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¿QUÉ VAMOS HACER?
20 Nov 2020

¿QUÉ VAMOS HACER?

Post by Federico Elenes

Toca ahora, después de criticar, denostar, disecar, y hasta renegar un poco, ver que se puede hacer para salir de este atolladero, este laberinto en el que nos encontramos. Es una crisis de crisis. No es fácil y no pretendo gran sabiduría. Mentes mejores y más brillantes que la mía han estado ponderando la condición humana, y no terminamos de atinar. Pero haré un esfuerzo. Aquí siguen propuestas, unas trilladas, otras excéntricas, algunas radicales, quizás.


No es nada sorprendente que la reciente elección en EUA haya mostrado grandes divisiones. Para mí, es evidente, primero, quien ganó la elección, y segundo, que la negativa del actual Presidente a aceptar los resultados es producto de su carácter narcisista, de un interés propio más que una “defensa de la democracia”, acaso de un cálculo político. Pero leyendo y escuchando a los que lo defienden me impacta cómo vivimos en realidades radicalmente distintas. Esto es más que diferencia de perspectivas, que es fácil de entender y aceptar. Es considerar a la perspectiva contraria perjudicial, malvada, promulgada por perversos y seguida por interesados. Un mundo maniqueo, pues. Pero no es fácil sustraerte a ese maniqueísmo. Personalmente, considero que Trump (y AMLO aquí en México) son un peligro para nuestros respectivos países, que aunque sus seguidores tengan buenas razones para creer en ellos, se están engañando, que los intelectuales, funcionarios y políticos que los apoyan lo hacen porque quieren llevar agua a su molino.


¿Cómo salimos de este atolladero? Es inútil pedirle al contrario reconoce esta realidad, porque el problema es que no existe esa realidad común. Decir: “acepta los hechos” equivale a exigir que cedas a mi posición. Ni es probable que yo acepte que hubo fraude en las elecciones gringas (o en las del 2006 de México, para el caso), ni que los trumpistas reconozcan que perdieron. Es fácil echarle la culpa al Otro. Que no somos dueños de la verdad absoluta lo aceptamos en teoría, no tanto en la práctica.


Hay que considerar el problema desde su raíz. Empecemos por otra manera de ver el mundo, aparte de este conflicto cósmico entre luz y oscuridad. Se originó en China, entre los siglos cuarto y segundo AC. Lo conocemos en Occidente, aunque someramente. Es la filosofía-religión del taoísmo. Tao significa el camino, forma de vivir. Su punto fundamental es la búsqueda de la armonía. El universo opera armónicamente según sus propias reglas. De ahí el principio del wu wei, literalmente, no intención, entendido esto como acción sin esfuerzo, acción sin intención. Si alguien trata de aplicar su voluntad contra esa armonía, lo más probable es que se den consecuencias no deseadas. No se trata de que mi voluntad esté mal, pero esta debe ir de acuerdo con el universo. Al actuar en armonía, tus metas se alcanzan sin esfuerzo. Notemos que esta es una filosofía fundamentalmente conservadora, y en efecto, la cultura china ha sido por lo general conservadora.


El taoísmo tiene una visión cíclica del universo, este se está constantemente creando, destruyendo y volviendo a crear. Todo lo que existe es manifestación del qi, la fuerza vital del universo. Qi significa aire. El qi exuberante viene de la tierra y junto con el contenido del cielo ambos hacen la vida. Al entremezclarse y armonizarse, dan lugar a los nacimientos. En la medicina tradicional china, el bloqueo del qi a través de los meridianos del cuerpo produce la enfermedad. Es, más que el resultado de una mala acción o un castigo de los dioses, una falla natural, una pérdida de armonía.


