
Hace poco El Norte publicó una nota sobre una controversia con Israel Folau, un jugador de rugby australiano que en abril de este año, en su cuenta de Instagram, expresó su muy arraigada convicción de que los homosexuales se van a ir al infierno. Los puso en una categoría que incluía a borrachos, adúlteros, mentirosos, fornicadores, ladrones, ateos e idólatras. Ya se le había sacado la tarjeta amarilla el año pasado –también se usa en el rugby, por si tenían esa duda− por comentarios similares. La directiva de Rugby Australia, el organismo rector, “le recordó su obligación de usar los medios sociales en una forma respetuosa.” Como reincidió, por así decir, en mayo se le rescindió su contrato. Ello tiene, entre otras consecuencias, el hecho que no participará en la Copa Mundial de Rugby que al momento se celebra en Japón. Dicho uso respetuoso en redes sociales consiste, según la BBC, en seguir un código que requiere que los jugadores “traten a todos por igual, equitativamente y con dignidad, independientemente de género o identidad de género, orientación sexual, origen étnico, fondo cultural o religioso, edad o incapacidad.” O sea, no se vale discriminar a nadie. Folau ha demandado a Rugby Australia, alegando discriminación en su contra, y su derecho a la libertad de expresión. Asegura que los mensajes en cuestión los publicó a título personal y en su tiempo. Folau también asegura no ser homofóbico. El asunto se dirimirá en los juzgados de Australia a su tiempo, que seguramente será tardado, como suelen ser los procesos judiciales. Así las cosas.
Australia está lejos, el rugby no nos interesa mucho en México, tenemos asuntos más prioritarios por estos lares, aun cuando a los mexicanos nos vivan amenazando y sancionando por gritos inapropiados. (La afición mexicana tiende a la adolescencia, de modo que entre más les dicen que no, más adrede lo hacen.) Pero el caso me parece que tiene implicaciones para todos, por la naturaleza del conflicto y el momento y las circunstancias en que se presenta. No voy a opinar sobre lo jurídico, de lo cual no sé mucho y menos de las leyes de Australia.
Todos los países democráticos, México incluido, con todo lo frágil que es nuestra democracia, tienen libertad de cultos. No te pueden negar un trabajo, o despedirte de un trabajo, por practicar determinada religión. Tampoco te pueden restringir acceso a un área pública, o negarte el acceso a ciertos privilegios, como una licencia de conducir.
Estrictamente hablando, a Folau no lo rescinden por practicar su religión. Se le retira de su equipo por violar una disposición que es condición de su trabajo. Pero Folau considera, como cristiano, que ejercer su religión incluye difundirla, propagarla. Hacer proselitismo. Alega que son actividades que realiza a título personal y en su tiempo. Ahora bien, en sentido estricto tampoco está discriminando. Simplemente repite lo que dice la Biblia, libro ampliamente disponible y no censurado, dice sobre la homosexualidad. Que no nos guste o estemos en desacuerdo es otra cuestión.
¿Está impidiendo Rugby Australia que el devoto Folau ejerza su derecho a la libre expresión? en la naturaleza misma de ésta como como derecho existe la condición que tenga yo que aceptar ciertas expresiones que pudiera encontrar estúpidas: el combate al cambio climático nos llevará al socialismo, o falsas: Obama promovió el aborto, o repugnantes: los homosexuales pervierten a los niños. Son consideraciones personales mías; pudiera ser que quienes tienen razón son ellos y no yo. Todos tenemos que aceptar la desconcertante posibilidad de que estemos equivocados.
El derecho a la libre expresión termina donde empiezan los derechos de los demás. Su ejercicio acarrea ciertas responsabilidades, y por lo tanto puede restringirse, para proteger la reputación o la fama de otros: no puedo calumniar ni difamar. Hay restricciones cuando se trata de cuestiones de seguridad nacional o salud pública. No se vale gritar “¡Fuego!” en un teatro lleno. El filósofo inglés John Stuart Mill, firme partidario de la libertad, consideraba que era necesaria la más amplia discusión de todas las ideas y creencias, por detestables que pudieran parecer, para llevarlas a hasta su límite lógico. La única limitación es lo que llamó el principio del daño: mi expresión no le puede ocasionar daño a nadie. Este principio se ha extendido para estipular a que tampoco se ofenda a nadie. El usar las redes sociales “en forma respetuosa” es una forma de este principio.
