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MÉXICO: TAN LEJOS DEL BIEN, TAN CERCA DEL DIABLO
14 Sep 2019

MÉXICO: TAN LEJOS DEL BIEN, TAN CERCA DEL DIABLO

Post by Federico Elenes

Alejandro González Iñárritu narra este video, que me parece importante que sea vea y comparta. La impunidad es nuestro principal problema. Es la raíz de nuestras crisis de violencia y corrupción. ¿De dónde viene? ¿Cómo terminamos en semejante atolladero?

Enrique Peña Nieto, Henry para los poco amigos, nuestro a punto de ser expresidente, dijo en alguna ocasión de cuyos detalles no quiero acordarme, que la corrupción era un problema cultural. Tenía razón. Ahora, antes de que se piense, horror de horrores, que lo estoy defendiendo, señalo que no le valía decirlo, porque la connotación era, cual típico en todo su triste sexenio, no me reclamen, no es mi culpa.

Lo que significa en realidad que la corrupción sea un problema cultural es que ésta depende de un contexto social específico. Explicaré esas palabritas un tanto mamilas, con tufo a texto académico árido. En todas las sociedades, sin excepción, hay conductas inaceptables. La manera cómo reacciona la cultura ante esas conductas determina en gran parte si el delito abunda o escasea. Se reacciona de diversas maneras: con una educación moral, donde se enseña que se debe y que no se debe. Pero la educación, por importante que sea ésta, e independientemente de quien la imparta –porque aquí entra la cuestión de la familia, solo que ésta puede ser tanto solución como problema− no es suficiente. Ocurre que los humanos somos falibles, un tanto egocéntricos, y estamos dispuestos a ignorar las reglas si en ello vemos ventaja. Algunos más, algunos menos, pero va para todos. Por lo tanto, todas las colectividades han creado instituciones con el propósito específico de controlar aquellos elementos que no acatan. El concepto general de la punición es que la amenaza de castigo disuade. El delincuente en potencia sopesa los riesgos –sanción− contra beneficios y se espera que concluya que es mejor respetar la ley. O se enfrenta a las consecuencias. Dos obviedades: para que este esquema funcione, la posibilidad de sanción debe ser real. En la frase trillada, el castigo debe ser ejemplar. La otra, entre menos sean los desobedientes, más fácil es la tarea de las instituciones.

¿Qué pasa en México? Educamos, desde luego. La gran mayoría de mexicanos, igual que en otras partes, coincidirá en que la ley hay que respetarla. Tenemos instituciones para perseguir, juzgar y sancionar delincuentes. Pero no funcionan, es evidente. Como apenas se sanciona una fracción ínfima de todos los delitos, el fracaso es claro. ¿Dónde más ocurre que se cumpla solo el uno por ciento de la tarea asignada?

Es muy fácil repartir culpas. Que son rateros. Son corruptos. Son sinvergüenzas. Pero hay que reconocer responsabilidad de todos. Primero, no nos gusta que nos llamen la atención, nos reclamen, nos critiquen. Me uno. A mí tampoco me gusta. Ahora, si para evitar reconvenciones mantengo un orden y disciplina, qué bueno. Así debe ser. Pero así no ocurre en nuestro país. Trata, gentil lector, de hacer notar cierta irregularidad a un mexicano, digamos, por ejemplo, tirar basura en la vía pública. Hágalo con gentileza, con amabilidad. La probabilidad de que la respuesta sea ay, disculpe, no vuelve a ocurrir, es más bien baja, tendiendo a ínfima. Los momios se inclinan a una respuesta feroz, con el tema y tú quién eres, que te crees y sus variaciones. De esta manera el mexicano, no la mayoría, pero sí un número importante, mantiene su derecho sacrosanto de hacer lo que le da la gana. Lo vemos en nuestras ciudades: sucias, caóticas, inseguras. No espero el orden de Suiza. No pongo miras tan altas. Me conformaría con el de Argentina, digamos.

