algunas de las controversias de aquella elección. Resultó que por lo estrecho del lugar, las distintas casillas –básica, contigua 1, contigua 2, etc. −estábamos pegados codo con codo. Salía el ciudadano de la mampara, y depositaba su voto en la primera urna que veía, no en la que le correspondía a la casilla. Si nos dábamos cuenta, le decíamos: “¡En ésta! ¡Aquí!” No siempre era posible, era asunto de ser buen fisonomista y de estar con un ojo al gato y al garabato. Ello, como explico más delante, descuadra el recuento de los votos, y es una causa posible del misterioso caso de los votos faltantes.


Ahora viene lo más importante, lo más interesante y también lo más difícil: el escrutinio y cómputo. Es muy importante recalcar, para todos los acusafraudes que andan por ahí, que esto tiene lugar a plena vista de representantes de partido. Una cosa es saberlo (se supone que todos lo saben) y otra cosa es contar votos bajo la mirada minuciosa de militantes dispuestos a alegar cada rayita y cada marca. Toda la jornada los representantes se la pasan despreocupados, como que no quiere la cosa, si bien en el 2015 ya tenían sus copias de las listas nominales y las tenían que marcar. Pero al momento de contar, ¡zum!, ahí estaban atentos. Cual debe ser.


Primer paso, anular las boletas sobrantes. Uno de los escrutadores tiene la tediosa tarea de poner dos rayas en cada boleta no usada. Son aproximadamente 750 boletas por casilla. Suponiendo una participación promedio del 60%, da unos 450 votos emitidos, eso deja 300 boletas por anular. Ese 300 multiplícalo por cada votación, en este caso, gobernador del estado, presidente municipal, diputados federales y diputados locales. Decidimos mejor realizar esta tarea entre todos, y luego contar los votos. Ahora sí, abrir y vaciar las urnas. Eso lo hace el presidente de casilla. Hay que contarlos todos y ya luego separar por montoncitos. Se supone que escrutador toma un voto, anuncia el partido y lo acomoda en su montoncito respectivo. Decidimos igual hacerlo entre todos, si diciendo en voz alta a quien le correspondía. En el 2006 recuerdo la secretaria, que trabajaba en un banco, empezando a contar las boletas como si fueran billetes. Le pedí que lo hiciera en voz alta. “Eso exactamente le iba a pedir”, dijo la representante del PAN. Hay todavía otra cuenta que realizar. La lista nominal es un librito, con copias de las credenciales de todos los ciudadanos inscritos en esa casilla. Son, si mal no recuerdo, nueve ciudadanos por página. En cada página del librito hay una esquina hay un espacio para anotar el número de personas marcadas con “votó”. Luego haces la suma total. Así se obtiene la cantidad de gente que votó en esa casilla. Ese número debe ser igual al total de votos por partidos, más el total de votos nulos, en cada una de las elecciones. Así, se disuade la introducción de votos extras a la urna, que por lo demás tiene la ranura estrecha, para que solo quepa una papeleta a la vez. Hay razones no fraudulentas para que no cuadren los números. Primero, lo que ya mencioné, el ciudadano deposita su voto en una urna que no corresponde a su casilla. Segundo, difícil de demostrar, el ciudadano se retira sin depositar su voto. Finalmente, puede ser que el secretario omita marcar en la lista un ciudadano que sí votó. En cualquiera de estos casos, las discrepancias deben de ser mínimas. Si son causa, o deben de ser causa, para abrir el paquete en los recuentos distritales.


Se le provee a cada equipo de funcionarios una hoja de cálculo, para anotar los datos, votos por cada partido, y que hacer las sumas, antes de llenar el acta de escrutinio y cómputo. Pedí a los representantes de partido que vieran las sumas, antes de llenar el acta. En el 2006, no hubo inconformidad, ciertamente no de las representantes del PAN, que tuvieron un resultado favorable, nada sorprendente por lo demás en un rumbo clase media de Monterrey. En el 2015, el representante del PRI sacó su calculadora y repitió las sumas. Dijo, “Tengo una noticia buena y una mala. La buena, me salió lo mismo. La mala, ya me cansé”. Cada partido se lleva una copia del acta de escrutinio y cómputo. Quien lleva mano es Acción Nacional, pues es el partido más antiguo. Sigue el PRI, y luego será el PRD. Los demás no recuerdo en qué orden vinieron, ni en cuál vendrán esta elección. En el 2015, el Bronco, como independiente, venía al último. Esto pudiera tener cierta relevancia, pues las hojas del acta tienen pasante, y puede ser que en ese caso las cifras no estén claras. En tal caso, el secretario está autorizado a recalcar el número, para que se vea. Entonces: ya se contaron votos en vista de siete funcionarios de casilla (cinco en el 2006) y corrientes y los representantes tienen constancia de ese recuento en un acta que ellos aceptan como buena. Esos son los votos que se anotan en el cartelón fuera de la casilla. Noten que están firmados por los representantes. En todo momento un representante puede presentar un escrito de impugnación, que se incluye en el paquete electoral.


