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29 May 2020

VERDADES INCOMODAS: Algunas lecciones del Coronavirus

Post by Federico Elenes

El Coronavirus-SARS19 (de aquí en delante, simplemente Coronavirus) está para quedarse, cuánto, no lo sabemos. Mientras no tengamos una vacuna y un tratamiento específico, tendremos que ajustar nuestro modo de vida a la presencia de este fastidioso bicho. En eso los humanos tenemos una gran ventaja: somos muy adaptables. Es uno de nuestros puntos fuertes. Por otro lado, el maldito virus no pudo haber escogido mejor momento para su ataque: justo en medio de un mundo de confusión política y moral, donde no nos ponemos de acuerdo que es lo que se vale y que no, y hay profunda desconfianza en nuestras instituciones. Tenemos la simpática circunstancia de encima de desmadre, crisis.

Es ya un lugar común buscarle lecciones a esta crisis. No soy muy optimista en cuanto a esto; si bien los humanos somos adaptables, también somos muy duros de cabeza. Nos resistimos a las verdades incómodas y hacemos mil maromas para evadirlas. Pero me uno al coro de los que buscan alguna enseñanza en todo este lío. Éstas, que considero verdades incómodas, son desde luego desde mi punto de vista. Algunas parecerán evidentes, otras ingenuas, o ridículas o improbables, o se dirá que me equivoco de cabo a rabo. No importa. Yo probablemente tendré opiniones similares sobre quienes piensen lo contrario.

Dijo el filósofo estadounidense John Dewey, a principios del siglo 20, que una sociedad que permite a la ciencia destruir valores tradicionales, pero desconfía de su poder para crear nuevos, es una cultura que se está destruyendo. Ahora bien, como señalo más delante, vamos a necesitar ciencia, mucha ciencia, y no creo que nos vayamos a destruir, pero nuestra confusión de valores ha aumentado ferozmente en estos aproximadamente cien años desde los tiempos de Dewey. Tradicionalistas o no, si hay algo en lo que podemos estar de acuerdo es en el valor del ser humano, solo por el hecho de serlo. Lo afirmamos como criaturas sociales que somos. No sobrevivimos fuera de la sociedad, que no es más que decir que nos necesitamos unos a otros. Reconocer este hecho equivale a reconocer nuestra humanidad. Entre más humanos somos, mejor es nuestra sociedad, mejor es nuestra economía, mejor podemos enfrentar los inevitables desastres que se presentan en este mundo. No todos los desastres son físicos. Los hay biológicos, como estamos viendo ahora.

Esto para mí es tan evidente como decir que necesitamos aire para respirar. La mayoría coincidirá, así sea en principio. Lo que quizás no sea tan obvio, es que devaluar al humano, quien quiera que sea, de la cultura, origen o género que sea, es la causa principal de nuestros sufrimientos. Trae desde luego esa estupidez llamada guerra. Ésta lleva en su cauda a los otros tres jinetes: hambre, pestilencia y muerte. No quiero decir que el Coronavirus es resultado directo de nuestra inhumanidad. Sí quiero decir que cooperando individuos y naciones resolveremos más pronto y con menos consecuencias graves esta crisis. Cooperamos para el bien de todos. Esto no es más que reconocer que el humano es un fin en sí mismo y no un medio para un fin.

Una de las mejores maneras de cooperar que tenemos es la ciencia, y ésta es también la herramienta más poderosa que tenemos en estas difíciles circunstancias. Es quien ha identificado al culpable, y quien encontrará la manera de contrarrestarlo. No es perfecta, desde luego, ninguna actividad humana lo es o lo será. Puede y debe ser objeto de crítica. Aclarado esto, diré que no creo que atente contra los valores tradicionales, como decía Dewey. Lo que ocurre es que busca realidades comprobables. Esto es así, nos dice, porque se puede repetir, corroborar, validar, no por que lo diga una autoridad. Inevitablemente, entonces, se convierte en escollo a esa autoridad. No es ésa su intención primaria, no quiere ser enemigo de nadie. Por su parte quienes se oponen a la ciencia, tanto como actividad humana, como a los resultados que presenta, tienden a ser autoritarios y tratan de imponer su visión del mundo, y su ideología.