Personalmente, esta visión me parece más congruente que nuestro punto de vista occidental, un tanto ingenuo, de progreso infinito a un futuro maravilloso. O, antes de la Ilustración, de una caída de la cual solo un mesías nos puede salvar, si no, estamos irremisiblemente condenados.
Llegamos al famoso ying y yang, cuya imagen encabeza este artículo. Son dos pescaditos, uno negro, otro blanco: luz y oscuridad. Otra vez, la dualidad, pero ahora es complementaria. los elementos no están en pugna. Ying es lo oscuro, lo receptivo, lo femenino; Yang, lo iluminado, lo activo, lo masculino. Vienen otras contraposiciones: húmedo-seco, flexible-rígido, frío-calor. Notemos un punto muy importante: cada pescadito tiene su ojo, el ojo del blanco es oscuro, el del oscuro es blanco. Ying necesita un poco de Yang, Yang necesita un poco de Ying. Son interdependientes, uno no puede existir sin el otro. Una cualidad llega a un máximo, se transforma en la otra. La planta crece, produce frutos, decae y el ciclo comienza de nuevo. Cada avance se complementa con una retirada, cada subida por un descenso. La punta de la planta busca la luz, la raíz la oscuridad. El calor evapora el agua, se enfría, se condensa, vuelve a ser agua otra vez. Física elemental. Recordemos, los elementos que nos forman nacieron en la explosión de una supernova. Los chinos antiguos intuyeron lo que apenas hace poco descubrió la ciencia moderna. Los juicios de valor, lo bueno y lo malo, son perceptuales, dependen del punto de vista. No son reales, esenciales. Esto es algo que también ha postulado la filosofía occidental, pero preferimos la comodidad de los maniqueísmos, donde cada lugar está definido y no tenemos que pensar tanto. Es precisamente porque nos cuesta trabajo aceptar dualidades complementarias que la mecánica cuántica nos inquieta y sentimos que nos volteó el mundo de cabeza. Que un electrón pueda ser partícula y onda a la vez, ¿cuál es el problema, si eso muestran las investigaciones? No es el fin del mundo, es que el mundo está hecho así. La mecánica cuántica demostró que hay límites fundamentales a lo que podemos medir y conocer. Gödel en 1931 demostró que los sistemas matemáticos consistentes (que no contienen contradicciones) son incompletos, esto es, que tienen proposiciones indecidibles, que no se pueden demostrar. Todo esto nos debería dar un poco de humildad, pero por lo contrario, Homo sapiens se ha vuelto más arrogante, y por ende, menos pensante y sabio.


Tenemos en nuestro propio cuerpo un ying y un yang. Se llaman simpático y parasimpático. Te asustó un perro ladrando, suena la alarma interna, el simpático acelera tu corazón y tu respiración, para prepararte para luchar o huir. Tu lóbulo frontal se percate de que el perro está detrás de una reja, no representa peligro, dice calma todos, y ahora el parasimpático frena tu corazón y respiración y pone a trabajar otra vez tu digestión. En condiciones menos dramáticas, simpático y parasimpático continuamente trabajan uno con otro para que todo tu organismo esté funcionando armónicamente. Esto necesitan todos los mecanismos: tu auto necesita freno y acelerador, si falta uno no meramente es inútil, es peligroso. Así, la sociedad sana necesita de acelerador y freno, de estimulante y tranquilizante, para que se mantenga estable. Necesitamos, pues, tanto de derechas como de izquierdas. Por algo tenemos dos manos.


Quizás parezca simplista ver la sociedad como un mecanismo, pero no que deba estar armonizada. Recordemos, somos seres irremisiblemente sociales. Si el entramado social se rompe, nuestra sobrevivencia está en entredicho. No nos gusta ser ovejas, pero no podemos vivir fuera del rebaño. El conflicto fundamental del humano es estar consciente a la vez de su individualidad, de que es único, y de que no puede vivir aislado. Otra vez, tenemos que conciliar estas realidades fundamentales de nuestra existencia, la genuina condición humana.


Entonces, necesitamos ver los distintos puntos de vista, que se traducen en las distintas fuerzas políticas, como complementarias y no opositoras. Generar burocracias y tirar dinero no resuelve la pobreza, dice Derecha. Entonces, responde Izquierda, que empresas y millonarios paguen lo justo para que haya oportunidades educativas, que haya servicios de salud efectivos, no meramente una institución de salud mal equipada. ¿Y qué es lo justo?, pregunta Derecha. Bueno, pongámonos de acuerdo, sugiere Izquierda. Nuestras políticas habrán de ser más pragmáticas que ideológicas, pues todas las ideologías mienten, aunque unas lo hacen más que otras. Es porque tenían una ideología que Hitler, Stalin y Mao pudieron cometer sus barbaridades, y es con lo que Trump, Bolsonaro y López Obrador justifican sus ineptitudes. Hay que agradecer, que cuando menos hasta ahora, no están en la misma categoría que los primeros tres. Las ideologías, dijo Althusser, están cubiertas de un velo de obviedad. ¿Qué hay detrás de ese velo? Por lo general, codicia, tanto de poder como de dinero, el ávido deseo de dominio personal y nacional. Las ideologías menos mentirosas lo hacen con tautologías: esforzándonos resolveremos nuestros problemas, unidos seremos más, y así por el tedioso estilo. Eventualmente se hace evidente lo hueco de este discurso y ahí es donde encontraron su área de oportunidad los populistas mesiánicos, pero lo hicieron mintiendo descaradamente y no solo rompiendo el equilibrio de fuerzas, sino negando la necesidad de este equilibrio social. Notemos, de paso, que tal equilibrio no fue exclusivo de las democracias liberales; también existía en las monarquías y sistemas feudales pre-industriales. Fueron los totalitarianismos del siglo 20 los que lo destruyeron. Ahora las democracias liberales también corren ese riesgo.