Las boletas se meten en un sobre con el título de la elección –gobernador, ayuntamientos, diputados locales, etc.- y el logo de cada partido. En dicho sobre también se anota el número que contiene. Hay un sobre más para votos anulados y para las boletas sobrantes. Se colocan los originales de las actas. Por fuera del paquete (que es una cajota) va la primera copia del acta de escrutinio y cómputo, y otra más para el PREP. Luego, ¿cuál es el destino del famoso paquete? Lo entrega a la comisión electoral el presidente (u otro funcionario de casilla) y lo puede acompañar, si así lo desea, un representante de partido. O todos. En mi caso, declinaron. Se te da un comprobante. De ahí en adelante, ya está en posesión y cuidado de las autoridades electorales. Va, conviene recordar, sellado y firmado por nosotros, los funcionarios. Solo lo puede abrir autoridades competentes, otra vez, en presencia de representantes de partido. Hay que reconocer, el traslado y custodia de los paquetes electorales es un punto débil del proceso electoral, tan es así que en las elecciones locales del 2018 en Monterrey hubo un número tal de paquetes perdidos que hubo que repetir la elección. Como es usual en México, no sabemos exactamente qué pasó. No hubo una investigación satisfactoria de los hechos.


Hasta aquí aparentemente todo muy bien. Pero, como me dijo un perredista en el 2006, el problema no es con ustedes los que fueron funcionarios, el problema es después. En esa elección, López Obrador acusó de un fraude cibernético, entre otras cosas. Aquí externo mi opinión: se negó a aceptar el resultado. Es la misma película que vimos el año pasado en la elección estadounidense. No tiene nada de sospechoso que un candidato alcance a otro en el proceso; es hasta de esperarse en una contienda cerrada. Sospechoso sería lo contrario, que salgan los votos en orden, uno para PRI, uno para PAN, uno para PRD, y así sucesivamente. Todas estas acusaciones aprovechan la desconfianza existente en las instituciones, la larga historia de fraudes en México. En Estados Unidos, es más el resultado de una guerra cultural en cuyos vericuetos no me voy a detener. Recordemos que los partidos deben tener sus copias de las actas. Además, cualquiera puede checar en Internet en el sitio web del INE los resultados de cualquier casilla. Si alguien gusta darse a la tarea, puede ir cotejando casilla por casilla, el resultado que aparece en el cartelón, contra lo registrados por el INE. Es una tarea monumental, desde luego, sumar todos los resultados. Pero, para alegar fraude, tienes que poder decir, yo tengo contabilizados tanto votos en mis actas, pero en el INE sólo tienen registrados tantos. Es decir, me deben tantos votos. Lo demás es rollo. Cierto, no es tan fácil cubrir todas las casillas, aun para los partidos fuertes. En el 2006, nada más había representantes del PAN y del PRI, ninguno del PRD, ni de ningún otro partido. En el 2015, si la memoria no me falla, hasta el Verde Ecologista tenía representante.


¿Quiero decir con esto que los fraudes son imposibles? Desde luego que no. Sí es difícil. Ahora las maniobras turbias, creo yo, están encaminadas más a meterle duda al proceso. También, desde luego, la compra de votos previo a la elección. Es importante notar una cosa: irregularidad no es igual a fraude. Estamos realizando un proceso complejo con el que no estamos familiarizados. Desde luego que vamos a cometer errores. Es más, una elección completamente tersa sería sospechosa. Una de las cuestiones que se tienen que mejorar es la capacitación de los ciudadanos que realizaremos el proceso. No es fácil. Implicaría más sesiones de capacitación. También, las autoridades necesitan encontrar un balance entre candados y complejidad. La segunda vez que fui funcionario, me topé con un proceso más complejo, un tanto más confuso, y más extenso y tardado. No creo afortunado combinar procesos locales y federales en una sola mesa de funcionarios. En general, siento que las reformas electorales desde el 2006 han sido más en ventaja de los partidos que de los ciudadanos. Así se debilita la democracia, pues al hacer a la clase política más alejada y menos responsiva, es más difícil que sean llamados a cuenta.
Nuestra democracia es frágil y endeble; de hecho, todas las democracias lo son. Solo los ciudadanos la podemos defender realmente. No se limita a emitir el sufragio, pero ciertamente ahí empieza. No caigas en la desesperación ni el cinismo. Sal a votar. Vota por quien consideres mejor o por quien te dé la gana, pero vota.

Tags: , , ,

0 Comments

Leave a Comment