
A Chumel Torres yo en el mundo ni lo hacía. No sea que se te haya olvidado, querido lector, es el que hace poco se encontró envuelto en controversia por ciertas expresiones suyas. No es nota de actualidad, ya sé. Lo que pasa es que el ciclo de noticias gira muy rápido mientras que yo escribo muy despacio. Pero no porque John Ackerman y su apreciable señora tengan una explicación un tanto más cuanto dudosa de sus múltiples propiedades, pierde relevancia el caso Chumel. Ni incluso porque hayan hecho un atentado contra el Secretario de Seguridad Ciudadana de la CDMX. Recordando brevemente, a Chumel se le invita a un foro sobre racismo que organiza el consejo creado en México para prevenir la discriminación, el CONAPRED, invitación confirmada por la directora misma, Mónica Maccise Duhaye. Resulta que al día siguiente le salen con que dijo mi mamá que siempre no. Chumel es racista, entonces como que se baja el cero y no contiene. Pero la cosa no para ahí. El foro se cancela y renuncia la maestra Mónica. Nuestro querido Presidente, que no pierde oportunidad para embrollar más situaciones de por sí líosas, dice desconocer la existencia de una organización cuya directora tiene que haber nombrado en algún momento, y sus tareas que mejor las realice Gobernación. Al Chumel se le nota molesto por el asunto en un video de Youtube donde da su versión del embrollo. Uno pensaría que no le inquietaría la polémica y la controversia, porque de eso vive, pero en fin. La chairiza twittera se le dejó ir a Chumel, lidereada por el infumable Martí Batres, quien considera que invitar a Chumel a un evento sobre racismo es como invitar a un político corrupto a un foro sobre honestidad. (En estos momentos el nombre Bartlett me cruza la mente, pero dejémoslo de lado).
Tocó la casualidad que en uno de mis ratos de ocio, que en estos pandémicos tiempos, son, tal como le acontecía al buen don Quijote, los más del año, estaba curioseando por HBO GO, cuando me topo nada más y nada menos que con el tal Chumel. Me dije a mi mismo: mi mismo, veamos. Después de un inicio un tanto mamila, en que se congratula por otra temporada más con HBO, me encuentro con un tipo más bien feo, bastante pagado de sí mismo, que, sentado frente a un escritorio, comienza a tupirle a los gobiernos populistas de América: Trump, Bolsonaro, Evo Morales y otros de cuyos nombres prefiero no acordarme. Era un programa ya un poco viejo, porque el Coronavirus (¿por qué siempre tiene que estarse inmiscuyendo este infeliz bicho?) apenas comenzaba a ser un problema. Desde luego que el Peje no se libra. No le dice “Peje”, conste.
Chumel es, pues, un comentarista satírico de noticias, en el estilo, hasta se podría decir imitación, de figuras como Trevor Noah, Steve Colbert, John Oliver, Seth Myers. El mismo Chumel lo acepta cuando dice: “¡Gánale a eso, Trevor!” Todos los caballeros mencionados han sido muy críticos de Trump, y éste desde luego no los quiere, pero en general los ignora. Sospecho que en este caso en particular sí les hace caso a sus asesores. Lo que dijo Chumel me pareció cuestionable solo si te apellidas Bolsonaro, Morales o López, o si eres fanático a morir de uno de ellos. Si acaso lo eres, va un consejo que ya sé que no vas a seguir: no seas fanático a morir de nada, ni siquiera de un equipo de futbol, mucho menos de un político. Incluso un equipo como el Atlas es más confiable que un político. Entre broma y crítica mordaz, Chumel atina: el populismo no es una ideología, es una táctica para llegar y mantener el poder. No vi más programas, porque al día siguiente HBO canceló su programa.
