
«Siempre debemos tomar partido. La neutralidad ayuda al opresor, nunca a la víctima.» Elie Wiesel. Premio Nobel de la Paz, 1986.
Pues con la novedad, aunque no lo debería ser, que las damas se enfurecieron. Rompieron vidrios, grafitearon las superficies grafiteables, incluido el Ángel de la Independencia, gritaron y aullaron. Todo a raíz de la presunta violación de una joven por unos policías. «El infierno no tiene tanta furia como la de la mujer despreciada,» dijo un dramaturgo inglés (no fue Shakespeare). En su sentido original, la frase se refería a una traición, el hecho de ser reemplazada por una rival. Ahora, lo que brota es una ira mucho tiempo contenida ante una sociedad que, efectivamente y de mil maneras, desprecia a la mujer. Esta furia es producto del hartazgo, a diferencia de la masculina, que es resultado más bien de la frustración. Es menos egoísta, el enojo femenino. Busca proteger a los vulnerables, a los débiles, a los indefensos. Y como una piedrita, puede iniciar un alud. No hay movimiento social que no incluya mujeres, esto es, si quiere llegar a algún lado. ¡Mujeres en movimiento! ¡Cuidado!
Se ponen muy exigentes las damas. Quieren que no haya más muertes. Que no haya violaciones. Como la Furia tiende a ser iracunda (o la Ira gusta de ser furiosa, escojan la forma que más les guste), se produjeron desmanes. Evidente contradicción, violencia en contra de la violencia: estás cayendo en aquello que criticas. Lapso grave en México. Como la crítica nos molesta, nos provoca escozor, nos cae de perlas cualquier excusa para librarnos, y esta es una de las mejores. Me puedo evadir con mi consciencia tranquilísima, sin mancha.
La Comentocracia sensible, racional, moderada, menea la cabeza y chasquea la lengua. Que no son formas, se dice y se repite. El mantra cunde por Twiterlandia. El Feis lo refuerza. Que dañan su propia causa, asegura la Voz de la Razón. Estos son solo algunos ejemplos de este discurso típicamente conservador. Desde luego, desde sus púlpitos Sheinbaum y AMLO hacen eco. Porque la #4ta Transformación es en el fondo conservadora. Ultraconservadora, incluso, porque pretende recuperar un status quo ido. Pero esto es harina de otro costal.
Personalmente, también tiendo a lo conservador. Me gusta el orden, me irrita el caos. Creo en un orden legal y en un estado de derecho. Reconozco lo paradójico y contradictorio que resulta pedir que se cumpla la ley, violando la ley. De todo esto estoy consciente.
Pero…
Este discurso conservador está limitado, como tiende a ocurrirle al conservadurismo. Se encierra en su cuartito y no alcanza a ver que hay una realidad más amplia. Una que no se puede soslayar: la violencia en México nos ha rebasado. Estamos oyendo el grito furioso del hartazgo, un estridente ¡Ya no más!
El conservadurismo mexicano −y, sí, somos un país conservador− ante la ola de violencia que nos ha asolado desde hace años, se limitó a Deplorar, mientras, todos los días, sin excepción, se publica la noticia de un muerto, una muerta, tirado en tal o cual paraje. Uno en que las violaciones son rutina. Donde uno se entera de que alguien que conoce personalmente apenas se ha salvado de ser secuestrada después de abordar un auto de alquiler. Donde la respuesta de quienes aceptaron resolver esta problemática ha sido encogerse de hombros, real o metafóricamente. Donde la cifra de muertos es comparable a una guerra, cuando formalmente no estamos en guerra. Se Deplora. Se Lamenta. Se Cuestiona. Se Critica. Se Planea. (Parecen zopilotes, de tanto planear). Se lanzó una Estrategia. Como dijo Winston Churchill: «Por bella que sea tu estrategia, ocasionalmente deberías ver los resultados.» Se hace Todo, menos Actuar.
Que grafitear el Ángel no son modos. Desde luego que no. Violar y matar lo son menos. Y no, no es falsa equivalencia, como algunos quieren. En un sentido práctico, pragmático, estas mujeres terriblemente inconformes han llegado al estallido porque las alternativas no funcionan. Esto es bien sabido, que en esta coyuntura haya quienes opten o les convenga ignorarlo es otra cosa.
Vayamos por partes: primero, ¿hacer lo que marca la ley? Eso es denunciar el ilícito. La experiencia, tengo entendido, no es agradable. Menos como mujer, ante ministeriales y jueces poco empáticos, por decir lo menos. Te expones a un contrataque, donde pasas de víctima a agresora en un parpadeo. Menos del 10 por ciento de los delitos en México terminan en sanción. En una columna, Sergio Sarmiento detalló el calvario que siguió una mujer para denunciar un secuestro a bordo de un Uber, donde tuvo razones más que justificadas para temer por su vida. El sistema está evidentemente diseñado para que NO denuncies.
¿Activismo, ONGS? Qué bueno que existen y que sigan adelante. Algún resultado habrán conseguido. Mínimo, no dejan que algunos casos caigan en el olvido. Pero no son suficientes.
