
Carlos Denegri fue la estrella del periodismo mexicano a mediados del siglo pasado, cuando el antiguo PRI estaba en la cima de su poder. Enrique Serna ha realizado una biografía novelada de este muy interesante personaje, El vendedor de silencio. La vida de Denegri, y su tragedia, va en paralelo con la de México. Es la historia de un potencial desperdiciado, de lo que pudo ser, y lamentablemente, no se realizó.
Denegri no era mexicano. Fue hijo de una tiple argentina, y nació en ese país. Ceide, la madre, se trasladó a México cuando Carlos estaba todavía pequeño. Llegaron a un México todavía asolado por la turbulencia revolucionaria. Al poco tiempo, Ceide contrajo matrimonio con Ramón P. Denegri, revolucionario que comenzaba a subir en el gobierno de Venustiano Carranza. Ceide era guapa, de modo que el novel político le echó el ojo. Las circunstancias del matrimonio son muy interesantes, así como las del padre del pequeño Carlos, pero, para los detalles, es mejor leer la novela. Ramón adoptó a Carlos y resultó ser buen padre. La familia, no es de sorprender, tuvo un buen nivel de vida, si bien no uno lujoso. Ramón decía no estar de acuerdo con la rapiña que caracterizó a los gobiernos post-revolucionarios.
Ramón entró al Servicio Diplomático Mexicano. Cuando estuvo favorecido, le tocaron embajadas deseables, como la de Francia. Pero tuvo sus desencuentros: purista, los virajes ideológicos del régimen no lo convencían. Por su parte, el joven Denegri desarrolló otros intereses: le atraía la bohemia y quiso ser poeta maldito. Nunca perdió el gusto por la francachela; de ahí contrajo el alcoholismo que lo había de asolar toda su vida. Como poeta no fue bueno. Se auto-publicó (tenía los medios para hacerlo), mas su obra pasó, como suele suceder, sin pena ni gloria. Envió sus poemas a un crítico eminente, acaso esperando encomio y promoción. Lo que consiguió fue silencio. “Te está haciendo un favor –le dice un amigo– si publica la reseña te tendría que hacer garras.” Denegri aparentó aceptar esta sentencia, pero en una muestra de su carácter resentido, años después, cuando ya se hubo hecho de influencia, tomó venganza.
Ramón afectaba oponerse a la robadera, ya dijimos. Sin embargo, el joven Carlos hizo un descubrimiento que cambiaría su forma de pensar. Le descubrió su “guardadito” a Ramón. Hasta entonces, tenía admiración por el padrastro, pero ya no. Éste se justificó, desde luego: que lo hizo por él, por su madre, etc. Era una nada, una baba, comparado con la cuchara gigante con la que se habían servido los demás. Carlos aceptó, sin protestar demasiado. Por su parte, don Ramón había movido sus influencias para que le dieran a Carlos un puesto menor en la embajada de México en España, donde sería embajador. Desde luego, con aspiraciones de ascender; Carlos no es hijo de vecino. Padre e hijo llegaron a una España envuelta en guerra civil. Carlos, a escondidas del padre, dió con un buen negocito: la venta de visas para huir de España. Al enterarse, Ramón se puso furioso. Devolvió al joven a México, y lo repudió. Ya no tendría futuro en el servicio exterior. Que se consiga un trabajo por su cuenta, y si no, pues que robe, al fin y al cabo ya sabe como.
El camino que encontró Denegri fue el periodismo, en Excélsior. Sería mal poeta, pero eso no quiere decir que fuera mal redactor. Los ejemplos que muestra Serna, tomados de sus columnas, revelan un excelente manejo de lenguaje. Denegri fue inteligente, astuto, y tenía, no obstante su carácter atrabiliario, mucho don de gentes. Todo esto le sirvió para abrirse camino.
El nefasto Maximino Ávila Camacho, gobernador de Puebla y hermano del presidente, prácticamente lo contrató para que fuera su portavoz no oficial. El joven reportero Denegri había realizado un reportaje detallando las corrupciones de Maximino. Se ganó una rafagueada por parte de los esbirros del gobernador, con lo cual decidió que la confrontación directa no era para él. Peor, su director le informó que no sería posible publicar su reportaje, a pesar de ser excelente. A manera de consolación, le extendió un billete. Posteriormente, Denegri se enteró que el director cobró diez veces más por no publicar. Denegri aprendió una lección fundamental del poder y la corrupción: no se vale hacerlo por tu cuenta. Maximino, astuto, decidió que era mejor tener a éste de mi lado. Tenía con que comprarlo.
Con estos aprendizajes, Denegri se convirtió, en efecto, en un vendedor de silencios. Desde gobernadores de estado, hasta jóvenes acomodados de provincia, lo que hoy llamaríamos niños fresa, todos podían ser son presa de una extorsión, para decirlo con su nombre, ya fuera por indiscreciones de juventud o por malos manejos. En su oficina Denegri tenía un fichero (de hecho, así se llamaba una de sus columnas, Fichero Político) con un código de color, según la relevancia del personaje y el significado de la información. Eso por un lado. Por otro, vertiente igualmente lucrativa: la promoción de candidaturas y carreras políticas, práctica en la que Maximino resultó excelente maestro. Denegri desde luego se alineaba. Como dice un dicho inglés, sabía muy bien de que lado se enmantequillaba su tostada. Lo cual estaba estrechamente relacionado con su fuerza principal, el pago de favores que les hacía a cantidad de personajes, empezando con la presidencia, y de ahí para abajo.