La sátira en su sentido original es la crítica de las costumbres. Floreció en la antigua Roma, donde autores como Horacio, Juvenal, Cayo Petronio, desaprobaban de una forma de vida que pudiera llevar a la decadencia del Imperio Romano, como efectivamente ocurrió. Pero prácticamente todas las culturas han tenido formas hacer critica social, con dos blancos principales: las clases dominantes y los vicios, codicia, hipocresía, santurronería, arrogancia, esnobismo. Muchas veces se combinan ambas modalidades: el aristócrata se muestra con lacras, el pueblo es decente, ingenioso: el criado listo que salva al patrón tonto, o lo hace caer en su propia trampa, como en Las bodas de Fígaro. Abundan los ejemplos de sátira en la literatura: los Cuentos de Canterbury en Inglaterra, el Decamerón de Bocaccio en Italia. En nuestra lengua, el Quijote nace como sátira a cierto tipo de literatura, las novelas de caballería, los Best sellers comerciales de la época. Rabelais, Moliere, Swift, Voltaire, todos fueron satíricos. La sátira no se limita a lo literario. En Francia antes de la revolución circulaban -clandestinamente, desde luego- estampas que ridiculizaban a la aristocracia, y hasta la misma reina María Antonieta, mostrándolos en situaciones sexuales francamente comprometidas. Fueron los ancestros del meme, que en nuestros días se ha convertido en uno de los medios satíricos más recurridos. Aquí en México tenemos como ejemplo las calaveras de Posadas. Abel Quezada se hizo famoso dibujando ricachones con anillos gigantes en la nariz. Tenemos también el teatro de carpa, hecho para el pueblo, de donde surge Jesús Martínez, “Palillo” quien fue feroz en su crítica al príato imperante entonces. Adiós, guayabera mía fue una alusión a Luis Echeverría. Agarren a López por pillo se mofaba de López Portillo. No le busquen referencia actual; “Palillo” falleció en 1994. De las carpas también surge Cantinflas, con su icónico peladito mexicano. Desafortunadamente, a Cantinflas ya famoso le dio por sermonear y su humor perdió frescura.
La sátira, por ser irreverente, va a irritar; es más, es su propósito. Y desde luego, no le gusta al Poder. Para escritores y comediantes latosos, existía la censura, y peor. El mencionado “Palillo” fue detenido varias veces y hasta golpeado. El objetivo político de la censura es mantener un statu quo, un coto de poder. Habremos de ser muy escépticos cuando se busca silenciar una voz o impedir que se disemine una obra. El motivo abierto del censor nunca va ser me es incómodo o amenaza mis intereses. Va decir que es peligroso porque es “inmoral” o “antipatriótico” o es “ofensivo.” En estos tiempos, en que la libertad de expresión está garantizado en la mayoría de los países, cuando menos los que pretenden ser democráticos, tales argumentos ya no vuelan. Es preciso echar mano de otros medios y otros argumentos. La censura entra por la puerta de atrás, por así decir. Obvio, en este contexto, las acusaciones de “racismo” o “misoginia” pueden funcionar muy bien.
Ahora bien, es cierto que hay ciertas expresiones que pudieran ser dañinas para grupos históricamente oprimidos y se procura controlarlas. La mayoría de las plataformas prohiben en sus términos de servicio expresiones racistas o de odio. Las personas o grupos bloqueados alegan que esto es censura. Se plantea una analogía: así como puedo pretextar racismo para censurar, puedo exigir libertad de opinión para ser racista. Claro, los supremacistas blancos y la llamada alt-right han hecho y encontrado sus espacios en ese variopinto mundo que es ciberespacio.