A los médicos se les ha acusado, entre otras cosas, de arrogancia.  Hay razón en ello, pero ahora el personal de salud, todos, son soldados en las trincheras, arriesgando su salud y sus vidas por sus semejantes. Dentro de las ramas de la medicina, quizás la menos glamorosa es la epidemiología. Pero es tan medicina como cualquier otra especialidad. La diferencia es, que en vez de atender individuos, atiende comunidades. No nos había tocado, quienes vivimos en esta época, que una comunidad se enferme a este grado, con tanta severidad y con tanta extensión: el mundo entero, ni más ni menos. Mala epidemiología es mala medicina, y tiene consecuencias más graves: un mal médico afecta un paciente a la vez, mala epidemiología daña a toda una comunidad. De modo que hay que darle a esta especialidad, un tanto olvidada, la importancia que merece. Otro detallito: Si ignorar las recomendaciones de tu médico es mala idea; entonces, desdeñar las recomendaciones de los epidemiólogos es estupidez. Todavía peor es que un epidemiólogo se amolde a las necesidades políticas del momento. En ese punto, ya abandonó la ciencia por la política. Sé político si eso quieres, pero ya no te llames científico.

No todo en la vida es ciencia, y no se resuelve todo con ciencia. Otra forma de interacción de los humanos es la economía. Tendemos, los que estamos inmersos en economías de mercado, a verla más de su lado competitivo, pero esa competencia solo puede darse sanamente dentro de reglas comúnmente aceptadas. La economía es en el fondo relaciones humanas, relaciones que procuran la distribución óptima de recursos. En este momento, esa procuración, y por ende el bienestar general, está, recurriendo a esta palabra demasiado usada últimamente, en crisis. Lo que ocurre a nivel mundial es algo que los simples mortales siempre hemos sabido: enfermase es caro. Una enfermedad puede acabar con tu empleo, tu carrera, tu patrimonio. La crisis económica es el precio que nos está cobrando, a todos, esta enfermedad. Pero, desafortunadamente, no todos pagan lo mismo. Están los que, gracias a la tecnología, pueden trabajar desde sus casas. Otros necesariamente tienen que salir, porque así lo exige su empleo. Otros más, porque si no, simplemente no comen. Es elemental justicia que los costos económicos se repartan en la forma más equitativa que se pueda. Esto requiere apoyos del gobierno tanto a individuos como a empresas, cosa que prácticamente todos los países están haciendo, de un modo o el otro, salvo el nuestro.

Es tiempo, sin embargo, que consideremos bien a fondo que tipo de economía vamos a tener. Una economía donde unos tienen mucho, y otros tienen poco, no solo es injusta, es disfuncional. No está cumpliendo su propósito. Dicen los economistas que los recursos son escasos, pero que las necesidades humanas son ilimitadas. Creo que es tiempo de cuestionar esa última suposición. Las necesidades físicas no requieren demasiados recursos para satisfacerse, y eso a un nivel superior que el de mera subsistencia. Para todo lo demás que adquirimos, podemos cuestionarnos, ¿esto qué tanto lo necesito? Vivimos, quienes estamos en la comodidad de la clase media, en el exceso. Se nos ha persuadido, y hasta hipnotizado, podríamos decir, que los bienes que adquirimos van a satisfacer necesidades que van más allá para lo que fueron diseñados. Por ejemplo: el propósito del automóvil es para llevarte de allá para acá y de regreso. Nada más. Sin embargo, también nos lo venden como satisfactor de necesidades sociales -prestigio- o emocionales -he triunfado- o hasta éticas: contamina menos. En el mejor de los casos, va ser una satisfacción transitoria, en el peor no será más que una ilusión. Dicho más conciso: necesitamos ser menos consumistas. Quiero recalcar que se trata de un cuestionamiento y decisión personal. Cualquier intento de imposición por parte de una autoridad va fracasar.