Nos encontramos en la inusitada situación de que nadie está conforme con el statu quo. ¿Por qué? Muy sencillo. El sistema capitalista/industrial/post-industrial ya dio de sí. Sus problemas son vicios de origen. Marx señaló, aquí sí, correctamente, la alienación del trabajador: su trabajo es un medio de subsistencia pero no tiene significado. Su vida real, por así decir, tiene lugar fuera del trabajo. Toffler en los 80 señala que el problema no es propiamente capitalista, sino de la sociedad industrial, que a cambio de bienestar material provoca angustia y soledad. En estos años recientes, los problemas emocionales han ido en aumento, y evitemos la comodidad de escudarnos en que las nuevas generaciones son “de cristal.” El papa León XIII en 1891 lo notó en su Rerum Novarum: “…lo realmente vergonzoso e inhumano es abusar de los hombres como de cosas de lucro… Pero entre los primordiales deberes de los patronos se destaca el de dar a cada uno lo que sea justo”. A León XIII le preocupaba la pérdida de valores cristianos y se sobrentiende, aunque no lo dice explícitamente −su encíclica es principalmente una respuesta al socialismo− que ese alejamiento de la religión, que ha aumentado desde entonces, es resultado de la naturaleza esencialmente materialista del capitalismo. Lo genuinamente espiritual no está sujeto a trueque. De ahí que no tenga lugar en el capitalismo, donde lo que no se puede comerciar se margina.


Quien ha hecho quizás el análisis más incisivo de la sociedad industrial fue Simone Weil en plena Segunda Guerra Mundial. Es cliché decir que sus ideas siguen vigentes, pero ello viene del pensamiento viciado del capitalismo postindustrial, que da por hecho que todas las ideas tienen fecha de caducidad. Solo los productos comerciales la tienen, por la necesidad de sustituirlos por otros nuevos. Weil fue una pensadora brillante, de la misma generación que Arendt, compañera de Beauvoir, la primera generación de mujeres que tuvo acceso a la educación superior. A solicitud del gobierno francés en exilio, bajo el mando de Charles de Gaulle, Weil hizo un estudio sobre cómo regenerar a Francia, una vez que fuera derrotada la Alemania nazi. De Gaulle no le tenía mucha paciencia a Simone. Surge la contraposición entre el larguirucho soldado, hombre de acción, y la mujer flaca, torpe, enfermiza (tristemente, murió de tuberculosis en 1943), un prototipo de lo quien en lenguaje actual sería una nerd. De todos modos de Gaulle puso en práctica algunas de sus recomendaciones. El libro no se publicaría sino en forma póstuma hasta 1949, con el título de L’enracinement. Su concepto fundamental es la necesidad de raíces, tan así que ese es el título de la traducción al inglés: The Need for Roots, en castellano Echar raíces. Para Weil, el desarraigo es una situación en que no hay conexión con el entorno y no hay vínculos con el pasado. Weil dijo que el pasado destruido no regresa jamás. Las gentes desarraigadas carecen entonces de un sentido de su lugar en el mundo. Están perdidas. Las dos causas principales de desarraigo son conquista por un extranjero, y, muy importante ahora, el dinero, porque este tiende a poner el interés mercenario como el único lazo entre humanos y corrompe las demás formas de relación. Esto, más que del capitalismo como tal, es consecuencia de la sociedad industrial y todavía más de la post-industrial. Una vez perdidas las raíces, los pueblos caen en uno de dos estados: apatía, letargo, como Francia antes de la Segunda Guerra, o agresivo, como Alemania. Ahora, la falta de raíces es más severa en EUA que en cualquier otra parte, hasta donde sé. (El caso de México es para el artículo siguiente). De ahí su peculiar mezcla actual de apatía en unos sectores, agresividad en otros. La comunidad está perdida. La soledad es el tema de sus narradores y sus mejores cantautores: Dylan, King, Croce. Son tan competitivos que no reconocen la vida más que como competencia. Si no compiten no saben qué hacer consigo mismos. Solo importan los ganadores y solo hay un premio que verdaderamente importa. Sabemos cuál es. Pero ya mencioné que acumular dinero para tener más dinero es a la larga un absurdo. Encima de esto, el sistema está diseñado generar inconformidad a la vez que sus satisfactores ya no satisfacen. Las religiones tradicionales pierden adeptos; las que atraen seguidores se degeneran en ideologías. Toda esta desubicación termina en violencia, abuso de sustancias, muerte prematura.