Necesitamos libertad de expresión, pero tampoco podemos aceptar cualquier expresión. Hay límites, incluso en la sátira. ¿Dónde se lo marcamos, a este género que por su naturaleza misma es irreverente? Pues esta última palabra nos marca la pauta. Solo puedes irreverente contra lo reverente, contra lo que pretende o exige reverencia. Esto señala la sátira: que aquellos se creen mucho, no lo son tanto. El Líder Supremo, el Gran Jefe, el Sumo Sacerdote, el que se siente muy noble o muy santo, a todos estos conviene bajarles una o dos rayitas a su rollo. Si no se puede, tu libertad de expresión y tu democracia están en entredicho. Una cultura que no tolera la sátira es una que no tolera la crítica. Sin embargo, no le corresponde dar soluciones. Más bien es reductora de tensiones sociales, una válvula de escape. Por eso, no se mete con los vulnerables: los discriminados, los marginados, los pobres. Charlot, el personaje creado por Chaplin, (quien nunca lo llamó así, le decía the tramp, el vagabundo) era un personaje marginado, que salía adelante con su ingenio en un mundo hostil. Sus antagonistas eran figuras de autoridad: policías, jefes, señoras ricachonas. Esa verborrea interminable de Cantinflas era igualmente su defensa contra figuras de autoridad: el juicio en Ahí está el detalle. Una actitud similar tenía, toda proporción guardada, el personaje creado por María Elena Velasco, la “India María.” “Soy rete mañosa,” decía. Velasco estudió el atuendo de indias mazahuas vendiendo mercancía por la entonces calle de San Juan de Letrán en la Ciudad de México, y de ahí tomó su personaje. Arremedó el ritmo característico de su habla y sus arcaísmos: “ansina”, “asté”, “truje”. Velasco tendía a dos modalidades cómicas que no son satíricas. Una es la bufonería. El antiguo bufón divertía al rey arremedando sus consejeros. Pero así los reforzaba, los humanizaba. No retaba ni su posición ni su poder. La bufonería se distingue de la sátira en que no cuestiona, sino defiende al poder. La supuesta crítica de Televisa en tiempos del priismo (y todavía, para el caso) fue más bufonería que sátira. Era el caso de Velasco, hasta que traspasó un límite: no se valía criticar al presidente. Pues ofendió a López Portillo y Televisa la vetó por un tiempo.
La otra modalidad, ésta sí tóxica, es el estereotipo. Aquí pones al marginado como objeto de burla. Le destacas cualidades negativas. En la segunda mitad del siglo 19 en EUA surgió el blackface, literalmente, cara negra. Un actor, blanco, se pintaba la cara de negro y representaba un personaje llamado Jim Crow (el nombre ahora se usa designar leyes discriminatorias). Jim Crow resumía todas las características negativas que se atribuían a los afro-americanos, holgazán, tramposo, hipersexual. En otro personaje, Zip Coon, la pretendida gracia era que trataba de vestirse elegantemente, sin lograrlo, y que usaba palabras sofisticadas mal. Esto es, si un negro quiere ser elegante, solo va hacer el ridículo. El propósito del estereotipo es reforzar un orden social, no cuestionarlo. Es, pues, la antítesis de la sátira. Velasco tendió en esta dirección, pero su personaje en el fondo era decente. Que si su humor era ingenioso o ramplón ya es otra cuestión.