¿Elecciones? Inútiles en este tema. Hemos pasado de PAN a PRI a MORENA, y la violencia sigue. No estoy sugiriendo en modo alguno que ya no votemos. Sí digo que los mecanismos formales de la democracia no han sido capaces de resolver este problema.
¿Manifestarte pacíficamente? Eres fácilmente ignorable. Los supuestos responsables seguirán tranquilamente con su vida diaria. Si se trata de un grupo moderadamente respetable, habrá quizás palabras bonitas, expresiones de entendimiento y conmiseración, largas al asunto y todo seguirá igual. Ahora bien, si logras armar un contingente de veras grande, lo cual requiere una capacidad de organización superior, te expones al ataque desde el Poder. Tus intenciones nunca serán honestas, algo tramas. Así fue con la manifestación masiva hace años, cuando AMLO era Jefe de Gobierno del entonces DF. Pero hubo de responder. Entre más numeroso el contingente, más obliga a la autoridad a reconocer y actuar. Lo mismo ocurre si el grupo es ruidoso, aunque no sea numeroso. Ya no es tan fácil que te ignoren y una de las causas de la crispación tan extendida en México es ser ignorado. También, dicho sea de paso, de la apatía que tanto se nos critica.
Quizás la violencia fue generada por provocadoras, gente infiltrada, para desvirtuar. Es una contra-medida bastante común. La acusación de violación a los policías pudiera ser falsa, como sugiere Sergio Sarmiento, quien tiende a ser cuidadoso con los hechos. Una cosa es cierta: el debate se ha desviado del problema de la violencia a la protesta. Lo que nos debe preocupar son las muertas y violadas, más que los vidrios y los grafitos.
Más o menos paralela a esta protesta, que desde luego atrajo amplia cobertura de los medios, transcurrió otra, más discreta pero más inquietante. Salió a las calles un grupo de gentes con quejas amargas en contra de lo que llaman la Suprema Corte de «Injusticia.» Esto se ha estado gestando desde el triunfo electoral de AMLO. Lo que se pretende, más que bajarles los sueldos a los magistrados, es reemplazarlos. No se necesita mucha agudeza para reconocer que los nuevos magistrados estarían muy alineados con AMLO. De hecho, lo dijo muy claro ese incansable defensor de la 4a Transformación, el padre Solalinde, los magistrados actuales no están «sincronizados» con el nuevo gobierno.
Ocurre que un juez, de la instancia que sea, no tiene porqué «sincronizarse» con nada salvo la justicia, entendida por las leyes puestas en sus respectivos códigos y con la jurisprudencia sobre las mismas. Su tarea es resolver controversias; si no la hay, no hay nada que tenga que resolver el juez, no hay asunto. La consecuencia inevitable es que alguien quedará inconforme con la sentencia. Que no les podemos dar gusto a todos es un lugar común; pero el juez necesariamente tiene que darle un disgusto a alguien. Así que, por la naturaleza misma de su función, debe tener algún blindaje. De lo contrario, la parte perdedora tendría un recurso demasiado fácil para invalidar un proceso que no la favoreció. Para tener una razonable seguridad de que no haya abusos tenemos instancias, recursos, apelaciones a tribunales superiores, terminando en la ya mencionada Suprema Corte. Es un sistema que la humanidad ha desarrollado gradualmente, a base de análisis, estudio, y la clásica prueba y error. Está lejos de ser perfecto, siendo llevado a cabo por seres humanos falibles, y, sí, desafortunadamente, corruptibles.
El riesgo que corremos si esta #4taTransformación logra destruir la autonomía del poder judicial −y no nos engañemos, está en la agenda de este gobierno− es doble: primero, más grave, pero a más largo plazo, llevarnos a la dictadura. Segundo, más inminente, que se agrave aun más –sí, más aunque ello pudiera parecer inconcebible− nuestra crisis de inseguridad.
El caso de Rosario Robles ilustra este riesgo. Lejos de mí la noción de meter las manos al fuego por la Robles. Pero la vendetta política es muy evidente. Con nuestros vecinos del Norte, que cuidan mucho estos detalles, el conflicto de interés −el juez sobrino de Dolores Padierna, cuyo esposo en un tiempo fue acusado por Robles− sería suficiente para que el juez tuviera que excusarse del caso, o enfrentar una tormenta. El proceso entero pudiera desecharse en una instancia superior. Aquí, Robles fue encarcelada por un delito que no amerita prisión preventiva.
Nada de esto es nuevo en México. El uso del sistema judicial como arma de agresión y desquite político es una vieja tradición. Por eso mismo importa, e importa muchísimo, conservar la mucha o poca autonomía del poder judicial que hay. El propósito, la razón fundamental de ser, del Poder Judicial es servir a la Nación. No es, no lo debemos permitir, el de prestarse para satisfacer intereses políticos del momento.
Curiosa situación: manifestación violenta con una exigencia justa. Manifestación tranquila con una demanda peligrosísima.
México. Desde siempre, barroco y contradictorio. Abramos bien los ojos a lo que ocurre. Luego, hagamos lo que nos corresponda.
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