El problema de rehacer lazos comunitarios requiere de encontrar, o más bien, reencontrar, la espiritualidad. Esta es de esas palabras ambiguas a las que se les puede dar el significado que se quiera, pero vamos a intentar aterrizarla un poco. Viene del latín spiritus, que significa aliento, soplo, aire. Re-spiramos una y otra vez, mientras estamos vivos. De ahí que su significado se extiende a la fuerza vital. ¡Quo spiritus, qué orgullo, qué ánimo! Tenemos la percepción de un algo que nos mueve, nos energiza, nos agita. Es, pues, análogo al qi que mencionamos. Es algo común a todas las culturas. Incluso si piensas que esa fuerza no es más que reacciones químicas en tus células, la percibes. Tienes una sensación de vitalidad, no de glucosa combinándose con oxígeno. El aire que pasa por nuestra nariz e infla nuestros pulmones no lo vemos, no tiene sabor, no tiene (por lo general) olor, solo nos damos cuenta que existe por una sensación muy leve de nuestro tacto. Sin embargo, sabemos que ahí está. De ahí que se refiera a un intangible, un algo más que sabemos que existe. Como no es una realidad empírica, comenzó a ser rechazada a partir la ya muchas veces mencionada Ilustración. Se desarrolló el pensamiento positivista: si no lo puedo ver, oír, tocar, oler o saborear, no puedo decir que existe, lo que vale decir que no existe y no es racional creer o pensar en cosas que no existen. Pero es una forma de pensar limitada, en académico, reduccionista. Alguien, su nombre se me escapa de momento, se dice místico práctico: está seguro que hay cosas que desconoce.


Entonces hay dominios de cuya naturaleza tenemos conciencia en una forma no empírica, y tampoco estrictamente racional. La experiencia mística es inefable, coinciden el sufismo, la cábala, el hinduismo, el budismo y hasta Teresa de Ávila, la más práctica, por así decir, de los místicos: “Acá no hay sentir, sino gozar sin entender lo que se goza”. Hay una coincidencia en todas las tradiciones místico-espirituales, de procurar aquietar o serenar la mente, dejando pasar los pensamientos. Recordemos a Pascal: “Todos los problemas del hombre vienen de su incapacidad para estar solo en un cuarto”.


Al debilitar a la religión institucional, la Ilustración permitió el progreso (de hecho, ese era su mantra y su ideología) económico y científico. Pero dejó un hueco en las personas, esa sensación de que “falta algo.” No es exclusiva de la época moderna, esta necesidad acaso viene de la civilización misma, por eso las tradiciones espirituales son milenarias. Todas parten de una misma insatisfacción existencial del ser humano: el dukkha budista, la falta de harmonía taoísta, el alejamiento de la criatura de la deidad en el cristianismo, y todas buscan llenar ese hueco. Vemos pues que la búsqueda de raíces de Weil es una búsqueda espiritual. Se trata de una condición existencial, de ahí que no sea exclusiva de la sociedad industrial, pero esta la ha agravado a la vez que ha retirado los remedios, salvo la sicoterapia.