Hay otro punto que me parece de suma importancia. La disyuntiva entre vidas humanas y economía es una falacia, específicamente, la del falso dilema. El control de la pandemia requiere, sí, separación social. Reabrir produce un surgimiento de casos, también. Pero no es posible tener suspendida indefinidamente a la economía. Pero más allá de estas consideraciones, hay un punto más fundamental: el ser humano no está hecho para vivir aislado. La gente se va salir de sus confinamientos, virus o no virus. La cuestión entonces es hacerlo de una manera disciplinada, con las precauciones ya conocidas -guardar distancia, evitar lugares cerrados concurridos, usar cubrebocas- o de una forma desordenada. En México y EUA -curiosamente, cada vez nos parecemos más- lo estamos haciendo en un feliz y despreocupado caos, nosotros recurriendo al mexicano tanteómetro, ellos al what the hell, get out. En cambio, los países que hacen pruebas masivas y rastrean contactos -Corea del Sur, Nueva Zelandia, Alemania- pueden tomar sus decisiones con mejores fundamentos.

Es que ¡sorpresa!, importa mucho que tipo de gobierno se tiene, y lo que hace. Ojo: no lo que dice que hace. Esta elemental distinción se le pierde a mucha gente. Se ha hecho notar que los países que mejor han respondido a la crisis están gobernados por mujeres, lo cual es muy válido. Yo mencionaría otro factor: no son populistas. El populismo tiene entre sus múltiples defectos el de poner toda su fe, y peor, demasiado poder, en un solo individuo. Esto nunca debemos de olvidar: el mandamás en turno, sea presidente, primer ministro, jefe de gobierno, lo que gustes y mandes, es un ser humano falible. Otra obviedad, pero la olvidamos cuando nos hipnotiza el carisma de determinado actor político. Todos, sin excepción, podemos ser susceptibles a esto, no únicamente quienes profesan un credo político distinto al nuestro. Sabemos históricamente que la concentración de poder es peligrosa y tiende a hundir a los países que la padecen. Hay desafortunadamente una tendencia histórica: las situaciones de crisis tienden a reforzar lo autoritario, las sociedades en paz tienden a ser más liberales. Conservar nuestras libertades, y a la vez protegernos, va requerir mucha cautela y mente serena: no nos dejemos llevar por las exageraciones y negaciones de uno y otro bando. Habremos, también, de estar conscientes de nuestros prejuicios: a lo mejor, quizás, eres el que está equivocado.

Precisamente por el hecho mismo de que el humano es un ser limitado hemos desarrollado instituciones. Generan una sinergia: lo que es difícil que logre uno solo, lo logran muchos, y a la vez, dan un marco y una formalidad al actuar humano. Al mismo tiempo, son un coto al poder, porque la autoridad, para que sea legítima, tiene que actuar a través de instituciones. Por razones que no es el momento de analizar, las instituciones, en general, han caído en desprestigio. Pero hay que recordar esto: un país es fuerte solo en la medida de que sus instituciones sean sólidas; es lo que caracteriza a países prósperos. Uno de los problemas históricos de México ha sido la debilidad de sus instituciones.

En este contexto toma particular relevancia el actuar de la OMS. A raíz de otras amenazas, sobre todo el SARS en 2003, analizó y mejoró sus protocolos. Pero, ahora, se quedaron, literalmente, en el cajón. O en el disco duro. Que si fue China, que si no fue, que si se hubiera hecho A en lugar de B, es para un análisis a futuro. Pero, por mucho que estudies, analices, protocolices hasta que te amanezca, de nada sirve si en el momento de la crisis lo ignoras. La limitante de la OMS como institución es que no tiene autoridad. Solo puede recomendar; no puede obligar a ningún país a tomar tal o cual medida.

Entonces, en vez de cooperar en esta ocasión, cada quien jaló para su lado. Las naciones, más bien los nacionalismos, han sido un obstáculo en este combate. Porque hay un hecho insoslayable: al Coronavirus no le interesan ni fronteras, ni razas, ni ciudadanías, ni nada por el estilo. A donde llega causa estragos. Hay una tendencia aun peor que la no cooperación: usar la contingencia para adelantar una agenda. Trump cierra la frontera con México y amenaza a la OMS. Es como pelearte con los bomberos cuando hay un incendio. China, por su parte, se torna más autoritaria y le ha quitado su autonomía a Hong Kong. Nuestro inefable AMLO declara que la crisis “le viene como anillo al dedo.” Cierto, crisis igual a oportunidad; el detalle está en lo deplorable de estas oportunidades.