Pero si la trayectoria profesional de Denegri fue de éxito tras éxito, tanto públicamente como tras bambalinas, su vida personal fue un desastre. Fue alcohólico, como ya se mencionó. La novela describe el ciclo tóxico del alcohólico: empezaba con un propósito de enmienda. Pero cuando surgía una dificultad, ya fuera personal o profesional, o a veces por puro hastío, caía en la racionalización: necesitaba “un trago, nada más.” Venía la recaída. Borracho, su comportamiento era imprudente primero, luego abusivo y hasta violento. Finalmente, culpa y auto-castigo, para volver a empezar el ciclo otra vez. En una ocasión, Denegri le prendió fuego a una mujer que lo acompañó con unos amigos a seguir una parranda a su casa. Fue denunciado, pero en ese momento era intocable. El denunciador, uno de los compañeros de parranda, tuvo que huir del país.
El incidente ilustra la característica más desafortunada de Denegri: su misoginia. Fue, de hecho, y es una fuerte ironía, lo que causó su fin. Se casó cuatro veces, además de un concubinato. Con todas sus mujeres terminó mal. Denegri negaba odiar a las mujeres, todo lo contrario, decía, me encantan. Pero solo en tanto le cumplieran sus deseos, los cuales no se limitaban a lo sexual. Quería estar acompañado, que se le admirara, que se le escuchara con genuino interés mientras hacía gala de su conocimiento de los entresijos de la política mexicana y de sus agudos análisis del mundo. Denegri quería un imposible: una mujer inteligente, leída, -le exasperaba la plática banal- pero a la vez sumisa, que no le hiciera la menor exigencia. En el momento que se le planteaba una conducta razonable, como dejar de tomar y buscar la ayuda para lograrlo, Denegri sentía que “le estaban poniendo el pie encima.” Su reacción entonces era sumamente agresiva, lubricada por el alcohol. Son estrujantes las descripciones de esta violencia doméstica. Natalia, su última esposa, intentó dejarlo varias veces, pero era imposible huir. Entre quienes debían favores a Denegri estaba la policía. Así, por más que se escondiera Natalia, Denegri daba con su paradero. Ella terminaba por regresar con él, debido a una combinación a partes iguales de labiosa seducción (Denegri manejaba muy bien el lenguaje, recordemos), sobornos que llegaban a los abrigos de pieles (gran símbolo de estatus en la época) e intimidación. Serna presenta una explicación para la misoginia, que representa un evento crítico, y hasta desafortunado en la vida de Denegri. Pero no es solo la historia personal lo que influye. El machismo violento y desenfrenado de Denegri fue también el resultado de estar inmerso en una sociedad donde se fomenta y aplaude esta actitud; una sociedad que le enseñó a Denegris, en su edad más susceptible, que el menor asomo de subordinación a la mujer era intolerable.
Cuáles personas progresan en determinado medio social y cuáles no, es un tema importante, porque nos dice que tipo de sociedad vamos a tener, una justa o no, una violenta o pacífica, una ordenada o caótica. Como la novela, cualquier novela, necesariamente trata de la relación del individuo con su sociedad, resulta un medio excelente para exponer este tema, aun cuando el tema aparente sea amor, amistad, traición, injusticia, o lo que se guste o mande. En este sentido, El vendedor de silencio está muy bien lograda. En uno de sus mejores pasajes, Denegri se reúne con Jorge Piñó, periodista también, en un tiempo su amigo, pero Denegri se había apartado, simplemente porque esa relación ya no le convenía. A diferencia de Denegri, Piñó se mantuvo íntegro. Trató de hacer un periodismo genuinamente independiente. Sobra decir que no tuvo éxito. Denegri lo mira con condescendencia; lo considera un fracasado. Denegri le hace ver, con cierta justificación, que no hay lugar para un Drew Pearson, emblema del periodismo estadunidense, en México. Pero no eres feliz por haberte vendido, replica Piñó, mientras yo tengo la conciencia tranquila. Denegris no tiene otra respuesta más que la furia, con lo que le da la razón. La ironía, sin embargo, fue que Piñón tenía un problema y necesitaba de las influencias de Denegri para resolverlo. Es muy difícil escaparse del medio.
En el ‘68 comenzó la caída de Denegris. Desde luego, fue propagador de la línea oficial del gobierno de Díaz Ordaz. Pero le apostó al caballo equivocado en la carrera por la sucesión, el secretario de la Presidencia, Emilio Martínez Manatou. El ganador, Luis Echeverría, quien superaba a Denegri en resentimientos antiguos, le tenía coraje por un incidente de preparatorianos. Más próximo, Julio Scherer se hizo cargo de la dirección de Excélsior. Scherer quería tomar una línea más independiente, por lo que el veterano Denegris le resultaba incómodo. El nuevo presidente, el nuevo director, la vejada Natalia y el alcohol terminaron siendo una combinación letal para Carlos Denegri.
Dijo George Orwell que “periodismo es escribir algo que alguien no quiere que se publique. Todo lo demás son relaciones públicas.” Denegri fue un maestro de las relaciones públicas. Lo desafortunado fue que tenía toda la capacidad para ser un excelente periodista. Jacobo Zabludovsky, quien no fue su amigo, lo describió como “un reportero fuera de serie.” Que no haya sido un verdadero periodista es su tragedia. Y también la de México, donde los talentos no se aprovechan, se pervierten.
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