Esta espiritualidad que llamaremos genuina comienza con uno mismo, con reconocer nuestro lado oscuro, como decía Jung, proceso nada fácil y en algunos casos hasta peligroso. No obstante, el cambio comienza con uno mismo. No puede empezar en ningún otro lado. Que forma específica tendría esa espiritualidad ya es cuestión de cada quien. El buffet es inmenso: religiones tradicionales, nuevas religiones, New Age, yoga, tai chi, incluso el budismo, tradicional en Asia, es novedad por estos lares. Hay un riesgo: que se convierta en una moda, en un esto hago ahora, pero mañana andaré con otra novedad que es el hit del momento. Entonces es fácil que se convierta en un producto de consumo más, con la fecha de caducidad que tiene cualquier producto de consumo. No veo más remedio, desafortunadamente, que la propia honestidad, y hasta humildad personal.


Si observamos instrucciones o tutoriales para, por ejemplo, yoga, encontramos que la mayoría están presentados por mujeres. Lejos de mí la temeraria idea de generalizar, pero me parece que la espiritualidad tiene mayor participación femenina, lo cual me conduce a la problemática de la masculinidad tóxica, o machismo, en su acepción menos académica. Noto de paso que ni remotamente es una característica exclusiva de las culturas hispánicas. Se caracteriza por suprimir emociones, salvo la ira (si bien en México también decimos que el que se enoja pierde), mantener una imagen de “tipo duro” y por lo tanto, una tendencia a la violencia como solución de problemas. Lleva a crimen, problemas de salud, precisamente en los machos, alcoholismo y drogadicción. También a políticas erróneas de “mano dura.” Vemos como Donald Trump, sí, ese que considera a los mexicanos violadores, representa al machismo por excelencia. Un encuentro con la espiritualidad es un antídoto a estas actitudes, porque te lleva a reconocerte tal como eres. Pero tenemos un problema: ¿cómo llegarles a estos caballeros, y a las damas que lo fomentan? Su misma actitud de “duro” los lleva a rechazar cualquier cosa que tenga aire femenino o de debilidad. Solo se me ocurre la posibilidad de intervenciones cuando, sobre todo pero no exclusivamente, los jóvenes se metan en problemas de violencia o drogadicción. Necesitamos un ejército de agentes de cambio.


Aquí hay que estar muy conscientes que más allá de las modas y novedades que mencionamos, hay pseudo-espiritualidades, creencias y prácticas que son todo lo contrario. Son los lobos con piel de oveja contra los cuales advirtió Jesús de Nazaret. ¿Cómo distinguirlos? Debe haber siempre una autonomía, un respecto hacia la persona y su dignidad. Por lo tanto, no puede haber ninguna forma de abuso. Quien guía es un maestro y nada más. No se puede apropiar de tu vida. Cuando deja de ser maestro y se comienza a convertir en un líder estás en riesgo de caer en un culto, y los cultos tienden a aprovecharse de personas vulnerables. No puedes cederle a nadie la responsabilidad de tu vida. Es tuya, de nadie más.
Otra particularidad del culto es la mentalidad nosotros contra ellos, lo cual no es otra cosa que maniqueísmo. Aquí pudiera parecer que tenemos un problema con las religiones abrahámicas, donde se plantea una lucha cósmica entre el Bien y el Mal. Está muy bien, si esa es tu creencia. Nuestro gran error en Occidente es traer esa lucha a nuestras mezquinas querellas políticas. Vale la pena repetirlo, ni mi bando es de santos ni el otro es de demonios y hay que quitarnos la viga del ojo. Cualquier secta, cristiana, judía, musulmana, que pretenda justificar actos violentos para adelantar su programa está negando su tradición y su esencia. Cualquier apoyo a políticas no compasivas y hasta crueles es anti-espiritual. Los grupos creyentes deben ser apolíticos en el sentido estricto: no deben apoyar ningún candidato o partido político. Deben mantener su distancia, que no es otra cosa que separación de iglesia y estado. De lo contrario, el dogma puro se contamina de ideología. Es el caso de las sectas que apoyan a Donald Trump.


El mal que se atribuye a la religión ocurre cuando quiere adelantar programas políticos. Entonces sí es sumamente peligrosa. Es lo que advierten críticos como Stephen Hawkins. Dice que la ciencia te lleva a la luna, la religión estrella aviones en edificios. Pero es, repito, dogma hecho ideología. Por su parte, la ciencia no tiene las manos pulcras: podemos agradecerle las bombas atómicas, por ejemplo. Weil proponía terminar la división entre ciencia y religión, división artificial, división política. Los terrenos de la fe y de la ciencia son distintos. Si tu fe se siente amenazada por fríos hechos científicos, es una fe débil. Por su lado, los Hawkins y compañía harían bien en entender que la religión cubre necesidades que la ciencia no puede satisfacer.