Hay otro factor que quizás intrigue un poco: nuestros valores familiares. Sí, la familia es muy importante en México, y lejos de mí deplorar esto, pero tendemos a llevar esta unión familiar donde ya no corresponde. Me explico. A Los mexicanos nos gusta formar camarillas. Defendemos a los nuestros, hermanos, padres, hijos, como sea, eso lo extendemos a nuestros cuates y desconfiamos de los demás. Está bien, la lealtad es encomiable. Solo que los humanos debemos distintas lealtades y a veces es preciso escoger. No somos capaces de reconocer que a lo mejor mi amigo es el que está mal. O lo acomodo solo porque es mi amigo. Como México es una red de relaciones, y sin éstas no llegas muy lejos, entre las posesiones más preciadas del mexicano están los amigos poderosos, las influencias. Dan cierta libertad. Y seguridad. Protegen. ¿Contra qué? Contra una serie de abusos: el patrón, el vecino ruidoso, la autoridad…

Surge un problema cultural más: la prepotencia. No se le puede dar al mexicano una pizca de poder sin que se sienta impelido a abusar de él. Aquí solo noto el hecho, no me meteré en las raíces sicológicas de esta característica. El poder en México representa privilegio: el privilegio de no ser llamado a cuentas. Precisamente lo contrario a lo deseable. En los países más prósperos, el poderoso siempre sabe que puede ser exigido. Hay una gama: en los EUA el ser llamado a cuentas es un hecho, casi una certeza (si bien el actual inquilino de la Casa Blanca lucha denodadamente contra esa realidad cultural suya), mientras que Japón opera dentro de una ética personal muy fuerte y del sentido oriental de la vergüenza. Es sumamente vergonzoso para ellos fallar en la tarea encomendada.

En este contexto nuestro, el abuso del poder es prácticamente inevitable. Y con ello la corrupción. La corrupción es considerar al puesto público como fuente de provecho personal. Así lo dijo la frase cínicamente pragmática: “Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”.

Tenemos el cuadro completo: personas que consideran el reclamo como una ofensa personal. Intrincada red de relaciones donde cada quien protege a cada quien. Concepto de servicio público inexistente. Estoy nada más para ver que saco. La corrupción es un cáncer: va infiltrando lentamente. Llega el momento en que el cuerpo político está moribundo. Tal cuerpo es incapaz de enfrentar a enemigos despiadados, como los cárteles. Colombia, quizás no tan enferma, pudo enfrentar a los capos de la droga. El resultado fue el efecto cucaracha. México tomó el negocio. Mientras tanto, los consumidores principales de droga no tienen inconveniente en que la guerra contra las drogas, que ellos promovieron, se peleé aquí.

Es un cuadro aterrador. Hemos caído en un círculo vicioso de impunidad-corrupción-violencia. AMLO prometió un nuevo enfoque. Su plan de seguridad que acaba de presentar en la superficie ataca la problemática que he estado analizando. Su llamada “Constitución Moral” busca “recobrar valores”. Eso es lo precisamente lo que estoy pidiendo en este artículo. Solo que el Plan del Presidente Electo no acaba de cuajar. Nos deja a muchos sin convencer. Porque la tarea principal del mandatario no es pregonar valores, que en el mejor de los casos apenas constituyen una lista de buenos deseos, y en el peor un discurso ideológico para afianzarse y mantenerse en el poder. Dice Verónica Velasco, una colaboradora de Andrés Manuel: “Hoy, los antivalores son los valores que se practican todos los días. Vemos casos escandalosos de corrupción, de impunidad, y eso parece ser que es lo que se premia y se reconoce porque no ha habido ninguna sanción al respecto”. (Fuente: ADN Político https://adnpolitico.com/presidencia/2018/11/15/el-equipo-de-amlo-lanzara-convocatoria-a-participar-en-la-constitucion-moral). Dejemos de lado la confusión semántica de decirle valor al antivalor (sea lo que eso sea). Reconoce Velasco que tiene que haber sanciones. Es precisamente al Estado, para eso está, a quien le corresponde sancionar.

Desafortunadamente, es donde se queda corto el Plan. La Ley de Fiscalía, aprobada en lo general y particular por el Senado, no contempla una reforma constitucional que garantice la independencia de la institución. El colectivo #fiscalíaquesirva le retiró su respaldo al dictamen de dicha ley (fuente, El Norte).

No se puede desistir. Tenemos que unir nuestras voces justo ahora, en este momento de transición. Si AMLO y MORENA están comprometidos en serio con su cuarta renovación, que le hagan efectiva en este punto. Importa más que aeropuertos y trenes mayas y refinerías. Ya son demasiados muertos. Importan las acciones, no las palabras bonitas. Importa que nos hagan caso. Para eso los elegimos, incluso los que no votamos por AMLO.

Y mientras tanto, asumamos nuestros valores. Portémonos bien. No necesitamos Constitución Moral para eso.

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