
El desabasto de gasolina ya desapareció de los titulares y los tuits. Que si es el huachicoleo, que si son las importaciones de gasolina, que si el sereno, no lo sé. Una cosa sí me queda muy claro: con un hágase, nuestro flamante gobierno puede hacer un caos. “Haiga sido como haiga sido”, buena intención o ineptitud, o ambas cosas juntas a la vez, el caos se hizo
Me surge el pensamiento: es más que ironía que un país productor de petróleo tenga escasez, o desabasto, si se prefiere. Ocurre que no lo somos tanto. Importamos el crudo ligero, de mejor calidad. Y una buena parte de la gasolina de consumimos. De lo que se trata, se supone, es combatir un problema real, el robo de combustible, el famoso huachicoleo. Desafortunadamente, como es demasiado frecuente en México, ante una problemática conocida se aplica una solución de dudosa efectividad y para colmo, mal implementada. No se tomó una previsión tan elemental, me parece, como primero asegurar las alternativas, luego cerrar los ductos. Dicho coloquialmente, primero consigue las pipas, mi hijo.
En todo el lío queda un tanto tras bambalinas el actor principal: la figura monolítica de Pemex. Tiene el monopolio de un recurso vital. Lo es así por diseño, por intención. Las desventajas de los monopolios son evidentes, sus ventajas nulas, excepto para los que los manejan, desde luego. Tan sencillo como que en un sistema de competencia no puede haber “gasolinazos”.
El petróleo en México, desde la expropiación de 1938, ha tomado una cualidad mística poco apropiada a una sustancia negra pegajosa enterrada en las profundidades del suelo. Sus inconvenientes son más que evidentes: calienta el planeta, ensucia del aire, retaca las calles de automóviles, provoca guerras, fomenta robos y sinvergüenzadas. Cuando se sale de donde está confinado (siempre tiene que estar confinado) envenena y ensucia. O estalla en llamas. Pero no podemos vivir sin él. Todo mundo lo quiere. En teoría, tener un bien tan valioso debería ser de provecho. En teoría. En México, la realidad es muy distinta.
No es una cuestión de soberanía nacional. Pemex no tiene entre sus funciones defenderla. Tampoco es cuestión de hincharse el pecho y decir que el petróleo es nuestro, paredón para el que diga lo contrario.
Pues eso, mis queridos compatriotas, es lo que voy hacer: anunciar que el petróleo no es nuestro. No le pertenece al pueblo de México, bajo ningún sentido que tenga la palabra propiedad. Que lo diga la constitución no lo cambia. En un papel se puede escribir cualquier cosa.
Vayamos por partes. A una propiedad tuya, querido lector, le puedes hacer lo que quieras, dentro ciertos límites. Tu casa, por ejemplo. Puedes quitarle y ponerle. Pintarla de morado con motas amarillas (habrá ciertos vecindarios donde la fachada tiene que conservar cierto decoro. Pero ello no cambia el principio fundamental.) O tu carro. Lo mueves cuando quieras. O no. Lo puedes dejar con las llantas desinflándose. Es muy tu carro. Pero, sobre todo, puedes sacarle el provecho económico que te convenga. Rentas. Vendes. Es tu decisión. Hay una objeción muy evidente. El petróleo no es de nadie en particular, es de muchos. Es una propiedad compartida, en otras palabras, una sociedad. Cuando formas parte de una sociedad comercial, te toca una parte de las ganancias en forma de dividendos. La idea que te paguen dividendos por el petróleo te podrá parecer extraña, hasta cómica, quizás; pero es el caso en Alaska, que tiene abundantes depósitos en el Mar del Norte. En 2018, cada residente legal del estado por cuando menos un año calendario recibió $1,600. (Wikipedia).
Quizás no nos convenga esta política tan neoliberal. Alaska tiene poca población, 739,795 habitantes, estimación de 2017 (Wikipedia). De modo que reparten mucho entre pocos, aquí sería entre muchos. Mejor que se vaya directamente a las arcas y no tener que pagar muchos impuestos. Arabia Saudita, por ejemplo, tiene una de las tasas impositivas más bajas, como del 3%. Sobra decir que no es nuestro caso, aunque nuestro impuesto sobre la renta es de los más bajos en la OCDE. Además, pagamos IVA. Y el IEPES, impuesto especial sobre producción y servicios. Este nombre deliberadamente neutral significa que por cada litro de gasolina que compras pagas 4.8 pesos (4.06 si es Premium), un sustancial 25%. Es como si te cobraran por entrar a tu casa.