Esta pérdida de cooperación internacional tiene su contraparte en la política interna de muchos países, entre ellos Estados Unidos y México: la polarización de la vida política. Ya no hay rivales, sino enemigos irreconciliables. Cada quien se identifica con su tribu, y cualquier intento de acuerdo con el contrario se considera traición. Se pierden los matices: bueno es lo que hace mi bando, malo lo que hace el contrario. Bajo estas circunstancias, es muy difícil tomar acciones racionales. Predomina la ideología sobre lo pragmático: el ideólogo pretende que el mundo se ajuste sus nociones preconcebidas. Ante un problema, su reacción es ocultar y a evadir, lo que aumenta la desconfianza, al sentir el pueblo que no se le está diciendo la verdad. Por ende, hay más polarización, en un círculo vicioso. Los populistas -ya sabemos quienes son éstos- se han aprovechado hábilmente de esta confusión para hacerse del poder, pero esta crisis los está poniendo en evidencia. Debilitaron instituciones formadas para enfrentar este tipo de problemas. Su visceralidad no es más que debilidad enmascarada de fuerza. Su camino conduce al desastre. Esto es porque parten de narrativas y mitos hechos para complacer a sus seguidores, y si no cuajan con la realidad, peor para la realidad. 

Con tanta división, y con tanto miedo, no es de sorprender que pululen las teorías de conspiración: el virus lo inventaron los chinos en un laboratorio como plan diabólico para conquistar el mundo. O bien: el plan maquiavélico es de farmacéuticas corruptas que quieren hacer pingüe negocio vendiendo la vacuna contra el virus, o el tratamiento. Otros niegan que exista el Coronavirus, son las redes 5G las que provocan la enfermedad, y éste es un intento de los gobiernos por controlarnos. Que se presenta la enfermedad aun en lugares donde todavía no se instalan estas redes no es un punto que detenga a estos conspiratistas.

Los humanos inventamos historias, desde que hemos sido humanos. Así le encontramos sentido a nuestra existencia y a lo que nos sucede. Las teorías de conspiración son en el fondo una búsqueda de sentido, de tratar de comprender una situación confusa, incómoda, amenazante. Es un intento disfuncional porque no son más que mecanismos de negación. Como todas las negaciones, si bien en el principio nos tranquilizan y nos hacen sentir seguros, a la larga son contraproducentes. Todas estas teorías tienen un elemento clave en una buena historia: el villano. Es muy entendible que los partidarios de estas teorías estén convencidos que grandes empresas y gobiernos, que no tienden a mostrar comportamientos impecables, sean capaces de las conductas más bárbaras, con tal de ganarse sus dólares. Así, se consigue otro elemento importante: la verosimilitud. Pero, por muy seductoras que puedan parecer estas teorías, no tienen la menor base científica. Resulta, sin embargo, que nuestros sistémicas educativos van de malos a pésimos, así que el conocimiento científico en general es muy pobre. También, es difícil, incluso para personas educadas, distinguir entre ciencia y seudociencia, sobre todo cuando esta última viene “avalada” por una pretendida autoridad, que puede presumir títulos de prestigiosas universidades. Eso, sin embargo, no significa que tenga razón y que no tenga una agenda particular. Una mejor guía es consenso de expertos. Desafortunadamente, como hay quienes están ideológicamente predispuesto en contra de la ciencia y se niegan a vacunarse, vamos a tener problemas para controlar al coronavirus. Quizás haya en este grupo quienes rehusen tratamiento una vez enfermos. Quizás.