Pero, me dirán, ¿a poco con contorsionarnos en posturas de yoga, con hacer círculos con nuestras manos en el tai chi, con sentarnos en posición de loto o persignarnos en las iglesias, vamos a resolver nuestras crisis? Desde luego que no. Es el principio, nada más. Yo espero que estas prácticas espirituales nos lleven a la religión en el verdadero significado original: re-ligar, unir. Religión es la forma social de la espiritualidad. Les recuerdo, por si se les había olvidado, somos seres sociales. Así, la religión puede dar lo que necesitamos urgentemente, un nuevo sentido de comunidad. Una secta o culto que divide es todo menos una religión. Notemos que “católico” significa universal, y la Iglesia de Roma, con todas sus fallas, busca esa universalidad.


Puede haber, sin duda alguna, otras formas de hacer lazos que no sean religiosos, para aquellos que, entendiblemente, desconfíen de las religiones tradicionales. Este nuevo sentimiento de comunidad tiene que empezar desde la base, lo cercano: el vecindario, el barrio, la colonia, luego la municipalidad, luego el estado, la región, la provincia. Uno de nuestros problemas es la nación-estado como única fuente de relación de comunidad. El nacionalismo es, sí, una fuerza muy poderosa, pero también es oro molido para los demagogos, y causa de demasiadas tragedias y atrocidades. Al separar Unos de Otros, es esencialmente maniqueo. Weil, una vez más, decía que buscar la grandeza de la nación en una forma de dominio es un concepto falso. Te ciega a los errores y abusos que tu país ha cometido. Es el caso de los EUA. Necesita llegar a términos con su pasado esclavizante e imperialista para poder resolver su racismo actual. Pero el puro intento es polémico y polarizador. Entonces Weil, que recordemos, escribió durante la Segunda Guerra, sugiere ver el patriotismo desde la compasión: la nación como algo frágil que no se puede reemplazar. Y aún más: hay que protegerla contra los contra los virus de la corrupción, de la tiranía, del cinismo. Hay que hacer una advertencia muy clara: considerar los Otros, ya sea como inmigrantes, ya como minorías dentro la misma nación, como amenazas, no es defensa de la nación.


La crisis de la nación-estado se manifiesta en la disfuncionalidad de los gobiernos. El populismo se ha aprovechado de esta disfuncionalidad, pero ya vimos en un artículo previo que por su misma naturaleza es inefectivo. Entonces tenemos un ciclo vicioso, mayor disfuncionalidad-más populismo. Porque el populismo jamás reconocerá sus faltas. La solución es prácticamente una tautología: dejemos de creer en los supuestos mesías humanos. Implica dejar de esperar mucho de los gobiernos. Entre más cuestiones se resuelvan a nivel comunitario, mejor. Quedémonos con un gobierno central delgado y efectivo. Hay que ponerlo a dieta para curar su obesidad. El carácter utópico de esta sugerencia es sintomático de las fuerzas que lo impiden. En este momento, nuestra actitud por lo pronto ha de ser un no, gracias. No te necesito tanto como tú crees. Es preciso entender por qué funciona la democracia. No es porque el “pueblo bueno” tiene una sabiduría; coincido con Winston Churchill que uno de los argumentos más fuertes en contra de la democracia es platicar cinco minutos con alguien en un bar. Funciona porque es el coto más efectivo al poder. Pero para que esto ocurra, se necesita que los humanos que la manejan actúen con responsabilidad y buena voluntad. La historia de México, la de Alemania e Italia en el siglo 20, y los eventos de estos últimos cuatro años en los EUA demuestran lo que sucede cuando esa responsabilidad falla. La democracia es más frágil de lo que se cree. Como ya mencionamos presupone una racionalidad y un consenso.