Buenos, se dirá, tenemos necesidades particulares. Estamos en vía de desarrollo (desde que recuerdo, y no soy un polluelo, estamos en vías de desarrollo.) Entonces, de acuerdo, a pagar impuestos, pero entonces que ingresos petroleros se destinen a algo sustancial, como infraestructura. Escuelas, por ejemplo. No hay tal. Las escuelas públicas están en condiciones que van de triste a indigno. ¿Caminos? Tampoco. Tenemos una red de autopistas más bien limitada, ¡y son de cuota!
La triste realidad es que el ingreso petrolero de México se ha ido a gasto corriente. Entramos a una madeja bizantina típicamente mexicana, donde lo recaudado no basta. Dice la frase: la burocracia crece para satisfacer las necesidades crecientes de la burocracia. La nuestra no solo crece, sino prolifera y se multiplica. Tendemos a culpar la corrupción de esta situación, pero en realidad el exceso de burocracia es lo que lleva a la corrupción. La solución de AMLO, reducir sueldos a funcionarios no atiende la cuestión de fondo. Tampoco su pretendida descentralización, la cual tiene el riesgo de que salga el proverbial caldo más caro que las albóndigas.
Los pasados gobiernos trataron de exprimirle a Pemex todo lo que pudieron. Encima de eso, es una cloaca de mala administración y corrupción. Los dos van de la mano. Qué hacer al respecto no es tan sencillo. A este monstruo no es fácil meterlo en cintura. Es demasiado grandote y demasiado poderoso, y lo es precisamente por su monopolio de un producto estratégico. La idea original de Cárdenas, darnos el control de este recurso a los mexicanos, fracasó. Son mexicanos desde luego quienes lo controlan, pero no es el pueblo de México. No es novedad ni sorprende que el petróleo en México lo controla una mafia de funcionarios de la empresa y sindicales. Controlaba, mejor dicho. Ahora el crimen organizado parece encontrar en el huachicoleo una diversificación de sus operaciones.
La reforma energética del pasado sexenio no cambió la situación en su esencia. Se estableció un sistema de contratos y asignaciones, que abrió el juego del petróleo a más participantes, sin que ello represente un beneficio claro al pueblo de México. AMLO se opuso, tachó de traidores a quienes según él pretendían regalar la propiedad de la nación. No hay duda que históricamente hubo abusos por parte de las compañías petroleras transnacionales. Pero hasta ahora, no nos hemos liberado del abuso, solo hemos cambiado de abusadores.
López Obrador se representó como defensor del status quo de Pemex. Lo que nunca dijo, aunque dudo que no lo sepa, es que Pemex es parte integral de la Mafia del Poder. Su gasolina, literal y figuradamente.
De modo que AMLO mantiene el monopolio y sobre eso ha tomado decisiones cuestionables. Pemex dejará de exportar crudo, un negocio que según Leo Zuckerman es bueno aun esté mal administrado, para producir gasolina en México, un negocio difícil, marginal, aun cuando bien administrado. En esto coincide Sergio Sarmiento en su columna del 6 de febrero en Grupo Reforma. Pemex necesita una inyección de capital de unos 25 millones de dólares. Más importante, hay que frenar sus malas prácticas, si bien es alentador que se haya procedido contra funcionarios de la empresa acusados de corrupción. Grupo Reforma también reporta una denuncia por presunto enriquecimiento de unos 150 millones de dólares por parte de Romero Deschamps. ¿Será suficiente, va en serio la cosa? Está por verse.
No sorprende, entonces, que la calificadora Fitch baje la categoría de la deuda de Pemex. Significa que hay mayor riesgo de que Pemex no pague y por lo tanto su tasa de interés aumenta. No es hipocresía como quiere AMLO, son fríos números.
Si Pemex entra en crisis financiera (Dios guarde la hora, como decían nuestros abuelos) entonces, mi querido compatriota, sí vas a ser dueño de Pemex. ¿Por qué? Porque tú vas a pagar esa deuda. Tú y nadie más. Para eso sí eres bueno.
El poeta tenía razón: el Niño Dios te escrituró un establo y los veneros de petróleo el diablo.
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