Veamos unos casos recientes, para ver cómo funciona el principio de Stuart Mill. El 20 de diciembre de 2013, en el aeropuerto Heathrow de Londres, camino a África, Justine Sacco, encargada de relaciones públicas de una empresa, mandó un Tweet que le salió muy mal. Dijo, palabras más, palabras menos, que ojalá no le diera SIDA en África, pero no se preocupaba porque era blanca. Twitterlandia se le echó encima en masa. De racista no la bajaron y se agregaron denostaciones misóginas. La pura idea que por ser de raza blanca no le va dar SIDA es una reverenda estupidez, aun como chiste. Pero no podemos identificar algún daño, alguien que haya sufrido por este Tweet. Ahora, hay desde luego una connotación racista, e indudablemente el racismo es dañino; más delante ahondaremos en este interesante punto. Por lo pronto señalaré que es más difícil aplicar un criterio general de daño que uno particular, porque puede alegarse que una expresión con la que discrepamos es dañina a la sociedad. Lo mismo aplica con mayor fuerza para el criterio de ofensa. Janine pudo haber ofendido a un grupo –los no blancos− pero a nadie específicamente. Pues bien, dada la indignación masiva, y seguramente por criterio de –oh, ironía− relaciones públicas, la empresa donde laboraba Sacco decidió prescindir de sus servicios.
Más próximo en tiempo y lugar, la piloto aviadora Ximena García expresó, otra vez en Twitter, su deseo de que se arrojara una bomba durante la ceremonia del Grito, en México. Creo que cualquier persona razonable (hay las que no lo son, desafortunadamente) no lo tomaría literalmente. Más que una incitación a la violencia, García expresó un desacuerdo político con el que un número de mexicanos coinciden. Es, no obstante, una declaración bastante imprudente. ¿Ofende? Pues sí. Así se sintieron un número de partidarios de nuestro actual presidente. Y se expresaron libremente en redes sociales. Ahora, un punto muy importante, el criterio de no ofender se reduce, y casi desaparece, cuando se trata de una figura pública, sobre todo una en posición de autoridad. De lo contrario, se reduciría prácticamente a la inexistencia. El poderoso define un comentario adverso como ofensa o insulto, y zas, se censura. Era el caso de México hasta tiempos recientes. Igual que Sacco, García perdió su trabajo, y, tal parece, también por razones de RP. Ambas damas usaron su derecho a la libre expresión en forma imprudente, quizás hasta irresponsable. Pero considero que la penalidad es desproporcionada a la falta.
El 3 de agosto de este año un sujeto armado con un rifle de asalto mató a 22 personas en un centro comercial en El Paso. Publicó un manifiesto donde expresaba su alarma por una “invasión hispana” a Texas. Lo había influenciado un libro titulado “El gran reemplazo” escrito por un francés, Renaud Camus, donde expresa un temor similar respecto a Francia, pero con musulmanes como la amenaza, en lugar de hispanos. Como es bien sabido, el presidente Donald Trump ha llamado a los inmigrantes “invasores” y en general ha sacado ventaja política de los temores de la población blanca en su país. La migración, se dice, es parte de una conspiración de una elite liberal para suplantar la población blanca, todo ello con fines políticos inconfesables. Estas expresiones llevan a una creencia generalizada entre grupos de extrema derecha, la llamada alt-right, la del genocidio blanco. Los blancos corren el riesgo de ser suplantados, cuando no exterminados, por morenos, negros, musulmanes. O bien, la presencia de esta población en Occidente constituye una amenaza a la Civilización. Trump, no es de sorprender, ha retwiteado publicaciones que apoyan esta alarmante creencia. Sobra decir que no hay tal genocidio, ni riesgo del mismo. Descansen tranquilos, supremacistas blancos: en todos los países de Occidente los blancos siguen firmemente en control. Pero el efecto ahí está: En EUA, los terroristas domésticos de derecha han asesinado cuando menos 347 personas desde 1995 (Wikipedia).