Detecto en tanta negación un fondo interesante: la arrogancia. Nos resistimos a creer que la naturaleza, en la forma de un organismo minúsculo, pueda generar este caos y dañarnos tanto. Nos hemos formado el mito -otra historia- de que los humanos somos los mandones, los que controlamos, los que dominamos. Este mito predomina sobre todo en los humanos del sexo masculino. En los griegos de la antigüedad, el mayor pecado era la hibris,o hybris, la desmesura, la prepotencia, el sentirte dios, cosa que Zeus no podía permitir, y lo castigaba. El principio ético de los griegos era el pan metricon, todo con medida. Nuestra cultura tecnológica-industrial ha estado dominada por la hybris. Creemos saberlo todo y poderlo todo.  Nos creíamos seguros por derecho, por leyes que nosotros mismos creamos. Cuando sentíamos amenazada esa seguridad, creíamos que manifestaciones de fuerza y poder: armas, soldados, tanques, etc., la restaurarían. Pero notemos esto: lo que despilfarran los EUA en gastos militares, es, efectivamente, una desmesura, y es el país con más muertos por la enfermedad. Ahora, el Coronavirus nos obliga a reconocer nuestra vulnerabilidad.

Nos falta, no solo a los gringos, sino a todos los que vivimos en la modernidad una virtud un tanto olvidada: la humildad. Humildad no es sentirte menos ni poca cosa ni despreciable. No es ser servil. Humildad es reconocer que los humanos somos seres limitados. Limitados en tiempo, limitados en espacio, limitados en capacidades. Es, también, humanismo, el reconocer la valía de todos los seres humanos, sin excepción.

Es preciso, pues, que recordemos que hay fuerzas y realidades superiores e independientes a nosotros. Al tener esta conciencia, nos acercamos a lo espiritual. Es un tema, reconozco, muy complejo para ser tratado en un artículo breve. Pero cuando uno estudia las distintas tradiciones espirituales se encuentra este hilo en común: los humanos somos parte de algo mayor que nosotros como individuos. El sentirnos aislados, el sentirnos pequeños y diminutos, desvalorizados, nos lleva a la desesperación. También, si no estamos en armonía con el mundo que nos rodea sentimos que algo nos falta. Esta crisis muestra que en nuestras culturas nos hace falta espiritualidad, y también, que la salud mental, haya pandemia o no, necesita atenderse mejor. La verdadera espiritualidad lleva al punto donde empezamos: al humano como un fin en sí mismo, y no como medio para un fin. La difícil decisión de cuando y qué tanto abrir las economías es una decisión ética, por lo tanto, espiritual. Si la decisión se toma en términos exclusivamente materialistas, esto es, utilitario: vales solo en tanto tengas una función, va ser una decisión equivocada. Será una decisión equivocada si se toma desde el egoísmo. Será una decisión equivocada si se toma sin empatía. Será, finalmente, una decisión equivocada si se toma en bases ideológicas y de confrontación. La hybris nos ha llevado a olvidar que las tareas más básicas son las más necesarias. ¿Podemos sobrevivir sin atletas profesionales? Sí. ¿Sin quien recoja nuestras cosechas, las transporte, nos las ponga a nuestro alcance? ¿Sin quien se lleve nuestra basura? No. 

 Las reacciones humanas a esta situación, inédita para todos nosotros, han seguido toda la gama, desde el sacrificio último de entregar la vida, abnegación al grado de heroísmo, pasando por acciones concretas para ayudar a quienes la tienen más difícil, a consejos útiles para como sobrellevar las tensiones del momento, y luego ofrecer buenos deseos y oraciones, hasta llegar a lo triste y deplorable: comentarios mezquinos, violencia intrafamiliar y ataques contra los trabajadores de la salud. Las crisis muestran lo mejor y peor del ser humano. El amor salva, el odio deshumaniza. El escritor norteamericano Kurt Vonnegut lo dijo mejor: el odio a la larga es tan nutritivo como el cianuro. Amor a la verdad significa aceptar realidades desagradables, y no dejarse seducir por el mito del héroe poderoso que te salvará del peligro y te regalará bien y prosperidad. Curiosamente, también es orgullo identificarte con un poderoso. Tienes la creencia, más bien ilusión, que tú también te llevarás una parte de esa supuesta fuerza. La verdadera fuerza está en nosotros mismos y en una genuina solidaridad. Siento que hay un optimismo realista en estas palabras de otro escritor norteamericano, John Steinbeck, que vale tanto para el Coronavirus como contra los demagogos: “No es que la cosa malvada gane -nunca lo hará-  sino que no se muere”.

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