¿Cómo recuperamos ese consenso? El primer paso es renunciar a lo que he estado criticando, el maniqueísmo. Para ver como pudiera esto funcionar, tomemos un asunto sumamente espinoso, el aborto. Ambas partes, los Pro y los Anti hablan lenguas distintas. Los Pro hablan en libertario: es un derecho, ninguna persona ni el estado puede decirle a una mujer que hacer en su cuerpo. Los Anti hablan en normativo: el embrión está vivo desde la concepción con lo que quieren decir que es un ser humano con todos sus derechos (desde luego, si no estuviera vivo y creciendo no habría debate), por lo que consideran que al terminar un embarazo se comete un crimen. No hay mucha voluntad para escuchar a la contraparte. Entonces, hay que buscar una lengua común, hablar en Resolutivo. No es con marchas ni con represiones que el asunto se va resolver. Prohibir el aborto no impide el aborto, como tampoco prohibir las drogas impide el consumo de las mismas. En México, hay 71 embarazos no planeados por 1000 mujeres en edad reproductiva. Se estima que 54% de estos embarazos se resuelven con abortos provocados, a pesar de estar esta práctica penalizada en México, salvo en la CDMX. Esto resulta en alrededor de un millón de abortos inducidos cada año. Este Nuevo León, donde vivo, tiene las tasas más bajas, 17 por millón, resultado probablemente de que se puede cruzar la frontera y hacerlo de forma segura en Texas, y con toda discreción, disfrazado de viaje de compras a McAllen; digo, se podía, antes de la pandemia. Notemos que es una opción clase media hacia arriba. Un tercio de las mujeres que se realizan abortos clandestinos tienen complicaciones y muchas de esas estas no se atienden bien. Entonces, si no queremos que se interrumpa ninguno de estos embarazos no deseados, hay que prevenirlos. Noto aquí que la moral sexual tradicional no funciona. Así, de plano. Claro, se puede objetar este pragmatismo, que se trata no de cuestionar sino cumplir, pero considérese esto: había un buen número de hijos naturales cuando esta moral era la única vigente. No hay estadísticas, desde luego, pero no era una rareza. Leonardo da Vinci fue hijo natural. Juan Nepomuceno Almonte fue hijo de José María Morelos, ordenado sacerdote. Dos ejemplos serán quizás pobre estadística, pero son para ilustrar una circunstancia que no creo rara. En todo caso, la costumbre antigua de secuestrar mujeres en sus casas es simplemente imposible en estos días. Tampoco es muy constructivo ver un embarazo como pena que se ha de sufrir por transgredir. La forma de prevenir los embarazos no deseados es la anticoncepción. Habiendo estos métodos, con efectividad de 95-99%, uno pensaría que no debería haber embarazos no deseados, o muy pocos. Pero en este terreno los humanos, sobre todo, pero no exclusivamente, los jóvenes, no suelen ser ni cautos ni prudentes. Si la idea de destruir un inocente embrioncito que no le ha hecho ningún mal a nadie te sulfura y te indigna, deberás estar a favor de educación sexual, desde el momento en que los niños pueden impregnar y las niñas pueden ser impregnadas. Ahora bien, ¿damos con esto una licencia para el desgarriate, el libertinaje, el convertir nuestras sociedades en Sodoma y Gomorra? Es una inquietud tácita, y a veces ni tan tácita, de los elementos conservadores. Concedo el beneficio de la duda, que en el fondo hay una inquietud por la dignidad humana y las familias que estos humanos forman, por autoritarios que me parezcan. Entonces, la educación sexual tiene que recalcar que la sexualidad implica responsabilidad, el hecho de que un muchacho o muchacha tenga la madurez fisiológica para tener relaciones no quiere decir que sicológicamente esté listo. La moral tradicional se trataba de esta responsabilidad, si bien en una forma muy patriarcal y autoritaria. Agregaría que la sexualidad responsable compete tanto a hombres como mujeres. Por otro lado, toda posición política, y oponerse al aborto es una posición política, implica una responsabilidad. No puede limitarse a ¡qué horror, malditas zorras! ¡Se amuelan por pecadoras! Exigir que nazca un niño implica responsabilidad por ese niño. La conclusión se impone: el camino a solucionar conflictos aparentemente intratables es asumir cada quien su responsabilidad en la cuestión. Aquí es donde tienen su lugar las derechas, con su énfasis en el valor del carácter personal. Tengo que asumir mi responsabilidad por mí mismo, mi comunidad, mi país y el mundo, y esas responsabilidades no se contradicen. Así, en tiempos de pandemia he de seguir las recomendaciones, que cierto, por razones que sería demasiado extenso detallar aquí, han sido confusas para todos, pero ya alcanzan cierta claridad: usa cubrebocas, evita lugares cerrados y concurridos, no hagas reuniones en tu casa. En cuanto al calentamiento global, estas son las acciones de más impacto: ten un hijo menos, deja el automóvil, evita los vuelos transatlánticos, sigue una dieta basada en vegetales. He de reconocer, la última es la que me es más difícil. En mi ciudad de Monterrey, con su deficiente transporte público, no usar el automóvil es difícil, mas no imposible. El punto es asumir estas responsabilidades. Lo haces por ti y por los demás, lo que incluye toda la humanidad. Nos guste o no, estamos globalizados. Los populistas hacen creer a sus seguidores que no es necesario asumir responsabilidades, discurso, desde luego, tan atractivo como engañoso. Pero al aceptar tal discurso, las derechas han negado sus convicciones y hecho un pacto con el diablo.