¿Qué peor daño que personas asesinadas por individuos que se tragaron este cuento? Camus, haciéndose el inocente, dice estar en contra de la violencia. Pero no puede negar las repercusiones de sus escritos. En su conciencia quede. También es ofensivo que se diga que tu pura presencia en un país es una amenaza a su cultura. Tu presencia, nótese, no tus acciones. El nombre genérico de esta forma de pensar, es, efectivamente, racismo. Queda fuera del propósito de este artículo discutir la problemática de la inmigración. Pero sí diré que hay una gran diferencia entre una política migratoria restrictiva, la cual puede implementar un país si así lo decide, a la satanización de pueblos completos junto con la propagación de nociones paranoicas. Pero tales ideas no se pueden reprimir. Ello alimentaría aun más la paranoia. Es, en todo caso, imposible. Una democracia no puede proscribir partidos políticos, aun cuando su ideología, denotada o connotada, sea supremacismo blanco. Hay un número de actores políticos, convencionalmente llamados populistas de derecha: Trump, Bolsonaro, Jonson (de paso, AMLO es autoritario de derecha disfrazado de izquierdista) que se están aprovechando de los derechos universales reconocidos y las instituciones democráticas liberales para socavarlas. Esto, más que la inmigración de personas de país equis o religión ye, es el verdadero peligro actual a la democracia, y por ende al nuestra civilización.
Folau es un ejemplo pequeño de esta tendencia. No estaba bromeando, estaba plenamente consciente de lo que decía, se basó en su Biblia. Estoy seguro que sabía que su Tweet provocaría una reacción, y parece que eso quería: provocar. Pero, igual que Ximena y Janine, y a diferencia del asesino de El Paso, no dañó a nadie. Su amenaza del infierno es efectiva solo si en eso crees. Pudiera ser ofensivo o irrespetuoso, pero ya vimos que lo difícil que es aplicar este criterio. Entonces, para contestar nuestra pregunta, Folau sí tiene derecho de decir que los homosexuales se van a ir al infierno. Esto es hablando en un sentido ético/moral; el lado legal depende de los juzgados de Australia.
Queda claro que los criterios de daño y ofensa no se sostienen. Son muy difíciles de aplicar, salvo casos muy específicos. Tus límites a la libertad de expresión son, desde el punto de vista pragmático, uno, qué tan aceptable es tu idea, y dos, qué tanto poder tienes. Janine, Ximena, incluso Folau, son personas con relativamente poco poder. Por eso sufrieron consecuencias. Camus, cuyas ideas desafortunadas hicieron eco en políticos europeos que no por ser de partidos minoritarios no dejan de tener fuerza, no las ha padecido. Trump es, ¡ay!, el hombre más poderoso del mundo. No hay manera de callarlo.
En El cuento de la criada, Margaret Atwood describe una sociedad futura gobernada por una teocracia en la cual las mujeres son oprimidas. Atwood dice que en esa obra no entró nada que no hubiera ya sucedido en la vida real, en alguna parte, en algún momento. La razón por la que decidió poner esa regla era que si acaso alguien le dijera: “Ciertamente tienes una imaginación malvada para inventar tanta cosa fea,” pudiera responder: “No las inventé”.
Precisamente por esto tenemos la libertad de expresión. Restringirlo es restringir nuestra capacidad de denuncia. Pero cada quien no puede más que denunciar lo denunciable según su consciencia. Ante el discurso de odio, lancemos el discurso de amor. La mentira se combate con la verdad. No es una lucha fácil en estos tiempos. Cuestionémonos también. Revisa, con ánimo sereno, discursos con los que no coincides.
Ceder a la tentación de la censura, no conviene. Es darle la razón a los autoritarios.
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