Chumel niega ser racista ni misógino, pero ha hecho algunos chistes cuestionables. Veamos tres ejemplos, de pésimo a bueno, te lo paso. Pésimo: el meme de la muñeca oaxaqueña, compartido en Twitter por El pulso de la república, su programa en YouTube. Dice: “Los Reyes Magos me trajeron una Barbie oaxaqueña. Barre, trapea, sacude y plancha como de verdad.” Una imagen muestra una muchacha con rasgos indígenas dentro de una supuesta caja de muñecas. Chumel: mal chiste, estás estereotipando cabrón. Dudo que no estés consciente de esto, lo que creo es que te vale madre. Otra: chistes de nacos. Para empezar, están gastadísimos. Luis de Alba les sacó mucho jugo, y él sí estaba satirizando a las clases pudientes de México. Tú explotas el concepto que por naco se entiende una persona de extracción social media baja que tiene mal gusto. Y burlarte de ese mal gusto es la versión mexicana de Zip Coon. Resulta que el gusto es de lo más relativo que hay. “Buen gusto” es un canon establecido por un grupo dominante, si bien en tiempos recientes este grupo ha perdido influencia. Los influencers son otros. En todo caso, lo último que quiere hacer el naco seguir ese canon. Usa su “mal gusto” como forma de afirmarse, una rebelión contra un orden social que lo rechaza, aunque no necesariamente sea en una forma consciente. Finalmente, el meme sobre la pigmentocracia. Pone fotos de tres deportistas exitosos de raza negra, a Serena Williams, Lewis Hamilton, Tiger Woods y el texto: “¡Alguien avíseles que sus deportes son pigmentocráticos!” A primera impresión dices: “Ah, caón. Entonces, ¿según tú el racismo no existe? ¿Da lo mismo ser blanco o negro, en cuanto a oportunidades?” Estas gentes son famosas precisamente por ser una excepción. Llegaron hasta donde están con un considerable esfuerzo. Ahora bien, escarbando un poco más sí detecto un espíritu satírico contra quienes toman la oposición al racismo o la misoginia como un combate de buenos contra malos; contra quienes se sienten virtuosos por apoyar causas como la igualdad o el feminismo, aunque sea solo con re-tweets, contra lo que se ha dado por llamar “corrección política”.
Nada de esto inquietó mucho a la banda chaira, menos a la pandilla fifí. Ciertamente no a HBO. Hasta que llegó el asunto del “chocoflán.” Recordarán, le dio ese mote al hijo menor del excelentísimo señor presidente y su distinguida señora. Pero no fue por tener tal o cual cantidad de melanina. Fue porque se tiñó los pelos de colores, moda inconcebible en mis tiempos, pero, obvio, estos no son mis tiempos. Muy su gusto del chico, a mi me da igual, y perdóneme la imposición, a todos también nos debería dar igual. Fue un chiste bastante malo, uno que se esperaría más de sus compañeros que de un comentarista que opina de los altos asuntos del gobierno. (“Mami, me dicen chocoflán en la escuela.” “¡Ahorita hablo a la dirección y si le siguen les echamos encima la Guardia Nacional!”) Chumel se disculpó, dijo que no se metería con “morritos.” Para los que no hablan chihuahuense, es el equivalente a “mocoso” o “escuincle” en el centro, o “güerco” aquí en el noreste. Válida la disculpa, tardía la aclaración, porque ya se metió con el chico.
Independientemente de tu posición respecto al actual gobierno, hijos menores de edad no deben ser blanco de chistes malos. Ni buenos, para el caso. Pero como que uno no se ve muy bien haciéndola de tos por un apodo de colegiales. Entonces, se ataca por el lado racista. Es un claro ejemplo de la censura entrando por la puerta de atrás. Ahora bien, creo que gente como Chumel sí debe participar en foros sobre racismos, precisamente por sus chistes cuestionables. Conviene tener una variedad de puntos de vista en estos eventos. Si no, se hacen burbujas en que todo mundo está de acuerdo que el racismo y la discriminación son malos, que hace faltan estrategias y concientizar, que es un problema estructural, etc., etc. Todo mundo aplaude y se dan palmaditas en la espalda, la pasaron bien, se enteraron de chismes, comieron y bebieron y luego se van felices a sus casitas. A veces los cuestionadores también requieren ser cuestionados, para no caer en auto-complacencias. En este México polarizado nuestro necesitamos más conversación y menos grito. Estas conversaciones requieren antes que nada escuchar al otro, lo cual implica paciencia, ecuanimidad, y sobre todo, coraje. Martí Batres sin duda discrepará, pero así como Chumel vive de la controversia, Batres vive de la polarización. Censurar a Chumel no va acabar con el racismo en México, el cual es genuino. Negarlo es inútil. Y que HBO no finja demencia. No es posible que después de cinco temporadas, ahora resulta que tienen que revisar el contenido. Justo ahora. Veo que la esposa del presidente tiene el poder de despedir a alguien que le incomoda. No sé a ustedes, pero a mí eso me preocupa más que los malos chistes de Chumel.
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