
Hace una semana, después considerable ponderación, decido participar en la famosa consulta popular sobre el aeropuerto de la Ciudad de México. Hay una casilla a una cuadra larga de mi sitio de trabajo en Monterrey. Salgo caminando. Encuentro el sitio fácilmente. Es un toldo pequeño en una esquina de la Avenida Lincoln, bastante transitada. No hay fila para votar. Atienden dos señores mayores, muy amables. Me muestran el obverso de la boleta. Hay cuatro listas con incisos resumiendo los puntos a favor y en contra de cada opción. Les digo que ya las vi por internet. Uno de ellos se encoge de hombros y dice que si ya decidí… El otro me pide mi credencial del INE y anota el número en una libreta. No veo que tengan computadora o dispositivo para la famosa app que impide votar más de una vez. Pregunto por la mampara. Me miran intrigados y me preguntan qué es eso. Me explico: un mueble con cortinas que permite marcar la boleta en secreto. Responden que tal recurso no es necesario porque esto “es diferente” y saldría caro. Bueno, pues si así es. Pongo una cruz en la opción que quiero (a favor del aeropuerto de Texcoco, caso que a alguien le interese), como es lo usual al marcar boletas electorales. Me pone el funcionario cara de circunstancias y me señala una hoja de periódico viejo donde han garrapateado la palabra “sí”. Que eso debí haber puesto. Me lo dice en tono de a ver si vale mi voto. En tanto, ha tomado mi boleta y la sostiene cerca de la urna, que tiene más o menos el tamaño de una caja de zapatos y es transparente. Noto que está aproximadamente llena hasta la mitad. Espero a que deposite mi voto. Les agradezco sus atenciones y que le dediquen su tiempo a este ejercicio. Me contestan que reciben muy poco pago por su tiempo. A su vez, me agradecen mi participación. Concluyen con un poco de propaganda: lo que quiere Andrés Manuel es el bien de México. En eso coincidimos. No me marcan el dedo con tinta y no lo menciono.
Que la consulta está sesgada es evidente. No sorprende que el resultado haya sido contrario a Texcoco y favorable a Santa Lucía. Aquí hay un análisis más completo del sesgo:
En ciertas jurisdicciones, algunas cuestiones como leyes o actos administrativos pueden decidirse por elección popular. El término genérico es referéndum. En Suiza, por ejemplo, esto forma una parte importante de su proceso político. Una ley aprobada por su Parlamento puede ser sometida a la decisión de la ciudadanía. Brexit es otro caso sonado. Sobra decir que esto requiere un marco legal claro: cuáles cuestiones serán susceptibles de referendo, cuáles no. Qué proceso se lleva a cabo. Este marco existe en México, señalado en el artículo 35 constitucional, pero el proceso es un tanto bromoso: solo la puede convocar el Congreso de la Unión, a solicitud del Presidente de la República, de una tercera parte de cualquiera de las cámaras o el dos por ciento de los ciudadanos inscritos en la lista nominal de electores. Luego la Suprema Corte tiene que decidir si la iniciativa es constitucional. Cumplido esto, hay que esperar a la siguiente jornada electoral federal. Esto sería dentro de tres años. La reciente consulta sobre el NAIM no cumple ninguno de estos requisitos.
Pero eso no es muy relevante.
¿Ah, no? ¿Qué no importa que no se acate lo que dice nuestra Constitución? ¿No es el desprecio a la ley uno de nuestros problemas en México? Desde luego. Hay que cumplir esos requisitos si se quiere que la consulta sea vinculante. En lenguaje más llano, para que valga.
Solo que sí vale. Porque Andrés Manuel ya decidió hacerle caso. Y él manda. Ya lo dijo muy claro: No voy a ser un florero. Una de las críticas a la consulta era que el presidente electo estaba evadiendo una decisión. Nada más lejos de la verdad.
¿Qué está pasando aquí? Todo esto va conforme con la ideología de Andrés Manuel. Ésta es un populismo de izquierda (a diferencia de los populismos de derecha como el de Trump en los EUA o Bolsonaro en Brasil.) Pero en ambos un actor político carismático se ostenta como la única solución a todos los problemas e inquietudes. Por necesidad se tiene que presentar como distinto, único y oponente del estatus quo. Esto implica dividir: identifica al Otro, el Malo, el Enemigo. En el caso de Andrés Manuel, no fue difícil: el Enemigo fue, y sigue siendo, la Mafia del Poder. Efectivamente, en México hay una mafia (más de una, a decir verdad) que se dedica a enriquecerse a nuestra costa. De eso no hay duda.
Contra ese Enemigo se alza el Pueblo, quien Andrés Manuel defiende y en nombre de quien habla y actúa: “quiere el bien de México”. ¿Cómo oponerse a eso? Si te opones, incluso si criticas, a AMLO es porque estás a favor de la Mafia del Poder. Eso hace, por ejemplo, “la prensa fifí”. Una de las habilidades de Andrés Manuel es explotar el resentimiento social.
El Pueblo es “Bueno”, es “Sabio”. Solo que la realidad se impone. Ese pueblo Bueno es una construcción ideológica. El pueblo real es más complejo, más caótico. Hay de todo: gente decente y trabajadora (también puede haber gente decente pero huevona), picudos, sinvergüenzas, criminales convictos, delincuentes no convictos, derechistas, izquierdistas, apáticos, etc., etc. Todos ellos son pueblo. Los riquillos, los fifí, también lo son, si bien una minoría. Incluso puede que el término “pueblo” no les guste, por sus connotaciones. Pues con la pena, son pueblo.
Insisto en que el populismo tiene forzosamente que dividir, si quiere ser efectivo. Entonces, Andrés Manuel y su gente definen quien es Pueblo, y quien no, en sus términos. El pueblo Bueno, pues, es el que se opone a los negocios fifí que lo empobrecen. No va, por ejemplo a carreras de Fórmula 1; Claudia Sheinbaum declaró que iba evaluar la conveniencia de que siga este evento, “porque hay otras necesidades”. No permite ecocidios. No se sube a aviones. La consulta del aeropuerto tiene como uno de sus propósitos trazar esta división: Bueno, en contra del aeropuerto, Malo, a favor.
Hay más: al populista le estorban las instituciones. Limitan su actuar. Son parte del estatus quo el cual denuncia y promete cambiar. Él es el salvador de la Patria. Nadie más. (Por eso mesianismo me parece mejor término para esta ideología). Al usar esta consulta fuera del marco legal para las mismas, Andrés Manuel anuncia una posible guerra contra nuestras instituciones. Parte de esto está revelado en el hecho simbólico y nada trivial de tener al lado una bandera nacional con el escudo alterado. Es un aviso.
Donald Trump también ha estado atacando instituciones, muy significativamente el FBI. Lo desafortunado es que las nuestras son mucho más frágiles. Luego esta consulta tiene implicaciones que van más allá de un aeropuerto o incluso fluctuaciones en el tipo de cambio. Van más allá de las palabras tranquilizadores del presidente electo.
¿Qué nos queda? Hay ciertas instituciones, que a pesar de sus defectos deben ser defendidas. Son la Suprema Corte, aunque esta desafortunadamente no ha mostrado recientemente la independencia que uno esperaría. El INE debe ser fortalecido y quitado de las garras de los partidos políticos. Y la que parece estar bajo más ataque, el Banco de México. A menos que no nos inquiete otra crisis económica.
Mucho ojo, raza, mucho ojo.
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