Los problemas severos, pandemia, cambio climático, requieren de acciones globales, por encima de la nación-estado. Si la casa de tu vecino se está quemando, decir que es su problema, es, francamente, estúpido. La nación-estado, cuya racionalidad fundamental es la defensa, resulta disfuncional: en vez de protegernos, nos pone en riesgo, al ser un obstáculo a la solución de los problemas realmente graves. En este punto, lo siento, jefes de Estado, necesitan ceder autoridad. Es otra razón por la que los Trump, Bolsonaro y cía. prefieren negar tanto el calentamiento global como la pandemia.


Weil habló de la falta de verdad como problema en su época. Se ha agravado en nuestros tiempos. Acaso es cierto, como decía Foucault, que la Verdad se impone desde un poder. ¿Estamos entonces en la curiosa circunstancia que no hay poder? No. Estamos en una guerra de poderes y no sabemos aún quién va vencer. Por un lado, los Biden, los Merkel, los Macron representan el statu quo de la democracia liberal, que es compañera del capitalismo, y está bajo ataque. Por otro lado, Trump, Bolsonaro, AMLO, representan el rechazo a ese statu quo y pretenden sustituirlo con un retorno, como ya dijimos, a un pasado mítico. Como este es inexistente, lo que quedaría es una autocracia personal.


Las polarizaciones terminan en guerra. De hecho, ya estamos en una, si bien no es de bombas y balazos. Es, pues, una guerra fría. Es más el caso en EUA, pero en México no nos escapamos. Hasta ahora, en EUA la democracia parece haberse impuesto por lo pronto, pero en modo alguno la guerra ha terminado. Las guerras son inevitablemente maniqueas: te obligan a escoger partido. Si crees que te la puedes pasar mirando desde la banca, te equivocas. No escoger es tomar partido por el más fuerte. Entonces nos encontramos en la necesidad contradictoria de tomar partido sin ser maniqueos. No es fácil. Empecemos por respetarnos uno al otro. Una cosa es que yo rechace políticas que considero son erróneas, injustas, y hasta crueles, motivadas por interés personal, realizadas por un dirigente que ha mostrado ineptitud y completo desdén por la verdad, y otra que desprecie a quienes creen en ellos. A estos los puedo escuchar, o no, pero no tengo que estallar en improperios y denostaciones. A los primeros los puedo expulsar con mi voto. Tengo fe en la democracia liberal, a pesar de todas sus fallas. Es preferible a las alternativas.


Necesitamos aceptar la ambigüedad, las incertidumbres, las dudas, lo que el poeta inglés John Keats llamó “capacidad negativa.” Aceptemos incluso nuestra ira y nuestro miedo. Estas emociones no son tan dañinas. La verdaderamente nociva es el odio, que como dijo Kurt Vonnegut, a la larga es tan nutritivo como el cianuro.


Concluyo con un tópico: los problemas no se pueden ignorar. Solucionarlos requiere cualidades latosas como coraje, determinación, inteligencia, creatividad, paciencia unos con otros, y compasión. La humanidad ha estado a la altura de muchos retos, empezando con la era de hielo. Pudimos con ese, tan es así que aquí estamos, podemos con el calentamiento global. El mejor momento para actuar siempre es ahora.

NOTAS
Las estadísticas sobre aborto en México son de https://www.guttmacher.org/es/report/embarazo-no-planeado-y-aborto-inducido-en-mexico-causas-y-consecuencias#

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